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Ready Player One - Ernest Cline

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«¿Qué debo esperar una vez completado mi proceso inicial y situado ya en mi

puesto de trabajo?», preguntaba Johnny, el personaje principal del cortometraje

formativo.

«Debes esperar la esclavitud permanente, Johnny», pensaba yo. Pero seguía

mirando una vez más al representante de recursos humanos de IOI, que con voz

amable le contaba a Johnny cómo era el día a día de un recluta.

Finalmente llegué al estadio final, donde una máquina me anilló el tobillo con una

banda metálica acolchada, un poco por encima de la articulación. Según la peliculita

explicativa, gracias a él mi posición espacial quedaba monitorizada en todo momento,

además de que autorizaba o denegaba mi acceso a las distintas áreas del complejo de

oficinas de IOI. Si intentaba escapar, quitarme la anilla o crear problemas de

cualquier clase, el mecanismo estaba diseñado para proporcionar descargas eléctricas

paralizantes. Y, si era necesario, también podía administrar una dosis elevada de

tranquilizante que llegaba directamente al torrente sanguíneo.

Cuando me instalaron la anilla, otra máquina me introdujo un pequeño dispositivo

electrónico en el lóbulo de la oreja derecha, anclándolo en dos puntos. Me estremecí

de dolor y solté varios tacos. Sabía, por la película explicativa, que acababan de

colocarme un DOC, es decir, un Dispositivo de Observación y Comunicación, al que

casi todos los reclutas llamaban «el audífono». Me recordaba a los dispositivos que

los conservacionistas instalaban en animales en vías de extinción para controlar sus

movimientos en libertad. El audífono incorporaba un diminuto comunicador por el

que el ordenador principal de Recursos Humanos podía realizar anuncios y emitir

órdenes directamente al oído de la persona en cuestión. También contenía una

pequeña cámara que permitía a los supervisores de IOI controlar todo lo que el

recluta tenía delante. En las habitaciones había instaladas cámaras de vigilancia, pero

al parecer no era suficiente, pues habían decidido montar cámaras en las cabezas de

los reclutas.

Pocos segundos después de que me introdujeran y activaran el audífono, empecé

a oír la voz plácida y monocorde del ordenador central de Recursos Humanos

recitando órdenes y demás informaciones. Al principio creí que iba a volverme loco,

pero lentamente fui acostumbrándome. No tenía otro remedio.

Al bajarme de la cinta transportadora, el ordenador de Recursos Humanos me

indicó que me dirigiera a una cantina que parecía sacada de una película antigua de

prisiones. Allí me entregaron una bandeja verde lima que contenía comida: una

hamburguesa de soja insípida, una cucharada de puré de patatas aguado y un postre

que era algo vagamente parecido a una tarta de fruta. Lo devoré en poco tiempo. El

ordenador de Recursos Humanos me felicitó por mi buen apetito. Después me

informó de que se me autorizaba a realizar una visita de cinco minutos al baño.

Cuando salí me condujeron hasta un ascensor sin botones ni indicador de plantas.

www.lectulandia.com - Página 260

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