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Ready Player One - Ernest Cline

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intentando fijarme en los detalles más nimios de la simulación. Vi una nota escrita a

mano y pegada sobre el tablero de un juego de Defender que decía: «Si superas la

puntuación máxima del dueño, una pizza familiar gratis.»

En ese momento, en la pantalla de un juego de Robotron se mostraba la tabla de

puntuación. Robotron permitía que el jugador con la mayor puntuación de todos los

tiempos escribiera una frase entera junto a los dígitos, en lugar de las iniciales de

rigor, y el máximo anotador de esa consola había usado aquel preciado espacio para

anunciar: «El subdirector Rundberg es un capullo integral.»

Me adentré más en la oscura cueva electrónica y llegué frente a una máquina de

Pac-Man, al fondo del salón, encajada entre una de Galaga y otra de Dig Dug. El

mueble negro y amarillo estaba lleno de rozaduras y rayas, y la chillona decoración

había empezado a despegarse.

El monitor del juego de Pac-Man estaba oscuro y había un cartel pegado en él

que rezaba: «FUERA DE SERVICIO». ¿Por qué habría incluido Halliday una

máquina estropeada en aquella simulación? ¿Se trataba, simplemente, de un detalle

más para dar realismo a la escena? Intrigado, decidí investigar.

Separé un poco el mueble de la pared y vi que el cable estaba desenchufado. Lo

enchufé y esperé a que el juego arrancara. Parecía funcionar sin problemas.

Cuando empujaba el mueble para dejarlo en su sitio, me percaté de algo. En lo

alto del juego, sujeto en el marco metálico que fijaba el cristal de la consola, había

una moneda de veinticinco centavos. La fecha que figuraba en ella era 1981, año en

que el juego Pac-Man había sido lanzado al mercado.

Yo sabía que, en los ochenta, colocar una moneda sobre la máquina del juego era

la manera de indicar que reservabas turno para ser el siguiente en usarla. Pero al

intentar agarrar la moneda, ésta no se movió. Como si estuviera empotrada en la

máquina.

Raro.

Pegué el cartel de «FUERA DE SERVICIO» en la máquina de Galaga y me fijé

en la pantalla de inicio, en la que se enumeraba a los fantasmagóricos malvados del

juego: Inky, Blinky, Pinky y Clyde. La puntuación máxima que figuraba en lo alto de

la pantalla era de 3.333.350 puntos.

Eran varias las cosas que se salían de la norma en ese caso. En el mundo real, si

una máquina de Pac-Man se desenchufaba, no guardaba las máximas puntuaciones.

Además, se suponía que el marcador daba la vuelta al llegar al millón de puntos. Pero

aquella máquina mostraba una puntuación de tres millones, trescientos treinta y tres

mil trescientos cincuenta, apenas diez puntos menos que la puntuación máxima

posible en el juego Pac-Man.

La única manera de superar esa marca era jugar un juego perfecto.

Sentí que se me aceleraba el pulso. Acababa de descubrir algo. Una especie de

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