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Ready Player One - Ernest Cline

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Otro callejón sin salida. Ese viaje había sido una pérdida de tiempo de principio a

fin. Miré a mi alrededor por última vez, intentando no dejarme vencer por la

desesperación.

Decidí regresar a la superficie por otra ruta, a través de alguna sección del museo

que no hubiera explorado en su totalidad en mis visitas anteriores. Recorrí varios

túneles que me condujeron a una inmensa caverna. Contenía una especie de ciudad

subterránea compuesta por pizzerías, boleras, colmados abiertos las veinticuatro

horas y, por supuesto, salones recreativos. Pasé por el laberinto de calles vacías y me

metí en un callejón sin salida frente a una pizzería pequeña.

Y al ver el nombre del local me quedé de piedra.

Se llamaba Happytime Pizza y era la réplica de un pequeño negocio familiar que

había existido en la ciudad natal de Halliday a mediados de los ochenta. Halliday

parecía haber copiado la configuración de Happytime Pizza de su simulación de

Middletown y haber ocultado aquel duplicado allí, en el museo de Archaide.

¿Qué coño hacía allí metida? Yo no había visto nunca que se mencionara su

existencia en ninguno de los tablones de anuncios de gunters ni en las guías de

estrategia. ¿Era posible que nadie la hubiera visto hasta ese momento?

Halliday mencionaba Happytime Pizza varias veces en su Almanaque y yo sabía

que guardaba buenos recuerdos de aquel local. Lo frecuentaba al salir de clase, para

retrasar el momento de volver a su casa.

El interior recreaba con todo lujo de detalles el ambiente de uno de aquellos

establecimientos clásicos, tan de moda en los ochenta, que eran mitad pizzería para

jóvenes, mitad salón recreativo. Tras el mostrador trabajaban varios PNJ que

preparaban la masa o cortaban porciones de tarta. (Activé mi torre olfativa Olfaprix y

constaté que, en efecto, allí olía a salsa de tomate.) El local estaba dividido en dos

mitades, el comedor y la sala de juegos. De hecho, en el comedor también los había;

las mesas de cristal, conocidas como «cabinas de cóctel», eran, en realidad, consolas

que permitían a sus usuarios jugar sentados. Así, mientras uno se zampaba una pizza

podía jugar a Donkey Kong sin levantarse de la mesa.

Si hubiera tenido hambre, habría podido pedir una porción de pizza real en el

mostrador. El pedido habría sido remitido a un distribuidor cercano a mi complejo de

apartamentos, el que yo hubiera especificado en mi lista de preferencias de mi cuenta

de alimentación de Oasis. La porción de pizza habría llegado a mi puerta en cuestión

de minutos y la habrían cargado mi cuenta.

Cuando entraba en la sala de juegos oí que en los altavoces colgados de las

paredes enmoquetadas sonaba una canción de Bryan Adams. Bryan cantaba que,

fuera donde fuese, veía que los chicos querían bailar rock. Pulsé la tecla

correspondiente en la máquina de cambio y pedí sólo una moneda de veinticinco

centavos. La retiré de la bandeja de acero inoxidable y me dirigí al fondo del local,

www.lectulandia.com - Página 206

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