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Ready Player One - Ernest Cline

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ningún PNJ que fuera una recreación de sí mismo o de sus difuntos padres en aquel

espacio. Tal vez, incluso para él, la idea resultaba demasiado macabra. Pero sí

encontré una fotografía de familia colgada en una de las paredes del salón. Estaba

hecha en el Kmart del barrio, en 1984, pero el señor y la señora Halliday todavía

vestían a la moda de los setenta. Jimmy, de doce años, alto y moreno, posaba tras

ellos, mirando a la cámara protegido por las gafas de vidrios gruesos. Los Halliday

parecían una familia media americana. Allí no había el menor indicio de que aquel

hombre serio del traje de sport marrón era un maltratador alcohólico, de que la mujer

sonriente, vestida con chaqueta y pantalones de flores, era bipolar, ni de que aquel

joven con una camiseta de Asteroids de tonos desvaídos crearía, un día, un universo

totalmente nuevo.

Miré a mi alrededor, preguntándome por qué Halliday, que siempre se había

lamentado de una infancia desgraciada, había llegado a sentir, con el tiempo,

nostalgia de ella. Yo sabía que si algún día lograba salir de las Torres, jamás volvería

la vista atrás. Ni crearía una simulación detallada del lugar.

Me fijé en el aparatoso televisor Zenith y en la Atari 2600 conectada a él. El

plástico que imitaba madera, que recubría la consola, combinaba a la perfección con

el plástico que imitaba madera del mueble del televisor y con las paredes del salón.

Junto a la Atari había una caja de zapatos con nueve cartuchos de juegos: Combat,

Space Invaders, Pitfall, Kaboom!, Star Raiders, The Empire Strikes Back, Starmaster,

Yar’s Revenge y E.T. Los gunters habían atribuido una gran importancia a la ausencia

de Adventure, el juego al que, al final de Invitación de Anorak, se veía jugar al propio

Halliday en esa misma consola. Había gente que había rastreado todas las

simulaciones de Middletown en busca de alguna copia, pero en todo el planeta no

había aparecido ni una sola. Los gunters habían llevado hasta allí, desde otros

planetas, copias de Adventure, mas cuando intentaban jugar en la Atari de Halliday

nunca funcionaban. Hasta el momento, nadie había descubierto por qué.

Realicé una búsqueda rápida por el resto de la casa y me aseguré de que no

hubiera ningún otro avatar presente. Luego abrí la puerta del dormitorio de James

Halliday. Como lo encontré vacío, entré y cerré por dentro. Desde hacía años

circulaban fotos e imágenes simuladas de la habitación, que había estudiado con

detalle. Pero era la primera vez que ponía los pies en el «escenario real» y sentí

escalofríos.

La moqueta era de un color mostaza horripilante. Lo mismo que el papel pintado,

oculto en su mayor parte por pósters de películas y grupos de rock: Escuela de

genios, Juegos de guerra, Tron, Pink Floyd, Devo, Rush. Justo detrás de la puerta

había una estantería atestada de libros de bolsillo de ciencia ficción y fantasía (que yo

ya había leído, por supuesto). Junto a la cama, en una segunda librería, se alineaban

de arriba abajo revistas viejas de ordenadores, así como los manuales de reglas de

www.lectulandia.com - Página 100

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