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Apologeticum06

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General

son uno porque, en el Espíritu, están en la comunión

del Hijo y, en El, en su comunión con el Padre: « Y

nosotros estamos en comunión con el Padre y con su

Hijo, Jesucristo » (1 Jn 1, 3). Así pues, para la Iglesia

Católica, la comunión de los cristianos no es más que la

manifestación en ellos de la gracia por medio de la cual

Dios los hace partícipes de su propia comunión, que es su

vida eterna. Las palabras de Cristo « que todos sean uno »

son pues la oración dirigida al Padre para que su designio

se cumpla plenamente, de modo que brille a los ojos de

todos « cómo se ha dispensado el Misterio escondido

desde siglos en Dios, Creador de todas las cosas » (Ef

3, 9). Creer en Cristo significa querer la unidad; querer

la unidad significa querer la Iglesia; querer la Iglesia

significa querer la comunión de gracia que corresponde

al designio del Padre desde toda la eternidad. Este es el

significado de la oración de Cristo: « Ut unum sint ».” (Juan

Pablo II, Ut unum sint 9).

5) Confundir el diálogo con hablar del tiempo

El diálogo, que es un elemento básico del ecumenismo

(cf. Unitatis Redintegratio 4; 9; 11) es una búsqueda de

la verdad a través del uso de la razón (dia-logos). Sin

embargo, a veces parece que el diálogo ecuménico se

convierte en un fin en sí mismo, en lugar de un medio

para encontrar la verdad. Se celebran entonces reuniones

inacabables, autorreferenciales y narcisistas, como diría el

Papa, en las que no se dialoga propiamente, sino que lo

que se hace es hablar de todo menos de la verdad. Es el

equivalente eclesial de hablar del tiempo en un ascensor,

es decir, limitarse a vaguedades y lugares comunes que no

comprometen a nada ni a nadie.

6) Perder y hacer perder el tiempo

Un peligro grande, a mi juicio, consiste en dar una

importancia desorbitada al ecumenismo, dedicándole

tiempo y recursos que estarían mejor dedicados a otras

cosas.

Hay multitud de diócesis españolas, por ejemplo, para las

que el ecumenismo debería limitarse prácticamente a las

jornadas de oración por la unidad de los cristianos, porque

las (pequeñísimas) otras confesiones cristianas son algo

completamente ajeno a la vida de la inmensa mayoría de

sus fieles. En cambio, tienen delegados de ecumenismo,

reuniones con otras confesiones (generalmente,

dedicadas a convertir a católicos y sacarlos de la Iglesia),

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encuentros, celebraciones (a menudo, con “clérigos” no

católicos de los grupos más extraños y extravagantes,

ya que no tienen otros a mano) y tesis doctorales. Estas

cosas podrían tener algún sentido en épocas en las que

sobraran el tiempo y los recursos, pero en una época de

falta de vocaciones y en la que la evangelización es una

urgencia de vida o muerte, perder el tiempo en ellas es

ridículo y, probablemente, pecaminoso.

7) Pretender llegar a la meta sin siquiera haber

comenzado la carrera

A veces se “queman etapas”, intentando llegar a la unidad

o incluso pretendiendo haber llegado ya a esa unidad

sin haber puesto los cimientos necesarios. Muchos

bienintencionados pero torpes ecumenistas proponen,

por ejemplo, que católicos y protestantes celebren juntos

la Eucaristía, sin entender que no puede haber comunión

eucarística si no hay comunión en la fe. Así lo ha entendido

siempre la Iglesia, en Oriente y en Occidente: la Eucaristía

es a la vez signo y causa de la unidad de la Iglesia.

Otra modalidad de este error consiste en un supuesto

“ecumenismo desde abajo” que propone una política de

hechos consumados: pequeñas comunidades de católicos

y no católicos que, por propia iniciativa, celebran juntos

los sacramentos como si ya hubiera unidad de hecho

entre ellos. Parece evidente que lo único que se puede

conseguir con estas cosas es fomentar el indiferentismo

religioso para el que todo da igual y, de paso, cometer

sacrilegios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica 2120).

8) Confundir a los fieles

Las posibilidades de confundir a los fieles con un

ecumenismo mal entendido o imprudente son legión, ya

que cualquier acción pública de la Iglesia o de clérigos

católicos tiene siempre una dimensión de catequesis. En

ese sentido, es una terrible imprudencia dar la impresión

de que se aprueban errores en un esfuerzo por llevarse

bien con los cristianos de otras confesiones. Esto es

especialmente importante en todo lo que se refiere a

celebraciones litúrgicas, porque, no lo olvidemos, lex

orandi, lex credendi.

Por ejemplo, cuando los fieles ven a su párroco o a su

obispo en una “celebración”, junto a una “obispa” gay

protestante, ambos revestidos con ornamentos litúrgicos

y presidiendo cada uno una parte de la celebración, casi

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