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Ready Player One - Ernest Cline

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retorcían y daban tumbos al ritmo de la música, que atronaba desde unos altavoces

esféricos flotantes que parecían ir a la deriva por toda la discoteca.

En medio de quienes bailaban, una gran burbuja transparente permanecía

suspendida en el espacio, ocupando el centro del local. Ésa era «la cabina» en la que

el disc jockey ejercía su oficio rodeado de platos, mezcladores, cuadros de sonido y

mandos. En ese momento, ocupaba la tarima el disc jockey telonero, R2-D2, que

usaba sus brazos robóticos para darlo todo a los platos. Reconocí la melodía que

estaba sonando: un remix de 1988 de la canción Blue Monday, de New Order, con

gran cantidad de efectos especiales de los androides de La guerra de las galaxias

incluidos. Al avanzar en dirección a la barra más cercana, los avatares con quienes

me cruzaba se detenían a mirarme y me señalaban con el dedo. No les presté

demasiada atención, porque lo que quería era encontrar a Art3mis.

Cuando llegué a la barra, pedí un detonador gargárico pangaláctico a la camarera

klingon, y me bebí la mitad de un trago. R2 puso entonces otro clásico de los ochenta.

«Union of the Snake —dije en voz alta, sonriendo, pues identificar todo lo que tenía

que ver con esa década se había convertido ya en costumbre para mí—. Duran Duran,

1983.»

—No está mal, fenómeno —dijo una voz familiar en un tono lo bastante alto para

hacerse oír por encima de la música.

Al volverme vi a Art3mis, que estaba de pie detrás de mí. Llevaba ropa de noche:

un vestido azul metálico que parecía pintado con espray. El pelo castaño oscuro de su

avatar peinado a lo paje, lo que delimitaba a la perfección su preciosa cara. Estaba

imponente.

—¡Un Glenmorangie! ¡Con hielo! —gritó a la camarera.

Sonreí para mis adentros. Aquélla era la bebida favorita de Connor MacLeod. Esa

chica me tenía loco.

Cuando le sirvieron la copa, me guiñó un ojo, brindamos y se la bebió de un solo

trago. Las conversaciones de los avatares que nos rodeaban subieron de volumen.

Había empezado a propagarse por todo el local que Parzival y Art3mis estaban allí,

charlando entre ellos en la barra.

Art3mis echó un vistazo a la pista de baile, y me miró.

—¿Qué me dices, Percy? —me preguntó—. ¿Te apetece mover el esqueleto?

—No si sigues llamándome «Percy» —repliqué.

Ella se echó a reír y en ese momento la canción terminó y la discoteca quedó en

silencio. Todas las miradas se dirigieron hacia la cabina del disc jockey, donde R2-D2

desaparecía tras una lluvia de luz, como si se hallara inmerso en un episodio de Star

Trek. Y entonces, de esa misma luz, surgió un avatar canoso muy conocido y se

colocó tras las platinas. La gente estalló en gritos de alegría. Era Og.

Centenares de ventanas de vídeo se materializaron en el aire. Cada una de ellas

www.lectulandia.com - Página 174

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