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Ready Player One - Ernest Cline

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sujeto y vomitaba en el interior de la máscara. Oí que se activaba una máquina

succionadora, que aspiraba las galletas Oreo regurgitadas y las conducían por el tubo

hasta el suelo. ¿Almacenaban aquello en un tanque externo o se limitaban a echarlo a

la calle? Vete a saber. Seguramente habría un depósito, para que los de IOI pudieran,

luego, analizar el vómito e introducir los resultados en su archivo.

—¿Estás mareado? —me preguntó uno de los policías mientras me quitaba la

mordaza—. Dímelo ahora, para ponerte la máscara.

—Me encuentro perfectamente —respondí, en tono no demasiado convincente.

—Como quieras. Pero si me obligas a limpiarte el vómito, te aseguro que te

arrepentirás.

Me metieron dentro y me ataron delante del tipo delgado. Dos de los agentes se

montaron detrás, con nosotros, tras guardar los soldadores en un armario. Los otros

dos cerraron las puertas traseras y se subieron en la cabina delantera.

Mientras nos alejábamos del bloque de apartamentos, volví la cabeza para mirar,

a través de la ventanilla tintada, el edificio donde había vivido durante ese año.

Conseguí distinguir mi apartamento, el de la planta cuarenta y dos, porque los

cristales estaban pintados de negro. El equipo de embargos ya debía de haber llegado

y seguramente se encontraría dentro. Iban a separar todo mi equipo por piezas, las

inventariarían, etiquetarían, empaquetarían y prepararían para embargar. Y en cuanto

hubieran terminado de vaciar mi apartamento, una brigada pasaría a limpiarlo y a

desinfectarlo. Después llegaría un equipo de reparaciones a arreglar los desperfectos

en la pared exterior y la puerta. Facturarían los gastos a IOI que, a su vez, los añadiría

a la deuda que tenía contraída con la empresa.

A última hora de la tarde, el afortunado gunter que figurara en primer lugar en la

lista de espera del edificio recibiría un mensaje informándole de que una unidad había

quedado libre y esa misma noche el nuevo inquilino se instalaría en ella. Al

amanecer, todo rastro de que yo lo había ocupado durante meses habría desaparecido.

Cuando el vehículo enfiló High Street, oí que las ruedas aplastaban los cristales

de sal que cubrían el asfalto helado. Uno de los policías se inclinó sobre mí y me

puso un visor en la cara. Al momento aparecí en una playa de arenas blancas,

contemplando una puesta de sol, mientras las olas rompían frente a mí. Debía de

tratarse de la simulación que usaban para mantener calmados a los reclutas forzosos

durante el trayecto hasta el centro de la ciudad.

Con la mano esposada, levanté el visor y me lo apoyé en la frente. A los policías

no pareció importarles y lo cierto es que no me prestaron la menor atención. De modo

que volví la cabeza una vez más y miré por la ventanilla. Hacía mucho tiempo que no

salía al mundo real y quería ver cómo había cambiado.

www.lectulandia.com - Página 256

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