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Ready Player One - Ernest Cline

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Tiger, porque le bastaban veinticinco centavos para pasar un buen rato jugando. AA

23:234: «Por veinticinco centavos, Black Tiger me permite escapar de mi miserable

existencia durante tres horas gloriosas. Una ganga.»

Black Tiger había salido al mercado en Japón con su título original, Burakku

Doragon (Dragón Negro). El juego cambió de nombre para su lanzamiento en

Estados Unidos. Y yo había llegado a la conclusión de que el dragón que colgaba de

la pared del estudio de Anorak era una pista sutil que indicaba que Burakku Doragon

jugaría un papel clave en La Cacería. De modo que había estudiado aquel juego hasta

que, como Halliday, fui capaz de llegar hasta el final consumiendo un solo crédito. En

cuanto lo logré, seguí jugando de vez en cuando, para que no se me oxidaran las

técnicas.

Al fin parecía que mi capacidad de previsión y mi perseverancia estaban a punto

de valerme una recompensa.

Sólo pude permanecer aferrado al joystick de Time Pilot unos pocos segundos,

hasta que no pude más y tuve que soltarme, y mi avatar fue succionado hasta el

monitor del juego de Black Tiger.

Por un momento todo se volvió negro. Y enseguida me encontré rodeado de un

entorno irreal.

Estaba en el pasillo angosto de una mazmorra. A mi izquierda había un muro alto,

de piedra gris, con una gigantesca calavera de dragón apoyada sobre él. El muro era

tan alto que no se veía el final y se perdía en la oscuridad de las alturas. Yo no

alcanzaba a ver el techo. El suelo de la mazmorra estaba compuesto de plataformas

circulares flotantes dispuestas de un extremo a otro en una larga línea que se disipaba

en la penumbra. A mi derecha, más allá del borde de las plataformas, no había nada,

sólo un vacío negro, ilimitado.

Me volví, pero no vi ninguna salida detrás de mí. Sólo otra pared de piedras que

se perdía en la negrura, sobre mi cabeza.

Me fijé en el cuerpo de mi avatar. Era exactamente igual que el héroe de Black

Tiger, un guerrero bárbaro semidesnudo, ataviado con un taparrabos y de armadura y

casco con cuernos. Mi brazo derecho había desaparecido bajo un extraño guante

metálico, del que colgaba una cadena larga y retráctil con bola de púas al final. Con la

mano derecha sostenía hábilmente tres dagas. Cuando las lancé al vacío negro a mi

derecha, otras tres idénticas aparecieron al instante en mi mano. Y al saltar descubrí

que era capaz de recorrer diez metros de un solo brinco y caer de pie, con la elegancia

de un felino.

Entonces lo comprendí: estaba a punto de jugar a Black Tiger, claro. Pero no a la

versión en dos dimensiones de aquel juego de plataformas que yo había llegado a

dominar, la que tenía más de cincuenta años de antigüedad, sino a una versión nueva,

de inmersión, en tres dimensiones del juego, creada por Halliday.

www.lectulandia.com - Página 238

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