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Ready Player One - Ernest Cline

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inteligencia artificial llamado KITT (que adquirí en una subasta online), así como un

escáner rojo a juego con El coche fantástico encima de la rejilla del DeLorean.

También le puse un dinamizador de oscilación, mecanismo que le permitía atravesar

la materia sólida. Finalmente, para que mi vehículo temático de los ochenta resultara

completo, pegué un adhesivo de los Cazafantasmas en cada una de las puertas de

apertura vertical, y añadí unas matrículas personalizadas en las que podía leerse

ECTO-88.

Lo tenía desde hacía pocas semanas, pero mi DeLorean del Coche Fantástico y

los Cazafantasmas, capaz de viajar en el tiempo y de atravesar la materia, se había

convertido ya en mi marca personal.

Sabía que dejarlo aparcado en una zona PvP era una invitación abierta a que

cualquier imbécil me lo robara. El DeLorean estaba dotado de varios sistemas

antirrobos, y el sistema de arranque disponía del mismo dispositivo que el de Max

Rockatansky, por lo que si algún otro avatar intentaba ponerlo en marcha, la cámara

de plutonio soltaba una pequeña explosión termonuclear. Con todo, mantener mi

coche a salvo no me iba a resultar tan difícil allí, en Neonoir: tan pronto como me

bajé de él pronuncié un hechizo para que menguara, y cuando alcanzó el tamaño de

una caja de cerillas, me lo metí en el bolsillo. Las zonas mágicas tenían sus ventajas.

Miles de avatares se apretujaban contra los campos magnéticos delimitados por

unas cuerdas de terciopelo, que impedían el paso a todos los que no disponían de

invitación. Mientras me acercaba a la entrada, la muchedumbre me bombardeaba con

una mezcla de insultos, peticiones de autógrafos, amenazas de muerte y declaraciones

de amor eterno entre sollozos y lágrimas. Yo llevaba activado el escudo corporal

pero, para mi sorpresa, nadie disparó contra mí. Entregué la invitación al portero

cyborg e inicié el ascenso por la escalera de cristal que daba acceso al club.

Entrar en el Distracted Globe era una experiencia perturbadora. La esfera gigante

era hueca por dentro y la superficie curvada interior servía de barra de copas y zona

de estar. Una vez traspasado el umbral, las leyes de la gravedad cambiaban.

Caminaras por donde caminaras, los pies se mantenían siempre pegados a las paredes

interiores de la esfera, por lo que podías avanzar en línea recta hasta lo «alto» del

club y descender luego por el otro lado, hasta llegar al mismo punto de partida. El

inmenso espacio vacío que se extendía en el centro de la esfera servía de «pista de

baile» de gravedad cero. Se llegaba a ella, simplemente, dando un salto para separar

los pies del suelo, como Superman cuando despegaba, y se «nadaba» en el aire para

llegar a la «zona de marcha» exenta de gravedad.

Al entrar, miré hacia arriba —o hacia lo que para mí quedaba arriba en ese

momento— y estudié todo durante largo rato. El local estaba a tope. Centenares de

avatares se movían de un lado a otro como hormigas en el interior de un globo vacío.

Otros habían salido ya a la pista de baile y giraban sobre sí mismos, volaban, se

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