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General
¿Quo Vadis Ecumenismo?
Por. Bruno Moreno Ramos
El ecumenismo es una de esas buenas ideas cristianas
que, como diría Chesterton, en ocasiones se vuelven locas
y arrollan todo lo que encuentran a su paso. Conviene
comenzar diciendo que, en sí, se trata de algo bueno,
santo y necesario. A fin de cuentas, no es algo nuevo, ni
una simple moda actual. La Iglesia siempre ha querido la
unidad de todos los cristianos, siguiendo el ejemplo de
Cristo, que oró por esa unidad durante la Última Cena:
Padre, que todos sean uno, como Tú y Yo somos uno (Jn
17,21).
Desde el origen de la Iglesia, los cismas y herejías siempre
se han considerado como una herida para la unidad, que
debe cerrarse por medio de la oración, que hace que los
esfuerzos humanos fructifiquen. Una muestra de esos
intentos por lograr la unidad con los no católicos es la
celebración del Concilio de Ferrara-Florencia del siglo XV,
en el que se consiguió (siquiera brevemente) la unidad
con ortodoxos y monofisitas (tras otro intento aún más
breve en el II Concilio de Lion en el siglo XIII). Asimismo, es
evidente que los católicos están obligados a amar a todos
los hombres, también a los que no pertenecen a la Iglesia.
Como recuerda el Concilio Vaticano II, la caridad nos llama
“a tratar con amor, prudencia y paciencia a los hombres
que viven en el error o en la ignorancia de la fe” (Dignitatis
Humanae 14).
El Concilio Vaticano II dio un fuerte impulso al ecumenismo,
en un contexto mundial en el que los avances de los
medios de comunicación y los cambios demográficos
y migratorios incrementaban el contacto cotidiano con
personas de otras confesiones cristianas y también de
otras religiones. No obstante, como hemos visto, eso no
implica que el ecumenismo fuera una creación o una
novedad del último Concilio. En cualquier caso, durante el
último medio siglo, el ecumenismo ha dado algunos frutos
notables, como una declaración sobre la justificación
con luteranos (aunque rechazada por muchos de ellos),
una declaración cristológica común con los monofisitas
armenios o la creación de los ordinariatos anglicanos.
Por desgracia, sin embargo, el ecumenismo en muchas
ocasiones se contamina de relativismo, indiferentismo,
pelagianismo, voluntarismo, sincretismo, otra larga serie
de ismos y, a veces, la simple falta de fe. Cuando esto
sucede, las consecuencias son terribles: confusión de los
fieles, desconfianza ante la Verdad, adulteración de la
fe, pérdida del verdadero sentido de lo que es la Iglesia
(especialmente la fe en que la Iglesia es una y única) y
abandono de la evangelización. De forma muy resumida,
vamos a ver diez peligros que pueden pervertir el sentido
del ecumenismo y, que, por desgracia, parecen ser
bastante frecuentes hoy en día.
10 peligros en los que puede caer (y a menudo cae) el
ecumenismo hoy
1) Buscar una unidad que no esté basada en la Verdad
Tristemente, muchos aficionados al ecumenismo (y
también supuestos “expertos”) tienden a reducir el
Ecumenismo a llevarse bien, a una supuesta “unidad en
el amor” que no incluye la “unidad en la verdad”. Según
este enfoque, el amor une y la verdad separa, por lo que
el ecumenismo debe centrarse en el primero y no en lo
segundo.
Como es lógico, este enfoque no sólo es erróneo, sino
directamente blasfemo. La Verdad es Jesucristo, de modo
que decir que la verdad nos separa es decir que Cristo
nos separa, algo que en realidad es propio del Diablo
(en griego, dia-bolos significa precisamente el que crea
división).
“Hay que reafirmar que, por parte de la Iglesia y
sus miembros, el diálogo, de cualquier forma se
desarrolle —y son y pueden ser muy diversas, dado
que el mismo concepto de diálogo tiene un valor
analógico— , no podrá jamás partir de una actitud
de indiferencia hacia la verdad, sino que debe ser más
bien una presentación de la misma realizada de modo
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