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Ready Player One - Ernest Cline

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equipo adicional en mi Mochila de Carga.

Una vez que estuve convenientemente pertrechado, volví a montarme en el

ascensor y pocos segundos después alcancé la entrada de mi hangar, en el nivel

inferior de mi fortaleza. Unas luces azules parpadeaban a lo largo de la pista, que

recorría el centro del hangar hasta alcanzar dos impresionantes puertas blindadas, que

se alzaban en el extremo más alejado. Esas puertas daban al túnel de lanzamiento,

que conducía a un par de puertas idénticas encajadas en la superficie del asteroide.

Allí, a la izquierda de la pista, aguardaba mi caza Ala-X, gastado de tanto

combatir. Aparcado a la derecha, mi DeLorean. Y en el centro de la pista, se

recortaba la nave espacial que usaba con más frecuencia: la Vonnegut. Max ya había

encendido los motores, que emitían un zumbido sordo y continuo que inundaba el

hangar. La Vonnegut era una nave de transporte tremendamente modificada, a imagen

y semejanza de la Serenity, el vehículo espacial de la serie televisiva Firefly. Al

principio, cuando la adquirí, la llamaba Kaylee, pero al poco la rebauticé en honor a

uno de mis novelistas favoritos del siglo XX. Su nuevo nombre figuraba en un lateral

del casco gris abollado.

La Vonnegut había sido el botín de guerra arrebatado a una facción del clan de los

Oviraptor, que imprudentemente había intentado secuestrar mi Ala-X mientras

recorría un extenso grupo de mundos del Sector 11, conocido como el Whedonverse.

Los Oviraptors eran unos cabrones prepotentes que no tenían ni idea de con quién se

estaban metiendo. Yo ya estaba de un humor de perros antes incluso de que abrieran

fuego contra mí. De no haber sido así, lo más probable es que les hubiera dado

esquinazo acelerando hasta alcanzar la velocidad de la luz. Pero ese día me dio por

tomarme su ataque como algo personal.

Las naves eran como casi todo lo demás en Oasis. Cada una contaba con

atributos, armas y velocidades específicas. Mi Ala-X era mucho más maniobrable que

la aparatosa nave de transporte de los Oviraptor, por lo que no me supuso ningún

problema evitar las ráfagas constantes de sus armas de saldo, mientras yo los

bombardeaba con rayos láser y torpedos de protones. Tras inutilizar sus motores, subí

al abordaje en su nave y procedí a matar a todos los avatares que la ocupaban. El

capitán intentó disculparse al ver quién era, pero ese día yo no estaba para

clemencias. Después de cargarme a la tripulación, aparqué mi Ala-X en la bodega y

regresé a casa con mi nueva nave.

Mientras me acercaba a la Vonnegut, la rampa de carga se desplegó hasta tocar el

suelo del hangar. Al alcanzar la cabina, la nave ya había iniciado el despegue. Y

cuando apenas me había sentado a los mandos oí que los dispositivos de aterrizaje se

replegaban con un ruido sordo.

—Max, cierra la casa y pon rumbo a Archaide.

—Sí, mi ca-ca-ca-pitán —tartamudeó Max desde uno de los monitores del centro

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