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Ready Player One - Ernest Cline

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mostraban un plano corto de Og en la cabina, para que todo el mundo pudiera ver con

claridad a su avatar. El viejo mago llevaba unos vaqueros caídos, sandalias y una

camiseta de Star Trek: The Next Generation. Saludó a los congregados y pinchó su

primer tema, un remix bailable del Rebel Yell de Billy Idol.

De la pista de baile se elevó un clamor de entusiasmo.

—¡Esta canción me encanta! —gritó Art3mis, clavando la vista en la zona de

baile. Yo la miré, inseguro—. ¿Qué te pasa? —me dijo entre burlona y comprensiva

—. ¿El niño no sabe bailar?

Y, dicho esto, se sumergió en el ritmo, empezó a mover la cabeza de un lado a

otro y a menear las caderas. Dando un salto se separó del suelo y empezó a flotar y a

elevarse hacia la pista. Yo tuve que alzar la mirada para no perderla de vista,

temporalmente paralizado, mientras intentaba armarme de valor.

—Ya está bien —murmuré—. ¿Por qué no?

Doblé las rodillas y salté con fuerza para despegarme del suelo. Mi avatar

emprendió el vuelo y se elevó, flotando junto a Art3mis. Los avatares que ya se

encontraban en la pista de baile se apartaron para dejarnos espacio, creando un

pasadizo que conducía al centro de la pista. Vi a Og en su burbuja, a poca distancia de

donde nos encontrábamos. Giraba y giraba como un derviche, volvía a mezclar la

canción que sonaba mientras ajustaba el vórtice de gravedad de la pista de baile. Era

él quien, en realidad, hacía girar la discoteca entera, como si de un viejo disco de

vinilo se tratara.

Art3mis volvió a guiñarme un ojo, juntó las piernas y formó con ellas una cola de

sirena. Batió su nueva extremidad una sola vez y me dejó atrás, su cuerpo se

ondulaba y contorsionaba al ritmo de la música, como de ametralladora, mientras

nadaba en el aire. Después se volvió y me miró, suspendida, flotando, y me sonrió

mientras me extendía la mano, pidiéndome que me uniera a ella. El pelo le rodeaba el

rostro como un halo, como si estuviera bajo el agua.

Cuando me acerqué a ella, agarró mi mano y, al hacerlo, su cola de sirena

desapareció y recuperó las piernas, que movía y cruzaba al ritmo de la música.

Como ya no me fiaba de mis instintos, me bajé una aplicación de última

generación para bailes de avatares llamado Travoltra, que había descargado y

probado horas antes. El programa controlaba los movimientos de Parzival y los

sincronizaba con la música. Así, mis cuatro extremidades se transformaron en ondas

sinuosas y empecé a bailar como un loco.

Art3mis se mostró encantada y se le iluminaron los ojos. Empezó a imitar mis

movimientos y los dos girábamos como electrones acelerados. Y entonces cambió de

forma.

Su avatar perdió la apariencia humana y se disolvió hasta convertirse en una baba

amorfa que cambiaba de tamaño y color intermitentemente, en función de la música.

www.lectulandia.com - Página 175

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