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Ready Player One - Ernest Cline

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Mi conocimiento de la mecánica del juego, de sus niveles y sus enemigos me

resultaría sin duda de ayuda, pero el desarrollo del juego sería totalmente distinto y

me exigiría demostrar una serie de aptitudes nuevas.

La Primera Puerta me había colocado en una de las películas favoritas de

Halliday. La Segunda Puerta me llevaba a uno de sus videojuegos preferidos.

Mientras pensaba en las implicaciones, en mi visualizador apareció un mensaje:

«¡Empieza!»

Miré a mi alrededor. Una flecha grabada en la piedra de la pared que tenía al lado

me señalaba que debía caminar hacia delante. Alargué los brazos y las piernas, hice

chasquear los nudillos y aspiré hondo. Después, mientras comprobaba que mis armas

estuviesen listas, corrí hacia delante, saltando de plataforma en plataforma, al

encuentro del primero de mis adversarios.

Halliday había recreado fielmente todos los detalles de la mazmorra de octavo

nivel de Black Tiger.

Yo empecé apostando demasiado fuerte y perdí una vida antes incluso de

cargarme al primer pez gordo. Pero no tardé en acostumbrarme a jugar en tres

dimensiones (y desde una perspectiva subjetiva), y finalmente le pillé el punto a la

partida.

Seguí hacia delante, saltando de plataforma en plataforma, atacando en pleno

vuelo, esquivando las incesantes embestidas de seres amorfos, esqueletos, serpientes,

momias, minotauros y, sí, ninjas. Cada enemigo al que derrotaba soltaba un montón

de «monedas zenny» que posteriormente podía usar para comprarme capas de

armadura, armas y pociones de alguno de los sabios repartidos en cada nivel.

(Aquellos «sabios», al parecer, creían que montar una tienda en medio de una

mazmorra infestada de monstruos era una idea genial.)

Allí no había tiempos muertos, ni ningún modo de poner el juego en «pause».

Aunque franquearas una puerta, ya no podías parar y salir del juego. El sistema no lo

permitía. Aunque te quitaras el visor, seguías conectado. La única manera de salir era

franquear la puerta. O morir.

Logré superar los ocho niveles del juego en menos de tres horas. Cuando estuve

más cerca de la muerte fue durante mi batalla con el último enemigo, el Dragón

Negro que, cómo no, era idéntico a la bestia representada en el cuadro del estudio de

Anorak. Yo ya había usado todas mis vidas extra y mi marcador estaba casi a cero,

pero logré seguir moviéndome y no entrar en contacto con el fiero aliento del dragón

mientras, lentamente, le iba quitando vidas gracias a mi puntería con las dagas. Al

asestarle el golpe final, el dragón se desplomó y se convirtió en polvo digital delante

de mí.

Solté un largo suspiro de alivio.

www.lectulandia.com - Página 239

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