Apologeticum06
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General
durante siglos en la Iglesia Católica se perdió el sentido
de la gratuidad de la salvación divina y fue Lutero quien
tuvo el mérito de recuperarla. A este respecto, se puede
mencionar concretamente la predicación que el padre
Rainiero Cantalamessa en Marzo del presente año en la
Basílica de San Pedro, donde afirmó lo siguiente:
“Existe el peligro de que uno oiga hablar acerca de la justicia
de Dios y, sin saber el significado, en lugar de animarse, se
asuste. San Agustín ya lo había explicado claramente: “La
‘justicia de Dios’, escribía, es aquella por la cual él nos hace
justos mediante su gracia; exactamente como ‘la salvación
del Señor’ (Sal 3,9) es aquella por la cual él nos salva” (El
Espíritu y la letra, 32,56). En otras palabras, la justicia de Dios
es el acto por el cual Dios hace justos, agradables a él, a los
que creen en su Hijo. No es un hacerse justicia, sino un hacer
justos. «Lutero tuvo el mérito de traer a la luz esta verdad,
después de que durante siglos, al menos en la predicación
cristiana, se había perdido el sentido, y es esto sobre
todo lo que la cristiandad le debe a la Reforma, la cual el
próximo año cumple el quinto centenario. “Cuando descubrí
esto, escribió más tarde el reformador, sentí que renacía
y me parecía que se me abrieran de par en par las puertas
del paraíso”[Prefación a las obras en latín, ed. Weimar, 54,
p.186.]» ”
Si bien es posible que en la época de Lutero algunos
predicadores de las indulgencias pudieron dejar en
segundo plano la doctrina sobre la gratuidad de la gracia
(desconozco hasta que punto), no es justo achacar esto a
la predicación cristiana de la Iglesia durante siglos. Como
bien hizo notar el sacerdote y doctor en teología, José
María Iraburu en un artículo publicado recientemente,
sostener esto es hacer una gran injusticia hacia aquellos
predicadores que más prestigio e influencia tuvieron en
la cristiandad de su tiempo, tanto antes, en y después de
la época de Lutero, y que enseñaron siempre la verdadera
doctrina católica de la gracia y la justificación, y estaban
libres de toda peste de pelagianismo o semipelagianismo.
Entre ellos recordó a Santa Hildegarda de Bingen (+1179),
Santo Domingo de Guzmán (+1221), San Francisco de Asís
(+1226), San Antonio de Padua (+1231), Beato Ricerio de
Mucia (+1236), David de Augsburgo (+1272), Santo Tomás
de Aquino (+1274), San Buenaventura (+1274), Santa
Gertrudis de Helfta (+1302), Santa Ángela de Foligno
(+1309), maestro Eckahrt (+1328), Taulero (+1361), Beato
Enrique Suson (+1366), Santa Brígida de Suecia (+1373),
Santa Catalina de Siena (+1380), Ruysbroeck (+1381), Beato
Raimundo de Capua (+1399), San Vicente Ferrer (+1419),
28
San Bernardino de Siena (+1444), San Juan de Capistrano
(+1456), Tomás de Kempis (+1471), Santa Catalina de
Génova (+1507), Bernabé de Palma (+1532), Francisco de
Osuna (+1540), San Ignacio de Loyola (+1556), San Pedro
de Alcántara (+1562), San Juan de Ávila (+1569), y tantos
otros.
¿Realmente se puede afirmar con justicia que estos
santos, doctores, predicadores y maestros espirituales
desconocieron en sus predicaciones la gratuidad de
justificación del hombre por la gracia que en la fe tiene
su inicio? ¿Obscurecieron en su tiempo, «durante siglos»,
«al menos en la predicación» al pueblo, el entendimiento
de la salvación como pura gracia concedida por el Señor
gratuitamente? Las predicaciones de todos esos maestros
y doctores, conservadas hoy día son una clara evidencia
de que eso no es cierto, y aunque tengamos el más noble
deseo de mejorar las relaciones con nuestros hermanos
luteranos, la solución no puede ser lanzar injustamente a
nuestros antepasados en la fe, a las patas de los caballos.
Diferencias entre la doctrina católica y la luterana
Para comprender cuales son las diferencias reales que
subsisten entre la doctrina católica y la luterana, tenemos
que resumir, aunque sea muy brevemente, los errores del
ex-monje alemán.
La concupiscencia es siempre pecado
Los católicos creemos que se comete pecado al consentir
el impulso pecaminoso, no simplemente al sentir-lo. Para
Lutero en cambio, la concupiscencia es pecado ya en
sí mismo, formal e imputable. Este primer error llevó a
Lutero a una vida de tormento, porque a pesar de todas
las buenas obras que intentaba hacer, no lograba alcanzar
la paz interior al sentirse constantemente en pecado
mortal y próximo a la condenación eterna. En este estado
psicológico Lutero es conducido hacia su segundo error:
la negación total de la libertad humana.
El hombre no es libre
Tal como sostiene Lutero en su obra De Servo Arbitrio,
el pecado original ha destruido totalmente el libre
albedrío de la persona humana. Para el ex-monje alemán,
el hombre es ya incapaz de hacer alguna obra buena,
por tanto todas sus obras aunque sean de apariencia
hermosa, son, no obstante, y con probabilidad, pecados