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Ready Player One - Ernest Cline

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Segunda Puerta. Saber que los sixers lo habían logrado en menos de veinticuatro

horas le daría una rabia enfermiza. O tal vez hubiera entrado en un estado de estupor

catatónico. No era probable que le apeteciera hablar con nadie en ese momento, y

mucho menos conmigo.

De todos modos, la llamé. Pero como de costumbre, no me contestó.

Como necesitaba desesperadamente oír una voz conocida, recurrí a Max. En el

estado en el que me encontraba, incluso su voz superficial generada por ordenador

me sirvió de cierto consuelo. Pero, por supuesto, Max no tardó en quedarse sin

respuestas preprogramadas y, cuando empezó a repetirse, la ilusión que me había

producido pensar que estaba conversando con otra persona se disolvió al momento y

me sentí todavía más solo. Cuando tu mundo entero se va a la mierda y la única

persona con la que puedes hablar es una aplicación de agente de sistemas, sabes que

estás jodido, muy jodido.

Como sabía que ya no iba a poder dormir, me puse a seguir los canales de noticias

y a revisar los muros de los gunters. La flota de sixers seguía en Frobozz y sus

avatares seguían recogiendo copias de la Llave de Jade.

Era evidente que Sorrento había aprendido de su error anterior. Sólo los sixers

conocían la ubicación de la Segunda Puerta, no iban a ser tan tontos como para

revelarla al mundo entero, impidiendo el acceso con su ejército. Aun así, seguían

sacando partido de la situación. A medida que la jornada avanzaba, algunos avatares

de sixers franqueaban la Segunda Puerta. Después de Sorrento, diez sixers más la

atravesaron en las veinticuatro horas siguientes. Cada vez que lo hacían obtenían

doscientos mil puntos, y los nombres de Art3mis, Hache, Shoto, además del mío,

eran empujados hacia posiciones inferiores de La Tabla, hasta el punto de que, a

partir de cierto momento, dejamos de ocupar cualquiera de las diez primeras

posiciones. La página principal de las puntuaciones estaba ocupada en su totalidad

por los números de empleado de los sixers.

Los putos amos eran ellos.

Y entonces, cuando ya me había convencido de que las cosas no podían empeorar,

empeoraron. Empeoraron mucho. Muchísimo. Dos días después de que hubiera

franqueado la Segunda Puerta, la puntuación de Sorrento volvió a crecer otros treinta

mil puntos, lo que indicaba que acababa de encontrar la Llave de Cristal.

Permanecí sentado en mi fortaleza, observando los monitores, observando cómo

se desarrollaba todo con una mezcla de asombro y espanto. No tenía sentido negar la

evidencia. El final del concurso estaba cerca. Y no iba a terminar como yo siempre

había creído: con la victoria de algún gunter noble y digno de ella, que encontraría el

Huevo de Pascua. De hecho, llevaba cinco años y medio engañándome. Todos nos

habíamos engañado. Esa historia no iba a tener un final feliz. Iban a ganar los malos.

Pasé las siguientes veinticuatro horas en un estado de nerviosismo raro,

www.lectulandia.com - Página 223

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