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Ready Player One - Ernest Cline

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Ella se detuvo para inspeccionar el estante de los suplementos de juegos de rol.

—Has recreado a la perfección el sótano de Morrow. Hasta el último detalle. ¡Yo

quiero vivir aquí!

—Pues si quieres te hago un sitio fijo en la lista de invitados. Entra y quédate

cuando quieras.

—¿De verdad? —preguntó ella, manifiestamente encantada con la invitación—.

¡Gracias! Lo haré. Eres de lo que no hay, Hache.

—Pues sí —admitió él, sonriendo—. Sí que lo soy.

Parecían llevarse más que bien y aquello me ponía muy celoso. Yo no quería que

a Art3mis le gustara Hache, ni viceversa. La quería para mí.

Daito y Shoto se conectaron poco después y aparecieron simultáneamente en lo

alto de la escalera de El Sótano. Daito era el más alto, y podía tener dieciocho o

diecinueve años. Shoto medía un palmo menos y parecía mucho más joven. Trece

años si acaso. Los dos avatares tenían aspecto de japoneses y se parecían muchísimo,

como si fueran dos fotografías del mismo hombre tomadas con cinco años de

diferencia. Llevaban la misma armadura tradicional de samurái y lucían en el cinto

una wakizashi corta y una katana más larga.

—Saludos —dijo el más alto—. Yo soy Daito y éste es mi hermano menor, Shoto.

Gracias por invitarnos. Es un honor reunirnos con los tres.

Nos dedicaron una reverencia al unísono. Hache y Art3mis se la devolvieron, y

yo hice lo mismo un instante después. Cuando nos tocó el turno de presentarnos, ellos

repitieron la inclinación de cabeza y nosotros volvimos a devolverles el saludo.

—Muy bien —anunció Hache al fin, una vez concluidos los formalismos—. Será

mejor que dé inicio la reunión. Estoy seguro de que ya habéis visto las noticias. Los

sixers se han desperdigado por Ludus. Son miles y llevan a cabo una búsqueda

sistemática en la superficie del planeta. Aunque no sepan bien qué es lo que andan

buscando, no tardarán en encontrar la entrada de la tumba…

—De hecho —le interrumpió Art3mis—, ya la han encontrado. Hace unos treinta

minutos.

Todos nos volvimos a mirarla.

—Todavía no ha salido en las noticias —constató Daito—. ¿Estás segura?

Ella asintió.

—Me temo que sí. Esta mañana, cuando me enteré de lo de los sixers, decidí

ocultar una cámara de seguimiento en unos árboles, junto a la entrada de la cueva,

para mantener un control de la zona.

Activó una ventana de vídeo en el aire, frente a ella, y le dio la vuelta para que

todos la viéramos. Las imágenes mostraban un plano general de la colina de cima

plana y del claro que la rodeaba, vista desde arriba, desde lo alto de uno de los

árboles. Desde ese ángulo no costaba ver que las grandes rocas negras situadas en lo

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