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Ready Player One - Ernest Cline

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indefenso y susceptible de ser atacado. Dicha secuencia se había diseñado para

impedir que los avatares la usaran para escapar de un combate con facilidad. Debías

defender tus posiciones o retirarte a un lugar seguro antes de desconectarte.

La secuencia de desconexión de Daito se producía en el peor momento posible.

Tan pronto como su avatar quedó paralizado, empezó a recibir ataques con láser y

munición desde todos los ángulos. La luz roja del pecho parpadeaba cada vez más

deprisa, hasta que dejó de hacerlo y quedó fija. Cuando sucedió, el cuerpo gigantesco

de Daito se inclinó, cayó al suelo y estuvo a punto de aplastar a Shoto y la Kurosawa.

En el momento del impacto contra la superficie del planeta, el avatar recobró su

tamaño y su aspecto, y después empezó a desaparecer, a disolverse, hasta dejar de ser.

Cuando se hubo desvanecido por completo, sólo quedó de él un pequeño montículo

de objetos que giraban sobre sí mismos: las cosas que llevaba en su inventario, entre

ellas la Cápsula Beta.

Estaba muerto.

En el vídeo se distinguía entonces otra nube borrosa, que correspondía a Shoto

corriendo para recuperar los objetos de su hermano. Tras hacerlo, daba media vuelta

y se subía de nuevo en la Kurosawa. La nave despegaba y alcanzaba la órbita casi al

instante, sin dejar de recibir el fuego enemigo en ningún momento. Aquello me

recordó a mi propia huida de Frobozz. Afortunadamente para Shoto, su hermano

había abatido a casi todos los cazas sixers y los refuerzos todavía no habían llegado.

Shoto había logrado, así, alcanzar la órbita y escapar a la velocidad de la luz. Por

los pelos.

El vídeo terminó y Shoto cerró la ventana.

—¿Cómo crees que los sixers supieron dónde vivía? —le pregunté.

—No lo sé —respondió—. Daito era cuidadoso. Borraba sus huellas.

—Si lo han encontrado a él, es posible que también te encuentren a ti —le dije.

—Lo sé. He tomado precauciones.

—Bien.

Shoto separó la Cápsula Beta de su inventario y me la ofreció.

—Daito habría querido que la tuvieras tú.

Yo levanté la mano.

—No, creo que debes quedártela tú. Podrías necesitarla.

Shoto negó con la cabeza.

—Tengo todos sus otros objetos —insistió—. No la necesito. Y además no la

quiero.

Volvió a ofrecérmela, insistentemente.

Agarré el artefacto y lo examiné. Se trataba de un pequeño cilindro de metal,

plateado y negro, con un botón rojo de activación a un lado. Por su tamaño y aspecto,

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