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Ready Player One - Ernest Cline

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en el caso de Dragones y mazmorras, jugaba a una simulación dentro de otra

simulación. A un juego dentro de otro juego.

Realicé varios inicios en falso. Jugaba durante una hora, incluso dos. Pero

entonces cometía un pequeño error y tenía que desenchufar y enchufar la máquina de

nuevo para empezar de cero. Pero ya iba por el octavo intento y había jugado durante

seis horas sin parar. Y lo estaba haciendo estupendamente. Por el momento, esa

partida me estaba saliendo perfecta. Había pasado doscientas cincuenta y cinco

pantallas y no había cometido un solo fallo. Había conseguido cargarme a los cuatro

fantasmas con todas las pildoras de fuerza (hasta llegar al laberinto dieciocho, a partir

del cual dejaban de volverse azules), y me había comido todas las frutas, pájaros,

campanas y llaves que habían aparecido y que daban puntos extra, sin morir ni una

sola vez.

Me encontraba en medio de la mejor partida de mi vida. Era ésa. Lo sentía.

Finalmente, todo iba encajando. Notaba la fuerza en mi interior.

En cada laberinto había un punto, justo por encima de la posición de inicio, donde

era posible ocultar a Pac-Man durante un máximo de quince minutos. En esa

ubicación los fantasmas no te encontraban. Recurriendo a ese truco, había podido

comer algo e ir al baño un par de veces en las seis horas anteriores.

Mientras me abría paso por la pantalla 255, la canción Pac-Man Fever empezó a

sonar a todo volumen en los altavoces de la sala de juegos. No pude evitar una

sonrisa. Estaba seguro de que aquélla tenía que ser una bromita de Halliday.

Sin salirme de mi pauta de juego, que tan buenos resultados me había dado, moví

el joystick a la derecha, me metí por la puerta secreta, salí por el lado contrario y

descendí para comerme los últimos puntos que quedaban y dejar la pantalla limpia.

Aspiré hondo mientras el contorno del laberinto azul parpadeaba y se volvía blanco.

Y en ese instante la vi. Mirándome cara a cara. La mítica pantalla partida. El final del

juego.

Entonces, en el momento más inoportuno que pueda concebirse, una alerta sobre

La Tabla apareció en mi visualización, apenas unos segundos después de que hubiera

empezado a enfrentarme a la última pantalla.

Sobreimpresas en la pantalla de Pac-Man aparecieron las diez primeras

posiciones, y al mirarlas apenas un segundo supe que Hache se había convertido en la

segunda persona en encontrar la Llave de Jade. Su puntuación había aumentado en

diecinueve mil puntos, lo que lo situaba en segundo lugar y me desplazaba a mí al

tercero.

No sé cómo, pero milagrosamente logré mantener la calma y permanecí

concentrado en mi juego Pac-Man.

Agarré el joystick con más fuerza, negándome a que mi concentración se

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