18.03.2020 Views

Ready Player One - Ernest Cline

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

era un planeta hueco y las exposiciones del museo se hallaban bajo la superficie.

Al acercarme a la entrada más cercana del túnel oí que una música a todo

volumen brotaba de las profundidades. Reconocí la canción: «Pour Some Sugar on

Me», de Def Leppard, que formaba parte de su álbum Hysteria (Epic Records, 1987).

Llegué hasta el borde del círculo de luz verde resplandeciente y de un salto me

zambullí en su interior. Mientras mi avatar caía en el museo, el grafismo vectorial

verde desapareció y me encontré en un entorno de alta resolución y de colores. A mi

alrededor, todo volvía a parecer absolutamente real.

Bajo su superficie, Archaide alojaba miles de máquinas clásicas de videojuegos,

de las de salón recreativo, reproducciones esmeradas de algunas de las que habían

existido en algún lugar del mundo real. Desde la aparición de Oasis, miles de

usuarios de cierta edad habían acudido hasta allí y, con gran esfuerzo, habían

configurado réplicas virtuales de los videojuegos locales que recordaban de su

infancia, convirtiéndolas, de ese modo, en parte de la colección permanente del

museo. Y cada una de aquellas boleras, cada una de aquellas pizzerías, cada uno de

aquellos salones recreativos simulados estaban llenos de las clásicas «máquinas de

marcianitos». Existía, al menos, una copia de todos los videojuegos que habían

existido en aquellas consolas de monedas en las que se jugaba de pie. Las memorias

ROM originales de los juegos se encontraban almacenadas en el código Oasis del

planeta y los muebles de madera que los alojaban estaban configurados de manera

que su aspecto fuera idéntico al de los originales antiguos. Por el museo también se

hallaban repartidos santuarios y pequeñas muestras dedicadas a varios diseñadores y

editores de juegos.

Los diversos niveles del museo se componían de inmensas cuevas unidas por una

red subterránea de calles, túneles, ascensores, escalinatas y escaleras mecánicas y de

mano, puertas corredizas, trampillas y pasadizos secretos. Era algo así como un

gigantesco laberinto de muchos niveles. El trazado hacía que resultara muy fácil

perderse, por lo que decidí mantener activado en todo momento un mapa holográfico

tridimensional en mi visualizador. La localización de mi avatar quedaba marcada en

todo momento por un punto azul parpadeante. Yo había accedido al museo junto a un

videojuego viejo llamado El Castillo de Aladino, que se encontraba cerca de la

superficie. Pulsé un punto del mapa cercano al núcleo del planeta, que indicaba mi

destino, y la aplicación trazó al momento la ruta más rápida para llegar hasta él. No

esperé ni un momento más y salí corriendo hacia allá.

El museo estaba distribuido en capas. Allí, junto a la corteza del planeta, se

encontraban los últimos videojuegos de salón recreativo de las dos primeras décadas

del siglo XXI que se fabricaron en el mundo. Se trataba, sobre todo, de cabinas

dotadas de sofisticados simuladores con dispositivos hápticos de primera generación:

sillas vibratorias y plataformas hidráulicas que se inclinaban. Muchos simuladores de

www.lectulandia.com - Página 204

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!