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Ready Player One - Ernest Cline

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desmaterializarse delante de él. Sorrento me miró con gesto triste, meneando la

cabeza.

—Un paso muy tonto el tuyo, hijo —fue lo último que le oí decir antes de que mi

visor se nublara.

Permanecí inmóvil en la oscuridad de mi escondite, entrecerrando los ojos, a la

espera de la detonación. Pero pasó un minuto y no sucedió nada.

Me levanté el visor y me quité los guantes con manos temblorosas. Mis ojos

empezaban a adaptarse a la penumbra y solté un largo suspiro de alivio. Sí, después

de todo había sido un farol. Sorrento había jugado a un jueguecito retorcido y

macabro conmigo. Un jueguecito muy eficaz.

Mientras me bebía una botella de agua entera, caí en la cuenta de que debía

advertir a Hache y a Art3mis. Los sixers también irían tras ellos.

Estaba volviendo a ponerme los guantes cuando oí la explosión.

La onda expansiva llegó un segundo después de la detonación, e instintivamente

me eché al suelo en mi escondite con las manos sobre la cabeza. A lo lejos oí el

sonido del metal al ceder, pues varias torres de caravanas habían empezado a

desplomarse, a soltarse del andamiaje y a caer unas contra otras como inmensas

fichas de dominó. Aquel espantoso estrépito siguió durante lo que a mí me pareció un

espacio de tiempo interminable. Y después, silencio total.

Finalmente salí de mi parálisis y abrí la puerta trasera de mi furgoneta. Invadido

por un aturdimiento de pesadilla, llegué hasta el borde de mi montón de chatarra y

desde allí vi una gigantesca columna de humo y llamas que se elevaba en el otro

extremo del barrio.

Seguí al río de gente que corría hacia allá, rodeando el perímetro meridional de

las Torres. La caravana fija de mi tía se había desmoronado, era una ruina abrasada y

humeante, lo mismo que todas las adyacentes. No quedaba nada, apenas un montón

inmenso de metales retorcidos y aún en llamas.

Me mantuve a distancia, pero una gran multitud de personas se había adelantado

y se congregaba ante mí, tratando de acercarse al incendio todo lo que podía. Nadie

se molestaba siquiera en intentar penetrar en aquel amasijo de hierros para rescatar a

algún posible superviviente. Parecía evidente que no los habría.

Una viejísima bombona de gas propano pegada a una de las caravanas aplastadas

emitió una pequeña detonación y la gente, presa del pánico, se dispersó y buscó

refugio. Casi al momento se produjo una rápida explosión en cadena. Los curiosos

retrocedieron y ya no volvieron a acercarse mucho al lugar del incendio.

Los residentes que vivían en las torres cercanas sabían que si el fuego se

propagaba, tendrían graves problemas, por lo que ya había empezado a llegar mucha

gente con intención de combatir el fuego. Usaban mangueras de jardín, cubos,

recipientes grandes y todo lo que encontraban. Poco tiempo, las llamas estaban

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