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Ready Player One - Ernest Cline

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casa.

Llevaba ya más de cinco meses viviendo en Columbus y hacía ocho largas y

agónicas semanas que no hablaba con Art3mis. Sin embargo, no me había dedicado a

lloriquear ni a compadecerme de mí mismo durante ese tiempo. Bueno, no me había

dedicado sólo a eso. Había intentado disfrutar de mi «nueva vida» de gunter viajero

mundialmente famoso. A pesar de haber llevado a mi avatar a su máxima potencia,

seguía adelante con la búsqueda y añadía, a mi ya impresionante colección de

armamento, objetos mágicos y vehículos, que guardaba en una cámara acorazada

oculta en el corazón de mi fortaleza. Las misiones me mantenían ocupado y me

servían de distracción en mi estado de soledad y aislamiento, que cada vez sentía con

más intensidad.

Después de que Art3mis me dejara, intenté retomar el contacto con Hache, pero

las cosas ya no eran como antes. Nos habíamos distanciado y yo sabía que era culpa

mía. Nuestras conversaciones se movían entre la reserva y la cautela, como si los dos

temiéramos revelar algo que el otro pudiera usar en su beneficio. Se notaba que ya no

confiaba en mí. Y si yo me había obsesionado con Art3mis, él parecía obsesionado

con ser el primer gunter en encontrar la Llave de Jade. Pero hacía ya casi un año que

habíamos franqueado la Primera Puerta y la ubicación de la Llave de Jade seguía

siendo un misterio.

Llevaba prácticamente un mes sin comunicarme con Hache. Nuestra última

conversación había degenerado en un concurso de gritos que terminó cuando yo le

recordé que él «no habría encontrado siquiera la Llave de Cobre» si yo no lo hubiera

conducido directamente hasta ella. Él me miró fijamente un segundo antes de

desconectarse de la sala de chat. Testarudo y orgulloso, yo me había negado a

llamarlo en ese mismo momento para disculparme y entonces me parecía que había

pasado demasiado tiempo.

Sí. Estaba en racha. En menos de seis meses había logrado cargarme las dos

amistades que más me importaban.

Entré en el canal de televisión de Hache, que él había bautizado como H-Feed. En

ese momento emitía un combate de lucha de finales de los ochenta entre Hulk Hogan

y Andre el Gigante. Ni me molesté en ver qué pasaban en el canal de Daito y Shoto,

porque sabía que sería alguna película antigua de samuráis. No programaban otra

cosa.

Pocos meses después de nuestro tenso primer encuentro en El Sótano de Hache,

había logrado establecer cierta amistad con ellos cuando los tres formamos equipo

para completar una extensa misión en el Sector 22. La idea había sido mía. No me

gustaba que las cosas hubieran terminado de aquel modo la primera vez y esperé a

que se me presentara la ocasión de tenderles la rama de olivo a los dos samuráis. Y la

ocasión se presentó cuando descubrí la existencia de una misión de alto nivel llamada

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