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Ready Player One - Ernest Cline

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El centro de llamadas del Servicio Técnico de IOI ocupaba tres plantas enteras de

la torre situada más al este, una de las que tenía forma de letra «I». En todas ellas

había un laberinto de cubículos numerados. El mío estaba completamente vacío,

salvo por una silla de despacho regulable anclada al suelo. Varios de los cubículos

cercanos al mío estaban sin ocupar, esperando la llegada de nuevos reclutas.

Yo no me había ganado el privilegio de decorar mi cabina con objetos personales.

Si obtenía el número suficiente de puntos por mi alta productividad y los informes

positivos de los clientes, podría «gastar» algunos de esos puntos en «comprar» el

privilegio de decorar mi cubículo, tal vez con una planta en una maceta, o quizá con

el póster de un gatito colgado de la cuerda de un tendedero.

Cuando llegué a mi cubículo, tomé el visor y los guantes de la empresa del único

estante de la pared y me los puse. Me desplomé en la silla. El ordenador de trabajo

estaba empotrado a la base circular de la silla y se activaba automáticamente cuando

me sentaba. Tras la verificación de mi número de empleado, accedí de inmediato a mi

cuenta de trabajo en la intranet de IOI. No me estaba permitida ninguna conexión

externa a Oasis. Lo único que podía hacer allí era leer e-mails relacionados con el

trabajo, revisar la documentación de apoyo y los manuales de procedimiento, así

como las estadísticas sobre la duración de las llamadas. Nada más. Todos los

movimientos que realizaba a través de la red interna eran estrechamente

monitorizados, controlados y registrados.

Me coloqué en la cola de llamadas y de ese modo inicié mi turno de doce horas.

Llevaba sólo ocho días en mi calidad de recluta, pero me sentía como si llevara años

encerrado en una cárcel.

El avatar del primer usuario apareció en la pantalla, en la sala de chat de

asistencia técnica. Su nombre y sus datos aparecieron también sobre él, flotando en el

aire. Su apodo era superoriginal: «HotCock007.»

Vi claro que ése iba a ser otro día maravilloso.

HotCock007 era un bárbaro corpulento y calvo con armadura de cuero negro y un

montón de tatuajes de demonios en los brazos y en la cara. Empuñaba una gigantesca

espada que casi duplicaba el tamaño del cuerpo de su avatar.

—Buenos días, señor HotCock cero cero siete —recité—. Gracias por llamar a

asistencia técnica. Soy el representante técnico número tres tres ocho seis cuatro

cinco. ¿En qué puedo ayudarle?

El software de cortesía empresarial filtraba mi voz, alterando el tono y sus

inflexiones para asegurarse de que siempre sonara alegre y optimista.

—Eh…, sí… —dijo HotCock007 para empezar—. Acabo de comprarme esta

mierda de espada y ahora no puedo ni usarla. ¡No puedo atacar nada con ella! ¿Qué

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