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Ready Player One - Ernest Cline

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recepción. Si todo estaba en orden, yo abría la puerta interior y recibía el encargo. El

capitalismo se abría paso hasta mí sin que yo tuviera que interactuar cara a cara con

otro ser humano. Podría haber sido de otro modo, pero no, gracias, así era como yo lo

prefería.

En el estudio mismo no había gran cosa que ver, lo que a mí me venía bien,

porque pasaba el menor tiempo posible mirándolo. Se trataba, básicamente, de un

cubo de unos diez metros de longitud por diez de ancho. Empotrados en una pared

estaban la ducha y el retrete modulares y, en la opuesta, la cocina ergonómica. No la

había usado nunca. Mis comidas, cuando no me las traían a casa, eran siempre

congeladas. Si acaso, me preparaba unos brownies en el microondas.

El resto del estudio estaba presidido por mi equipo de inmersión en Oasis. Había

invertido mucho dinero en adquirirlo. Siempre salían al mercado componentes

nuevos, más rápidos o versátiles, y yo me gastaba gran parte de mis escasos ingresos

en actualizarlo.

La joya de la corona de mi equipo era, claro está, mi consola Oasis personalizada.

El ordenador que alimentaba mi mundo. Yo mismo lo había construido, pieza por

pieza, en el interior de un chasis esférico Odinware de espejo. Contaba con un

procesador acelerado tan rápido que su ciclo temporal rayaba en la precognición. El

disco duro interno tenía tal capacidad de almacenamiento que permitía archivar tres

veces Todo lo Existente.

Me pasaba la mayor parte del tiempo en mi silla háptica adaptable HC5000 de

Shaptic Technologies. Estaba suspendida de dos brazos robóticos articulados fijados a

las paredes y al techo de mi apartamento, diseñados para permitir que la silla girara

sobre sus cuatro ejes. Es decir que, cuando estaba atado a ella, la unidad podía saltar,

girar sobre sí misma o sacudir mi cuerpo para crear la sensación de que me caía,

volaba o me hallaba sentado al volante de una lanzadera atómica que viajaba al doble

de la velocidad del sonido a través de un desfiladero en la cuarta luna de Altair VI.

La silla funcionaba combinada con mi Traje Integral Háptico, un atuendo

sensorial completo dotado de feedback. Cubría todo mi cuerpo, de la nuca para abajo,

y disponía de unas discretas aberturas que me permitían hacer mis necesidades sin

tener que quitármelo. El exterior del traje estaba cubierto por un complejo

exoesqueleto, una red de tendones y articulaciones artificiales que podían tanto captar

como inhibir mis movimientos. Fijada al interior del traje había una especie de

telaraña de activadores diminutos que entraban en contacto con mi piel cada pocos

centímetros. Podían activarse en grupos pequeños o grandes a fin de generar una

simulación táctil y hacer sentir a mi piel cosas que no estaban ahí. Así, generaban de

forma convincente sensaciones como la de que alguien te diera una palmadita en el

hombro, o una patada en la espinilla, o la de recibir un tiro en el pecho. (El software

de seguridad que llevaba incorporado impedía que mi equipo me causara un daño

www.lectulandia.com - Página 181

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