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Ready Player One - Ernest Cline

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Huevo de Pascua oculto en el interior de aquel videojuego antiguo. No se trataba de

El Huevo de Pascua. Pero sí de un huevo de pascua. Una especie de reto, de

rompecabezas, de enigma, un desafío que —estaba casi seguro— había sido colocado

allí por el propio Halliday. Yo no sabía si tenía algo que ver con la Llave de Jade. Tal

vez no estuviera relacionado con La Cacería en absoluto. Pero sólo había una manera

de averiguarlo.

Tendría que jugar la partida perfecta de Pac-Man.

Y no era cosa fácil. Había que superar sin errores doscientos cincuenta y seis

niveles, hasta llegar a la última pantalla partida. Y había que comerse todos y cada

uno de los puntos, los energizantes, las frutas y los fantasmas que fueran surgiendo en

el camino, sin perder ni una sola vida. En los sesenta años de historia del juego se

habían documentado menos de veinte juegos perfectos. El propio James Halliday

había completado uno de ellos, el más rápido de todos, en poco menos de cuatro

horas. Y la hazaña había tenido lugar en una máquina de Pac-Man original, situada

en la sala de descanso de Gregarious Games.

Como yo sabía que a Halliday le encantaba el juego, había investigado bastante

sobre Pac-Man. Pero nunca había conseguido culminar un juego perfecto. Claro que

tampoco lo había intentado en serio. Hasta ese momento, no había tenido razones

para hacerlo.

Abrí mi Diario del Grial y accedí a los datos relacionados con Pac-Man que

había ido recabando. La configuración original del juego. La biografía completa de su

creador, Toru Iwatani. Todas las guías de estrategia sobre Pac-Man existentes. Todos

los episodios de los dibujos animados de Pac-Man. Los ingredientes de los cereales

Pac-Man. Y, por supuesto, los patrones de juego. Yo disponía de cantidad de

diagramas con diseños de partidas de Pac-Man, así como de horas y más horas de

grabaciones de vídeo de los mejores jugadores de la historia. Ya había estudiado

mucho material, pero volví a revisarlo un poco para refrescar la memoria. Después

cerré el diario y estudié la máquina de Pac-Man que tenía delante, como un pistolero

calibrando a su rival.

Estiré los brazos, hice girar la cabeza y el cuello varias veces, y chasquear los

nudillos.

Cuando eché los veinticinco centavos en la ranura de la izquierda, el juego emitió

un sonido electrónico que me resultó familiar. Pulsé el botón de un solo jugador y el

primer laberinto apareció en pantalla.

Rodeé el joystick con la mano derecha y empecé a jugar guiando a mi

protagonista con forma de pizza a través de laberintos y más laberintos. «Waka-wakawaka-waka…»

El entorno sintético que me rodeaba fue desapareciendo a medida que me

concentraba en el juego y me perdía en su antigua realidad bidimensional. Igual que

www.lectulandia.com - Página 208

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