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Ready Player One - Ernest Cline

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que lo hacía. Aspiré hondo varias veces seguidas, como un buceador preparándose

para una inmersión, y pulsé la tecla de desconexión. Oasis desapareció y mi avatar

reapareció en el interior de mi oficina virtual, una simulación autónoma almacenada

en el disco duro de mi consola. Abrí una ventana de ésta y tecleé las palabras clave

para activar la secuencia de autodestrucción: TORMENTA DE MIERDA.

En mi visualizador apareció un indicador de tiempo restante que mostraba que mi

disco duro estaba siendo eliminado y limpiado.

—Adiós, Max —susurré.

—Adiós, bye-bye, Wade —dijo él, segundos antes de ser borrado.

Sentado en mi silla háptica, notaba ya el calor que procedía del otro lado de la

habitación. Al quitarme el visor me di cuenta de que el humo había empezado a

colarse por los agujeros abiertos en la puerta y las paredes. Los purificadores de aire

instalados en mi apartamento no podían absorber tanto. Empecé a toser.

El policía que trabajaba en la puerta terminó de recortar el agujero. El círculo

metálico, humeante, cayó al suelo con tanto estrépito que me asustó.

El soldador dio un paso atrás, al tiempo que otro agente se adelantaba y usaba un

bote de espray para rociar una especie de espuma congelante sobre el borde del

agujero. De ese modo se aseguraban de que no iban a quemarse cuando pasaran por

él, lo que estaban a punto de hacer.

—¡Despejado! —gritó uno de ellos desde el pasillo—. No hay armas a la vista.

El primero en colarse por el agujero fue uno de los dos agentes que llevaban los

rifles inmovilizadores. De pronto me lo encontré de pie, delante de mí, con el arma

apuntándome a la cara.

—¡No te muevas! —me gritó—. No te muevas o te llevas el premio. ¿Entiendes?

Asentí para indicarle que sí, que entendía. No sé por qué se me ocurrió pensar que

ese agente era la primera persona que ponía los pies en mi apartamento desde que me

había instalado en él.

El segundo policía de asalto que se coló en mi casa no se mostró tan educado. Sin

mediar palabra se acercó a mí y me amordazó. Se trataba del procedimiento estándar,

porque de ese modo evitaban que siguiera dando instrucciones de voz a mi ordenador.

En mi caso, no habría hecho falta que se molestaran. A partir del momento en que el

primer agente se coló en mi estudio, un dispositivo incendiario había estallado en el

interior de mi ordenador, que ya había empezado a fundirse.

Cuando el poli terminó de amordazarme, me agarró por el exoesqueleto de mi

traje háptico, me arrancó de la silla como si yo fuera una muñeca de trapo y me lanzó

al suelo. El otro pulsó el botón que abría el telón de titanio y los dos últimos policías

entraron en tromba, seguidos por Wilson, el del traje.

Me coloqué en posición fetal y cerré los ojos. Sin querer, había empezado a

temblar. Intentaba prepararme para lo que sabía que estaba a punto de suceder.

www.lectulandia.com - Página 254

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