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Ready Player One - Ernest Cline

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—¿Eh? —respondió HotCock007—. ¿Cómo dice?

—Que puede quedársela o venderla.

—Ah.

—¿Puedo ayudarlo con algo más?

—No, creo que no…

—Perfecto. Gracias por llamar a asistencia técnica. Pase un buen día.

Pulsé el icono de desconectar en mi visualizador y Hot-Cock007 se disolvió en la

nada. Tiempo de llamada: 2,07. Cuando ya aparecía el avatar de la siguiente clienta

—una mujer alienígena de piel roja y pechos grandes llamada Vartaxxx—, la

puntuación que medía el grado de satisfacción del cliente que acababa de otorgarme

HotCock007 apareció en mi visualizador. Era un seis sobre diez. Entonces el sistema

me recordó amablemente que debía de mantener la media por encima de los 8,5 si

quería conseguir un aumento de sueldo en la siguiente revisión.

Dar asistencia técnica allí no tenía nada que ver con trabajar desde casa, donde

podía ver películas, participar en juegos o escuchar música mientras respondía a una

interminable sucesión de llamadas soporíferas. En cambio, en IOI, la única

distracción consistía en mirar el reloj. (O la información bursátil de la empresa, que

figuraba siempre en lo alto del visualizador de todos los reclutas. No había manera de

librarse de él.)

Durante cada turno disponía de tres pausas de cinco minutos para ir al baño. La

del almuerzo era de media hora. Yo, por lo general, comía en mi cubículo, no en la

cantina, para ahorrarme a los demás representantes despotricando contra los clientes

o alardeando de los puntos que habían ganado por sus buenos servicios. Había

llegado a despreciar a los otros reclutas casi tanto como a los clientes.

Ese día me quedé dormido cinco veces mientras trabajaba. Cuando el sistema veía

que me quedaba traspuesto, hacía sonar una alarma que penetraba directamente en

mis oídos y me despertaba al momento. A continuación anotaba la infracción en mis

datos de empleado. Mi narcolepsia se convirtió en un problema tan notorio durante la

primera semana que me proporcionaban dos pastillas rojas todos los días para que me

mantuviera despierto. Y yo me las tomaba, sí. Pero sólo al salir del trabajo.

Cuando, finalmente, mi jornada laboral terminó, me quité el visor y los guantes y

regresé a mi unidad habitacional lo más rápidamente que pude. Era lo único para lo

que me daba prisa en todo el día. Cuando llegué a mi pequeño ataúd de plástico, me

metí en su interior y me desplomé sobre el colchón, boca abajo, en la misma posición

que la noche anterior. Y que la anterior. Permanecí inmóvil unos minutos, mirando de

reojo la hora que marcaba el reloj de la consola de entretenimiento. Cuando señaló las

7.07 de la tarde, me di media vuelta y me senté.

—Luces —pronuncié en voz baja.

Ésa había llegado a ser mi palabra favorita de la última semana, además de

www.lectulandia.com - Página 265

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