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Ready Player One - Ernest Cline

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Empecé a enviarle e-mails. Al principio me reprimía un poco y le escribía sólo

una vez a la semana. Para mi sorpresa, ella nunca dejaba de responderme. Por lo

general lo hacía con una frase, en la que me comunicaba que estaba demasiado

ocupada para responder. Pero de vez en cuando, sus respuestas eran más largas y así

fue como empezamos a escribirnos. Al principio, varias veces a la semana.

Gradualmente, nuestros correos se hicieron más extensos, más personales.

Empezamos a escribirnos al menos una vez al día. En ocasiones, más. Cada vez que

un e-mail suyo llegaba a mi bandeja de entrada, dejaba todo lo que estuviera haciendo

y lo leía.

Al poco tiempo nos reuníamos en sesiones de chat privadas al menos una vez al

día. Competíamos en juegos de mesa antiguos, veíamos películas y escuchábamos

música. Hablábamos durante horas. Conversaciones larguísimas, apasionadas, sobre

todo lo humano y lo divino. Pasar tiempo con ella me embriagaba. Parecíamos

tenerlo todo en común. Compartíamos los mismos intereses. Nos movíamos por una

misma meta. Ella comprendía todas mis bromas. Me hacía reír. Me hacía pensar y

cambiar mi manera de ver el mundo. Yo nunca había establecido una relación tan

estrecha y cercana con otro ser humano. Ni siquiera con Hache.

Ya no me importaba que, en teoría, fuéramos rivales y, al parecer, a ella tampoco.

Empezamos a compartir detalles de nuestras investigaciones. Nos contábamos qué

películas estábamos viendo en ese momento, qué libros leíamos. Empezamos incluso

a intercambiar teorías y a debatir nuestras interpretaciones de distintos pasajes del

Almanaque. Cuando estaba con ella no era capaz de mostrarme cauto. Una vocecilla

en mi mente no dejaba de advertirme de que todo lo que ella me decía podía ser, en

realidad, un intento de enredarme y de que, tal vez, quisiera confundirme. Pero yo no

lo creía. Yo confiaba en Art3mis, a pesar de tener motivos para no hacerlo.

A principios de junio terminé el instituto. No asistí a la ceremonia de graduación.

Había dejado de ir a clase cuando huí de las Torres. Según suponía, los sixers me

daban por muerto y no quería proporcionarles pistas asistiendo a clase durante

aquellas últimas semanas. Perderme los exámenes finales no era grave en mi caso,

pues había conseguido un número de créditos más que suficiente para obtener el

título. La escuela me lo envió por e-mail. El diploma real, en papel, lo mandaron por

correo postal a mi domicilio de las Torres, que ya no existía, por lo que no sé qué fue

de él.

Mi intención, al terminar el instituto, era entregarme en cuerpo y alma a La

Cacería. Pero lo único que me apetecía era estar con Art3mis.

www.lectulandia.com - Página 166

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