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Ready Player One - Ernest Cline

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artista, álbum y año de lanzamiento. «“A Million Miles Away”, The Plimsouls,

Everywhere at Once, 1983.» Y me puse a cantar, pronunciando bien la letra.

Sabérmela bien, sin fallos, entera, podía salvarle la vida a mi avatar algún día.

Cuando terminé de correr, me retiré el visor y empecé a quitarme el traje háptico.

Se trataba de una operación que había que ejecutar despacio, para evitar dañar sus

componentes. Mientras lo hacía, las almohadillas de contacto emitían una especie de

chasquidos al despegarse de mi piel y me dejaban unas minúsculas marcas por todo el

cuerpo. Después lo introduje en la unidad de limpieza y extendí el otro en el suelo.

Max ya había abierto la ducha y seleccionado la temperatura exacta que me

gustaba. Al meterme en la cabina cubierta de vapor, Max activó allí la lista de

reproducción musical. Reconocí los primeros compases de Change, de John Waite.

De la banda sonora de Loco por ti. Geffen Records. 1985.

La ducha funcionaba prácticamente como uno de aquellos túneles de lavado de

coche antiguos. Yo sólo tenía que quedarme quieto y la cabina lo hacía casi todo. Me

disparaba chorros de agua jabonosa desde distintos ángulos y luego me enjuagaba.

No tenía que lavarme el pelo, porque la ducha también dispensaba una solución notóxica

que eliminaba el vello y que yo me frotaba en la cara y el cuerpo. De ese modo

me ahorraba tener que afeitarme y cortarme el pelo, molestias que no me interesaban

lo más mínimo. Tener una piel bien lisa también me ayudaba a ponerme el traje táctil.

Al principio se me hacía raro verme sin cejas, pero no tardé en acostumbrarme.

Cuando los chorros de agua dejaron de salir, se activaron los secadores, que en

cuestión de segundos eliminaron todo resto de humedad de mi cuerpo. Me fui a la

cocina y abrí una lata de Sludge, un preparado de desayuno alto en proteínas con

vitamina-D (que me ayudaba a combatir los efectos de la privación de sol). Mientras

lo ingería, los sensores de mi ordenador tomaron nota, escanearon el código de barras

y restaron las calorías del total que tenía asignado para el día. Una vez resuelto el

trámite del desayuno, me puse el traje limpio. Vestirse con él no era tan delicado

como quitárselo, pero aun así debía concentrarme.

Con el traje puesto, ordené la extensión de la silla. Me detuve un instante a

contemplar el equipo de inmersión. Me había sentido tan orgulloso cuando pude

comprármelo… Pero con el paso de los meses había llegado a verlo como lo que era:

un artilugio muy sofisticado con el cual engañar mis sentidos que me permitía vivir

en un mundo que no existía. Cada uno de sus componentes era un barrote de la celda

donde voluntariamente me había encerrado a mí mismo.

Ahí, de pie, iluminado por la luz mortecina de los fluorescentes de mi minúsculo

apartamento, no había modo de escapar a la verdad: En la vida real, yo no era más

que un ermitaño antisocial. Un recluso. Un geek pálido y obsesionado con la cultura

pop. Un agorafóbico sin amigos, sin verdaderos contactos humanos. Era sólo otra

alma triste, perdida y solitaria, que malgastaba su vida en un videojuego mitificado.

www.lectulandia.com - Página 187

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