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Ready Player One - Ernest Cline

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escrita que se hacía de aquella estancia en el juego: una cocina de hornillos, una

nevera, varias sillas de madera, un fregadero y varias hileras de armarios alineadas a

distintas alturas. Abrí la nevera. Estaba llena de comida basura. Pizzas fosilizadas,

pastelitos tentempié, embutidos y una amplia gama de salsas y condimentos. Revisé

los armarios, que ocultaban gran cantidad de productos enlatados y empaquetados.

Arroz, pasta, sopa.

Y cereales. Un armario en concreto estaba hasta los topes de paquetes antiguos de

cereales de desayuno, casi todos desaparecidos del mercado antes de que yo naciera.

Fruit Loops. Honeycombs. Lucky Charms. Count Chocula, Quisp, Frosted Flakes. Y

algo más atrás, medio oculta, descubrí una caja solitaria de Cap’n Crunch. Impresas

con claridad en el paquete se leían las palabras: ¡SILBATO DE REGALO EN EL

INTERIOR!

«Una Llave de Jade oculta el capitán.»

Vertí el contenido de la caja en la encimera, esparciendo las bolas de cereal

dorado por todas partes. Y entonces lo vi: un pequeño silbato de plástico envuelto en

un papel de celofán transparente. Lo rasgué y sostuve el premio en la palma de la

mano. Era amarillo, con el rostro del dibujo animado del Capitán Crunch grabado en

relieve a un lado y un pequeño perro al otro. En ambos lados podían leerse las

palabras CAP’N CRUNCH BO’SUN WHISTLE.

Acerqué el silbato a los labios de mi avatar y lo hice soplar. Pero el silbato no

emitió ningún sonido ni ocurrió nada más.

«Mas el silbato sólo harás sonar cuando los trofeos tengas en tu crédito.»

Me guardé el silbato y abrí la bolsa que reposaba sobre la mesa de la cocina.

Descubrí que contenía una cabeza de ajo, que añadí también a mi inventario. Salí

corriendo entonces en dirección oeste y entré en el salón. El suelo estaba cubierto por

una gran alfombra oriental. Los muebles eran antiguos, como los que había visto en

películas de los años cuarenta del siglo XX, y estaban distribuidos por toda la

estancia. En la pared occidental se destacaba una puerta con personajes extraños

tallados en ella. Y frente a ella, en la pared opuesta, la preciosa vitrina de los trofeos.

Estaba vacía. En lo alto reposaba una linterna de pilas y, sobre ella, colgada en la

pared, una espada brillante.

Agarré la espada y la linterna, enrollé la alfombra oriental y, al hacerlo, descubrí

una trampilla que sabía que encontraría precisamente allí. Al abrirla apareció la

escalera que conducía al sótano oscuro.

Encendí la linterna. Mientras descendía por la escalera, la espada empezó a

centellear.

Yo seguía remitiéndome a las notas que había escrito sobre Zork en mi Diario del

Grial, que me recordaban exactamente cómo debía avanzar por el juego y su

www.lectulandia.com - Página 216

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