Mónica Bruder entrevista - El valor de la escritura (entrevista a Mauricio)

MÓNICA L. BRUDER
El valor de la escritura
Entrevista a Mauricio

“El conflicto que se resuelve en
el cuento terapéutico se presenta
como una fotografía, como
una condensación de lo vivido
traumáticamente por el sujeto y
que termina finalmente”.

EL VALOR DE LA ESCRITURA.
Mauricio pasa 14 años en la cárcel por razones políticas
en Uruguay. Previamente a esta situación traumática era escritor.
El recurso de su escritura lo traslada simultáneamente a la
vivencia dentro de la cárcel, favoreciendo el poder soportar este
hecho o suceso vital con mayor entereza.
ENTREVISTA A MAURICIO: (15 de agosto de 2002- Montevideo,
Uruguay). 1
Mónica: Cuando te escuché en febrero, en la entrevista
con Quiroga, me quedé impactada, no conocía nada de vos, y me
impactó la entrevista con Quiroga en la televisión, y a partir de eso
compré el libro, empecé a leerlo. No quería saber muchas cosas
más de los datos personales tuyos, quería como si hoy fuera el
día del primer conocimiento entre nosotros dos y conocer un poco
más de tu historia. Por teléfono me empezaste a contar que había
otras escrituras tuyas que quizás me iban a servir para la tesis;
por mi parte es el tema de la escritura dentro de la situación de la
cárcel que vos viviste lo que me interesa conocer.
Mauricio: Hay mucho material sobre eso que, si tenés
intenciones de llevar alguno te puedo dejar algunos títulos, acá
en el shopping hay una biografía que me hicieron. Se llama: Las
Vidas de Mauricio...
1 Las frases, palabras u oraciones que se consideran que contribuyen
a lo expuesto en el Marco Teórico han sido remarcadas en negrita.
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-Eso me constaste por teléfono.
-Ese es uno, y después de la cana hay Memorias del Calabozo,
pero tal vez lo que más te pueda interesar es una novela que
se llama “El Batarás”.
-Esa novela me la nombraste, ¿la escribiste en la cárcel?
-No, no. En la cárcel escribí poemas que salieron y escribí
obras de teatro, algunas se perdieron y otras salieron.
-Yo pensaba que el libro que habías escrito era aquel que
mencionaste en la entrevista televisiva.
-No, yo en la cárcel no tenía autorización para escribir,
digamos, bueno, te cuento mi vida.
-¡Ahí está! No sé nada, o casi nada.
-Bueno, yo era dirigente del Movimiento de Liberación
Nacional. Caí en cana y me tuvieron a punta nueve meses con
internación en hospital, parálisis y todas esas cosas. Después
de todo ese período, donde hubo acontecimientos que incluyó
negociaciones con las fuerzas armadas entre los dirigentes que
estábamos presos y los bandos militares, nos convirtieron a un
grupo de nueve dirigentes ante el temor de que pudiéramos mandar
línea desde la cárcel o elaborar documentos, nos sometieron a un
régimen de reclusión muy especial, y nos convirtió en carácter de
rehenes. Gabazo, que es alguien que estuvo en Buenos Aires...
Consistió en repartirnos por toda la república a los 9 en grupos
de 3 pero que no nos veíamos, y estábamos en calabozos, con
centinela a la vista, sin sol, sin agua. Aprendimos a reciclar nuestros
orines, estábamos a media ración, nos mascábamos las moscas
que son dulces, los bichitos... que son crocantes. El calabozo tenía
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2 metros por uno en el mejor de los casos, y bajaban la tarima
que no podías usar, te movías en 60 cm por 1,80. Eran calabozos
generalmente bajo tierra y corrían las ratas y los milicos.
-¿Cuánto tiempo estuviste?
-Trece años. Entonces no teníamos autorizada ni la lectura.
Te puedo asegurar que eso es grave dice. Un día me ocurrió una
cosa muy especial.
-¿Después de bastante tiempo?
-Seguro. Fue algo que me pasó al poco tiempo. Del otro lado
del muro. Yo estaba en un grupo de tres donde estábamos el Pepe
Mujica y el Ñato Fernández ... que hoy los dos son senadores de la
república. Entonces el Pepe había perdido un poco el centro y con
el Ñato sabíamos que estábamos muro de por medio, y teníamos
un par de señas. Cuando sentíamos un movimiento de puertas que
chirriaban, o alguien que venía, yo sabía que un golpe solo quería
decir alarma y que todo estaba bien era ruidito como de bala.
Pero una Navidad del ’73, en el calabozo no había nada de nada,
estábamos en el piso, siento que el Ñato araña la pared. Entonces
yo me siento en el único lugar posible que era contra la pared, con
la mano hacia atrás y araño en respuesta. Entonces él comienza,
sabiendo que estoy ahí, a golpear rítmicamente, entonces deduzco
que quería mandarme un mensaje pero no conocíamos el morse.
Entonces ocurría que el deseo de comunicarnos y el pensar en
qué forma. A los dos se nos había ocurrido que lo más sencillo, lo
más elemental, era hacer a la A darle un golpe, a la B dos golpes, a
la C tres golpes. Entonces primero lo frené, era Navidad, para que
me diera tiempo de arrancar de la pared un pedazo de reboque
y anotar en el piso los golpes que venían separados. Entonces él
me mandó una palabra, asociada con el día, que si yo descifraba
la primera letra, iba a descifrar toda la palabra, y de esa manera, la
clave, entonces lo que me mandaba decir era felicidad. A partir de
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entonces, hablábamos que era un pororó, nos contamos nuestras
vidas, nuestra infancia, las cosas que yo tenía pensado para
escribir, y pensaba qué escribir; elaboraba con la cabeza.
-Vos, yo sé que escribía antes...
-Sí antes era escritor conocido con premios acá y con
traducciones.
-La vivencia de la escritura ya la tenías.
-Seguro, sí, yo tenía integrado –lo que me ayudó mucho- un
mecanismo de escritor, lo que me permitía atrapar los fantasmas
antes que esos fantasmas me atraparan a mí, porque a veces la
celda se te llenaba de gente, el viejo, la vieja, mi hija, mi mujer,
mis compañeros, hacía discursos, tenía discusiones, iba a la playa,
después buscaba una ducha, encontraba todas esas fantasías.
-Estaban.
-Las vivía, porque el mundo tangible no era visible, es decir,
vivía del recuerdo, la imaginación, la fantasía, y entonces había un
momento que se volvía difícil, cuando escalar el día era...
-Siempre igual.
-Y había que escalarlo minuto a minuto. Era un caldo
espeso, ¿viste? Entonces a partir de ahí comenzamos con el Ñato
que hicimos planes, bajábamos con las brigadas internacionales, y
una producción, yo tuve que alquilar dos veces un emboque y dos
premios Nobel me dieron.
-Es decir que todas esas escrituras tenían un final con
esperanza.
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-Había de todo. Como nos trasladaban cada tres meses,
cada traslado podía ser ir a la desaparición. Un día se me
comunicó a partir de hoy son rehenes, lo que tienen que saber
ya lo saben, si hay cualquier acción afuera, bueno, ustedes son
boleta y una vez me comunicaron el fusilamiento, cuando se mata
al Coronel de Inteligencia que estaba de agregado militar en París,
el coronel Trabal, que decidió finalmente no fusilarnos a nosotros
porque estábamos muy publicitados y lo hicieron en cambio con
cinco compañeros que trajeron de la Argentina que no estaban
registrados como caídos acá y aparecieron torturados y arrojados
en los caminos vecinales.
-¿Cómo se llamaba el coronel?
-Ramón Trabal. Y bueno, creo que eso descongestionó
mucho nuestra ...
-Comunicación.
-Te podías distender, pero como en esos años tuvimos como
47 traslados, calculamos, a veces ocurría que el que quedaba en
medio era el Pepe y el Pepe no quería comunicación porque creía
que tenía colocado un grabador en el calabozo, porque hablaba
en sueños o porque hablaba solo cuando caminaba. Entonces
a veces quedábamos incomunicados por un par de años con
aquél. Eso fue una de las cosas, hay obras de teatro, narraciones,
poemas que fueron escritos a golpe de nudillo antes que otro tipo
de impresión.
-Claro, porque no había otro elemento.
-No, no había nada, era mi único lector, estaba obligado
a leerme, a oírme. Y la otra cosa que me ocurrió fue cuando uno
elabora, mi forma de trabajo, independientemente de la cárcel, es
común a la mayoría de los escritores, salvo los muy profesionales,
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si esperás me peino.
-Bueno...
-Entonces fijáte que primero elaborás los personajes, las
situaciones, y el acto de escribir es una acto que te sentás y ahí le
das. Entonces tenía mucha cosa escrita en la cabeza. Una vuelta
en Paso de los Toros, que estábamos bajo tierra, que pasaban
situaciones, había unas ratas de un tamaño, que además salían por
la cloaca, nos llevaban al baño una vez por día, pero como por ahí
entraban y salían las ratas, tenías que cagar a media asta, ¿viste?,
por las dudas que salieras un día y salieras en condiciones, y dicho
sea de paso, porque es un tema que nos es afín, especialmente en
alguna oportunidad el comandante se despidió de mi diciendo:
Meé, con usted lo que teníamos que haber hecho jabón, digo
porque a mí me dieron por bolche, por tupa, por judío, entonces
digamos el orden es alternativo, digamos, lo que da un poco la
psicología.
-Te faltaba ser del otro bando.
-Ah sí, yo consideraba que ellos eran siempre del otro
cuadro. Entonces una vuelta irrumpen en el calabozo en Paso de
los Toros, abajo, y me dicen en términos perentorios, el soldado me
dice: “Manda decir el sargento si usted es el escritor”. Lo primero
que pensé, es que había llegado hasta ahí la crítica literaria.
-Los premios Nóbeles.
-Respondí tímidamente que sí, y en el mismo tono me
autorizó: “Ordena el sargento que le escriba una carta a su novia(
la del sargento)”. Entonces me trajeron un recaudo para escribir
como de cien en los días de la independencia y escribí la carta
a la novia, y la seduje, y quedó muy contento, y eso se corrió,
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entonces todo el mundo venía a pedirme algo, yo arreglé matrimonios,
te puedo contar la historia de un matrimonio que arreglé, pero caían los
milicos y me pedían, además cada vez que entraba alguno se pasaban
el chimento. Ellos tenían prohibido hablar con nosotros. Entonces yo
me había especializado en algo muy rápido que era el acrílico, este el
acróstico, la persona me decía el nombre de la madre, de la hermana, y
le hacía un verso obligado “¿No me hace un acrílico de esos?”
Creo que una enciclopedia de acrílico debo haber escrito. Eso tenía un
valor de cambio impresionante, es decir un cacho de pan, un huevo
duro, dos cigarrillos, y a veces me dejaban que les pedía, a alguien de
confianza que tenía un guardia por 48 horas ahí, la parte de adentro de
la birome, y en las hojillas de fumar, con letra muy chiquita, yo anotaba
de corrido las cosas que tenía pensado, por ejemplo, La Margarita -que
se hizo popular en la Argentina y acá que canta Jaime Ross- lo escribí en
3 días. Son 32 sonetos, está publicado en Argentina, el CD y el poema, y
los escribí de corrido. Entonces después agarraba las hojillas de fumar,
las envolvía en un trozo de nylon y las escondía en el dobladillo de la
camiseta que cada 20 o 30 días la mandaba a la familia, y así salió toda
una literatura de las camisetas, el Saco de Antonio, el Hijo que Espera,
y Nuestros Caballos serán Blancos, perdí una novela, perdí una obra de
teatro, salió Conversaciones con Alpargatas.
-¿Había un momento en particular en que tenías necesidad de
escribir?
-Por orden de importancia, la primera necesidad era respirar, no
había ventilación, la segunda era comer, la tercera, que tal vez sea la más
importante, era la de mear porque nos llevaban al baño una vez por día
y nos tenían prohibido mear adentro, si no te daban la biava, entonces
había momentos que yo caminaba y sentía una trasmutación de órganos
y tenía la vejiga en la cabeza. Así que la literatura ocupa un lugarcito por
allá abajo.
-Había momentos como de auto-conservación primero y después
venía ...
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-Todo era, el escribir era un acto de conservación del equilibrio, es
decir, ahora vas a ver un libro que hicimos juntos Seineldín, que estuvo
10 años preso, que sale a mediados de setiembre y hay un anticipo para
la feria del libro. Y él evocaba que empezó a recordar toda su película.
Claro yo me acordé de todas las películas, los libros que leí, todas las
novias que tuve, lo que hubiera pasado si no se hubiera interrumpido
la relación con esa novia, entonces ya nos habíamos casado, teníamos
hijos y ya había que caminar con cuidado porque si no te pasabas
pisando juguetes. Todo formaba uno y a veces producía milagros, por
ejemplo una vuelta el calabozo se llenó de ratones pequeños. Resultaba
fascinante –andaban arriba mío- que hubiera vida adentro. Descubrí
la cueva, entonces tenían calabozo con baño privado, ¿te das cuenta?
Eso lo sentí como un mensaje divino, bueno y entonces lo último que
escribí en la cana fue una obra sobre Artigas y que salió publicado, hubo
premios y eso.
-Podrías decir con respecto a los temas que antes de estos fantasmas
en la cabeza, antes de la cárcel, que escribías antes, estando en la cárcel
y después que seguiste siendo escritor, hay como un hilo conductor, son
distintos o fueron apareciendo, tiene que ver con alguna historia tuya de
chico?
-Hay cosas que se van.
-Repitiendo.
-Digamos, hay alguien que dice que el destino es el hombre, yo
venía de escribir obras que estaban relacionadas con la lucha social,
Las Ranas, sobre las villas miseria, Los Caballos, sobre la huelga de los
sauceros, donde había también la presencia de elementos fantásticos,
es decir, esta patria que se hizo a caballo y que también se deshizo a
caballo, de pronto los paisanos, los hombre de campo, los cortadores de
caña de Tucumán (como los de acá) no tienen caballo, entonces hacía
falta caballos, entonces empezaron a sentir el ruido de los cascos de los
caballos y que se habían visto caballos y no existían. Quiere decir que
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esa línea yo la tenía, digamos.
-Tu preocupación siempre era lo social..
-No exactamente. Cuando uno escribe teatro lo primero que escribe
es teatro, cuando hace un discurso está haciendo un discurso, esas
cosas no se me confundieron. Entonces Las Ranas es una obra de teatro,
Los Caballos, es una obra de teatro, y La Represión de los Cañeros es
un libro de crónicas donde se mezclan la realidad, la consternación, el
periodismo y la literatura, pero tiene la intención de ser un testimonio
de esas características. Estoy hablando de textos que escribía antes. La
cuestión es que, estando en cana, ideas para escribir surgían a raíz de la
situación en que estábamos.
-De la que estaban viviendo.
-Claro, pero que de alguna manera estaban asociados, digamos, no
escribía algo social salvo la última con contenido social, pero también
todas tenían contenido social, yo te cuento el tema de dos obras que
escribí en la cana, además tenía que escribir de tal manera que le diera
un lenguaje y una expresión metafórica porque si eso caía, como estuvo
a punto de caer, porque una vuelta mi vieja no me pudo lavar la ropa y
la lavó una vecina, no sacó el tubito y me devolvió la camiseta con una
mancha azul, me la dieron por todos lados para preguntarme qué había
en esos escritos, y yo le decía “verso, verso”.
-Es un verso.
-Entonces escribías como una metáfora. Yo te cuento el tema de
dos obras que tienen que ver con la situación que estaba viviendo, que
era lo que concebía. Una de ellas se llama El Combate del Escábolo, en
Argentina hicieron esta obra.
-¿No era un cuento?
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-No, era una obra de teatro.
-¿No es que la pueden haber transformado en cuento? A ver, ¿de qué
se trata?
-No sé. La obra se hizo en Alemania en un campo de concentración,
y es un establo, que en realidad no es un establo sino una vaquificadora.
Ahí la gente que tienen, hay solamente dos personajes, los están
transformando en vacas, tienen que dejar de pensar y solamente mugir
para ganarse la libertad de los prados. Entonces hay un internado antiguo
que ya está en condiciones de ser ordeñado y es ordeñado y todos
esperan recibir la ración. Entonces es la lucha, la resistencia del que no
quiere convertirse en vaca y la lucha del que justifica el convertirse en
vaca porque por lo menos va a poder salir y va a tener un benteveo en
el lomo y podrá ver las margaritas del campo. Pero no son tan lineales
los dos, sino que en determinado momento apunta a la aceptación uno
de ellos, el joven, y el veterano, en determinado momento se rebela
porque tiene nietos, entonces de alguna manera los dos son un mismo
personaje. Y es la lucha que todos tenemos que en algún momento, en
vez de gritar, hemos mugido. Digamos, es un poco el tema. El tema se
salva porque uno de ellos que le gusta la música, y cuando se habla de
música se acuerda de su novia, con unas cañas podridas que le dan para
comer, hace una pequeña flauta.
-Transforma..
-Entonces logra arrancar un sonido, no más que un hilito, pero
sostiene.
-Es música..
-Seguro, eso no lo hace la vaca, lo hace un ser humano. No es más
que un hilito que sostiene. Digamos esa es la temática. El Saco de Antonio
está asociado también con los fantasmas, la historia se desarrolla entre
dos hermanas muy viejas encerradas sin contacto con el mundo exterior.
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-¿En qué año saliste de la cárcel?
-El 15 de marzo del ‘85.
-Grabado a fuego ese día.
-Sí, salí en una gresca. Mirá te muestro, vení. Salimos en un grupo
aparte. Nosotros dos salimos por la amnistía. Salimos por una ley
especial que establecía que, debido al tipo de condiciones de reclusión
que tuvimos, cada día de reclusión se computaba por tres, o sea que
para la próxima detención tengo unos años a favor.
-Una pregunta que me gustaría saber con respecto al tema de la
escritura, es si lo que escribiste en la cárcel, después, cuando saliste,
quedó así como estaba escrito antes de ser publicado, o lo corregiste.
-No, digamos, estaba demasiado elaborado, había demasiado
tiempo para precisar cada palabra, pero sí tuvo una característica que
eran todas obras de dos o tres personajes con diálogos muy cortos y
muy ceñidos, como los poemas que eran de muy pocas palabras, la de
Conversaciones con el Padre, por ejemplo.
-Era como una síntesis cada personaje.
-Seguro. Un día el Ñato me dice que está por cumplir años en esos
días, porque no teníamos noción del tiempo. Entonces yo le pensé un
poema que cierra el libro y que dice:
“y si éste fuera mi último poema
y sumiso y triste, raído pero entero
tan sólo una palabra escribiría:
compañero”.
-Hermoso...
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-Entonces todos tienen esa característica, ¿no? Es todo ceñido,
apretado, inclusive cuando salí, lo primero que escribí, tuve la necesidad
de romper barreras también en eso, entonces escribí una obra de teatro,
“El Regreso del Gran Tuleque”, que introduje, yo lo había introducido en
el ’59 en una obra, que es con canciones y la música también es de Jaime
Ross, y la canción final por los chiquitos que faltan, por los chiquitos
que había en el Uruguay y que ya nunca más, se convirtió en el himno
del movimiento que hubo acá contra la ley de caducidad punitiva del
estado, o sea la amnistía par los militares, no sabés la emoción, el estadio
Centenario lleno, abajo los grupos musicales y las murgas cantando eso,
y la gente de pie cantando eso. Valen la pena 13 años de cana para vivir
un momento así, es aconsejable.
-Es aconsejable. En realidad yo creo que uno vive la vida que le
toca vivir, o puede vivir, o quiere vivir, o le dejan vivir, depende.
-Sí, es un tema que trato en un poema eso que decís. Me despido
del cotorrito. Llamo cotorrito al calabozo donde estoy con mi señora, la
vida es vida, yo trato de charquito, meada de perro, pero la vida es vida,
cotorrito, hasta inmunda, digamos, eso es lo que pienso. La vida es una
fiesta aún en esas condiciones.
-Podés llegar a imaginar...
-Esto que te estoy diciendo, también hasta en el instante final
hay un deseo que tiene que ver con la vida. Yo hace poco tuve, vos
leíste el libro, acá se hizo una película ahora. “Después de Treblinka” se
llama, está en cartel traten de verla, yo aparezco en la película porque
me pidieron. Son los sobrevivientes del holocausto que hay acá, y me
invitaron. Yo no quería ir, pero ellos me dijeron que para ellos era muy
importante la continuidad de las generaciones que tocan el tema, y yo
acá hablo del alzamiento del tren Incai, y yo no conozco a nadie. Quedan
7 sobrevivientes en todo el mundo. Entonces nos juntamos, los citaron,
vinieron todos. Hay como 45 acá. Algunos eran amigos de mi viejo.
Entonces charlo con ellos y frente a mí hay un hombre de ochenta y pico
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de años, muy pulcro, con ojos celestes, pícaros, buenos, con un traje
azul muy limpio, con chaleco, con los zapatos negros muy bien lustrados,
entonces termina esa parte y Gerardo Stasky, que es el director, nos
junta y me dice: “bien, él es Chi Raijva, uno de los 7 sobrevivientes de
Treblinka”. Y él asentía con la cabeza mientras yo inventaba toda esa
historia, que no es inventada, porque es producto de las lecturas. Pero
todo esto tiene que ver porque salimos a caminar con él, no te voy a
contar en qué instancia, la instancia también es unan novela, bueno te
cuento la instancia: yo había llegado temprano porque querían hacer
unas tomas conmigo y, en determinado momento, tenía ganas de mear,
porque hacía rato que estaba, voy donde está en el Parque Rodó, un
parque público, donde estaban la maquinaria y las cámaras, y le digo
al empleado municipal: “Che, ¿dónde está el baño?”. “No, acá no hay
baño, tenés que cruzar hasta el casino” “Ni loco” le digo, y vi que había
un patio abierto cerrado con rejas con unos cajones de depósito. “Mirá,
abríme la reja y terminamos la historia” Se rió, entonces cuando termina
la historia esa donde me encuentro con Chi, se me arrima Ronnie, que
es un botija macanudo, que es hijo del Rabino Criper, que es argentino
y que tiene que ver con la asistencia en la producción de esto, y me dice
“Mirá, si él tiene deseos de ir al baño, y como vos sabés dónde queda,
lleválo”. Entonces vamos caminando con cuidado, esquivando las raíces
de los eucaliptus, eran como 80 metros, llegamos al sitio, le digo “Abrí
que somos 2”. Abrió pero como la cosa más natural del mundo. Venía
de un campo de concentración, qué problema nos vamos a hacer si para
nosotros...
-Baño público.
-Pero qué es lo que pasó. Tanto a la ida como al regreso,
sosteniéndonos mutuamente, me fue contando los momentos más
dramáticos de la historia del campo. El primer trabajo que tuve, me dice,
en Treblinka, que era un campo de exterminio, no de concentración,
llegabas y te liquidaban, llegaban a matar 150000 personas por día,
dice “cuando tuve que ordenar una montaña de ropa y me encontré
con el vestido de mi hermana”. Y la otra, que me la contó al regreso y
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que tiene que ver con lo que estábamos hablando, “fue lo más fuerte
que me pasó, y es que necesitaban 12 peluqueros y alguien de atrás
me decía ‘Di que eres peluquero’, el peluquero se salvaba porque tenía
trabajo, si no te liquidaban. Y fui el peluquero número 3, entonces lo
más horrible que me pasó es que yo estaba en un corredor, venían las
mujeres desnudas, yo tenía que quitarles todo el pelo, y ahí entraban a
la cámara de gas. Entonces vino una mujer y me dijo: ‘Por favor, demora
todo lo que puedas porque mi hija viene atrás y queremos entrar juntas’
Es decir que hasta en el último instante de vida tenés un deseo de vida,
querés morir con tu hija, quería comentarte esto para que no sientan
que me estoy olvidando de todo lo demás.
-Muy fuerte. Yo estaba por hacerte una pregunta que tiene que
ver con el tema de la escritura, y es si vos en algún momento podrías
llegar a imaginarte o pensar, si no hubieras escrito estando en la cárcel,
qué te hubiera pasado, si esta situación del haber escrito fue para vos
algo importante y beneficioso.
-Para mí fue muy importante. ¿Qué habría pasado si no hubiera
escrito? La literatura no habría perdido nada.
-Yo no lo digo desde el punto de vista literario.
-Desde el otro punto de vista, sí. Yo tengo un trabajo hecho, no
sé por dónde está, fue documentado en universidades. Instintivamente
no hubo un solo preso en el penal de Libertad que no dejar un poema,
una canción, un cuento, una novela. Es decir, de alguna manera, había
una descarga, una terapia intuitiva si querés, no la consideraban terapia,
pero componían canciones, escribían versos, tarareaban cuando eran
músicos, pero silbaban, todo el mundo dejó ahí. Hay recopilaciones de
literatura carcelaria de gente que no era escritora cuando cayó, no ya los
que eran escritores. Hay gente que se hizo escritores y muy buenos en
la cana y otros que dejaron hallazgos. Un compañero escribió poemas y
tiene un fragmento que es todo un hallazgo que dice “Hoy me sacaron
la capucha, hoy, justo hoy que tengo ganas de llorar”. Entonces no se
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convirtió luego en un escritor pero dejó ese hallazgo.
-Esa fuerza escrita.
-Sí.
-Ese lenguaje.
-Sí, por eso te digo que todo el mundo salió con algo, un mensaje,
un estudio, un pensamiento, un libro para escribir, anotaciones, poemas
escritos, hay recopilaciones de todo eso, todo el mundo dejó.
-Todos estos años después, del ’85 para acá, ¿cómo fueron, es
decir, en tu vida personal? Te reencontraste con tu hija, escribís.
-Sí, tengo la nieta arriba.
-¿Cómo se llama la nieta?
-Inés.
-Escuché algo de tu papá por lo de las fotos, pero ¿cómo es la
historia?
-Bueno, la historia de ellos es... A ellos los desalojaron. La familia
de mi mamá murió toda. Mi padre salvó la hermana y la prima, y bueno,
los desalojaron de la casa donde vivían y fueron a un hogar de ancianos
israelita donde murieron.
-¿Los llegaste a ver cuando saliste?
-Sí, ellos se mueren cuando quieren, ellos aguantaron que yo
saliera. Bueno el encuentro con ellos fue muy... La vieja me pregunta
qué hacía. Me mira y me dice: “¿comiste?”.
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-Leyendo el libro, a mí me tocaba mi historia personal, y de síntesis,
y la Bobe y toda la historia que está presente en las demás historias.
Cuando leas el libro, el mío está dedicado a mi abuelo, a mi Zeide, así que
hay puntos de contacto aunque nada que ver con tu historia..
-Y bueno, los primeros tiempos fueron...Los franciscanos nos
ofrecieron un convento donde fuimos a vivir. Ahí reorganizamos el
movimiento, hicimos la primera conferencia de prensa, desde ahí hice
mi primera salida para ir a ver a los viejos, o la gente de teatro y cultura
que me organizó una recepción.
-El reencuentro con tu hija.
-Sí, seguro eso fue lo primero, porque ya estaba ahí todas las
noches, estábamos adentro del partido, a veces nos habían trasladado
al centro y éramos 3 docenas los últimos, y ya estábamos para salir y nos
dejaron las puertas abiertas del calabozo y a veces hacíamos silencio,
alguien decía “hacé silencio” y oíamos que el muro retumbaba y la gente
afuera una multitud gritaba: “Tupa, hermanos, aquí los esperamos”.
Salimos, fuimos a comer y bueno, y después aprender a vivir de nuevo.
Aprender que cuando llegás a una puerta y vas a entrar al baño hay un
reflejo, un movimiento que perdiste y tenés que reincorporarlo. Vos
manoteás directamente el pestillo. A mí por trece años me abrieron
y cerraron la puerta. Una vez me quedé parado, “qué te pasa?” me
dijeron, “iba al baño”, “y bueno, abrílo”. Y la otra cosa, no teníamos
información. Yo hablaba con jóvenes, con los amigos de mi hija y ellos
tenían referencias que yo no tenía y yo hablaba de referencias que ellos
no conocían, desde películas a libros, a situaciones, acontecimientos
que yo no sabía. Yo me enteré de la muerte de Allende 4 años después
que ocurrió.
-El tiempo se había detenido.
-Seguro, estábamos en otro tiempo, porque del tiempo ese yo
traía también meditaciones, opiniones, literatura, historias, testimonios.
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Y después la vida de todos, una pareja, otra pareja. Llegó Bibi Anderson
con una compañía sueca que trajo justamente Los Caballos y una de
Steimberg con una invitación para que fuera a Suecia a tratarme y me
ofrecieron trabajo. Fui, escribí una obra, trabajé en otra mía. De los
derechos de esas obras salió esta casita. De la misma manera un auto,
que tengo ahí enfrente, lo llamo el Postino porque salió de los derechos
de las cartas. Y bueno, después la vida normal, militancia política, tengo
una audición radial en una radio de izquierda tres veces por semana,
tengo un programa de televisión en Tevé ciudad, son vistas son conocidas,
soy un tipo conocido y saben cómo estoy ubicado, mi actividad pasa por
ahí, y después cuando se pone el sol me sirvo un barato con hielo.
-Fantástico. ¿Escribiste cuentos en la cárcel?
-Escribí una novela, que se perdió que se llamaba El Dios Gardel,
pero no cuentos.
-¿Y termina bien esa novela?
-Y, todas las novelas si le agregás una página más terminan bien
y si le agregás otra más terminan mal. Las cosas que yo escribo tienen
finales abiertos. Pienso que la vida tiene un final abierto...
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Doctora Mónica Bruder (Ph.D)
Dra. en Psicología
Buenos Aires, Argentina
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