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Ready Player One - Ernest Cline

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aparecer los nombres de nuevos avatares. En cuestión de días, la lista de éstos en La

Tabla superaba ya los cien nombres.

Con la zona llena de gunters, los sixers ya no podían volver a instalar su campo

de fuerza. Los gunters los atacaban y destruían las naves y los equipos que

encontraban a su paso. De modo que los sixers renunciaron a su barricada, pero

siguieron enviando avatares a la Tumba de los Horrores en busca del máximo número

de copias de la Llave de Cobre. Nadie podía hacer nada para impedírselo.

Un día después de la explosión en las Torres, apareció un breve en uno de los

informativos locales. Mostraron una grabación donde unos voluntarios buscaban

restos humanos entre los escombros. Lo que encontraban estaba en tal estado que

excluía toda posibilidad de identificación.

Al parecer, los sixers habían colocado, en el lugar de los hechos, gran cantidad de

productos químicos y de equipos de fabricación de drogas, para que pareciera que

había estallado un laboratorio de metanfetaminas camuflado en alguna de las

caravanas fijas. Y les salió como esperaban. Los policías no se molestaron siquiera en

investigar los hechos. Las torres se elevaban muy cerca las unas de las otras y su

proximidad al montón de caravanas aplastadas y calcinadas desaconsejaba usar

alguna de las viejas grúas de construcción para intentar retirarlas. Así pues, las

dejaron donde habían caído, donde iniciarían su lento proceso de oxidación sobre la

tierra.

Tan pronto como recibí en mi cuenta el primero de los pagos que me debían,

adquirí un billete de autobús —sólo de ida—, con destino a Columbus Ohio, que

tenía su salida a las ocho de la mañana del día siguiente. Pagué el suplemento de

primera clase, que incluía una butaca más cómoda y una conexión con mayor ancho

de banda. Pensaba pasar gran parte del largo trayecto metido en Oasis.

Después de reservar el viaje, hice una lista de todo lo que tenía en mi guarida y

metí en una mochila vieja los artículos que decidí llevarme: la consola de Oasis que

entregaban en el colegio, el visor y los guantes, mi ejemplar desgastado del

Almanaque de Anorak, mi Diario del Grial, algo de ropa y mi ordenador portátil.

Todo lo demás se quedaría donde estaba.

Cuando anocheció, salí de la furgoneta, la cerré y arrojé las llaves entre el montón

de chatarra. Me cargué al hombro la mochila y me alejé de las Torres por última vez.

Sin mirar atrás.

Caminé por calles concurridas y logré evitar que me robaran camino de la

terminal de autobuses. Al otro lado de la puerta, sobrevivía un destartalado punto de

atención al cliente y, tras echar un rápido vistazo a las instalaciones, saqué el billete y

lo entregué. Me senté junto al andén y me puse a leer el Almanaque de Anorak hasta

que fue la hora de subir al autobús.

www.lectulandia.com - Página 154

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