Apologeticum06
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Editorial
C O N T E N I D O
6 12 16 19
Luis Miguel
Boullón
Testimonio de
Conversión de un
Pastor Evangélico
Greg Oatis
El "Paganismo" de
la Iglesia Católica
Daniel Iglesias
Reflexiones Sobre
el Evolucionismo
Teísta
Dave
Armstrong
Los "Apócrifos"
¿Por Qué Forman
Parte de la Biblia?
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Este es el sexto número de la revista
Apologeticum, publicación cuatrimestral
editada por ApologeticaCatolica.org para
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buscamos contribuir con la tarea evangelizadora
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2
Revista Apologeticum
22 26 34 36
Bruno Moreno
Ramos
¿Quo Vadis
Ecumenismo?
José Miguel
Arráiz
¿Martín Lutero
tenía razón?
Bruno Moreno
Ramos
¿Por Qué los
Católicos
Están Tan Mal
Formados?
Alberto Mensi
Hacia Una
Religión del
Hombre
La apologética tiene que estar animada
por un espíritu de mansedumbre, por una
humildad compasiva que comprende las
preocupaciones y los interrogantes de los
demás, y no se apresura a ver en ellos mala
voluntad o mala fe.
Al mismo tiempo, no ha de ceder a una
interpretación sentimental del amor y
de la compasión de Cristo separada de la
verdad, sino que insistirá en que el amor
y la compasión verdaderos plantean
exigencias radicales, precisamente porque
son inseparables de la verdad, que es lo
único que nos hace libres (cf. Jn 8, 32).
3
Editorial
¡La revista
APOLOGETICUM
les desea
¡BENDICIONES ESTE
PRÓXIMO
OTOÑO!
4
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Testimonios
6
El Demonio es Protestante:
“Al principio fue el Verbo”
Testimonio de mi Conversión al Catolicismo
Recuerdo vívidamente los primeros movimientos de rabia
que tuve al leer un artículo en esta Revista que ahora
aprecio tanto, como es la que me honra publicando este
trabajo. Yo encontraba que la nota era demasiado radical
en sus afirmaciones, demasiado rotunda para lo que yo
estaba acostumbrado a leer.
No me dejaba muchos ‘flancos’ descuidados por donde
atacar. O refutaba el centro del asunto o no tenía sentido
desmenuzar tres o cuatro aspectos como se me había
enseñado a realizar de forma automática e inconsciente.
Generalmente los católicos tienen como que una cierta
vergüenza por mostrar todas las cartas sobre la mesa, y
como no muestran todo con claridad, es muy fácil prender
fuego a sus tiendas de campaña, porque dejan demasiados
lados flojos.
En lo personal nunca recurrí a lo que ahora entiendo
como “leyendas negras”, porque me parecía que era
inconducente debatir basándome en miserias personales
o grupales sin haber derribado la propia lógica de su
existencia. Eso hice con algunas sectas o con temas como
la evolución o algunos derechos humanos según se les
entiende normalmente.
Reconozco que muchos de los que en ese momento eran
mis hermanos caen en ese error, tratando de derribar
moralmente al “adversario” diciéndole cosas aberrantes
sobre su fe. Pero basta un buen argumento, y bien
plantado, para que uno se vea obligado a retirarse a las
trincheras de la Biblia y no querer salir de allí hasta que el
temporal que iniciamos se calme al menos un poco. Pero
no nos funciona a todos el mismo esquema. Muchos no se
Por Luis Miguel Boullón
“El Demonio es protestante”, fue la primera frase que pronuncié, tras mi conversión, a quienes me escucharon por
más de doce años como su pastor. El escándalo fue mayúsculo. Algunos ya habían notado que mis vacaciones fueron
demasiado precipitadas y quizá hasta exageradamente prolongadas. Fueron unas vacaciones raras incluso para mi
familia, que me veía reticente a las prácticas habituales en casa, como la lectura y explicación de la Biblia. Ya habíamos
tenido demasiadas rencillas a causa de mis nuevos pensamientos.
rigen tanto por la razón como por el placer de vencer en
cualquier contienda.
El artículo en cuestión me obligaba a pensar sólo con
ideas, porque de eso trataba. Mi manual con citas bíblicas
para cada ocasión me servía poco. Cualquier cosa que
dijera sería respondida con otra. No era ese el camino.
Creo haber estado meditando en el problema unas cinco
o seis semanas. Hasta que resolví acudir a la parroquia
católica que quedaba cerca de mi templo. El sacerdote
del lugar se deshacía en atenciones cada vez que nos
encontrábamos. La verdad es que él estuvo siempre
mucho más ansioso de verme que yo de verle a él. En
ocasiones nos veíamos forzados a encontrarnos en
público por obligaciones propias del pueblo. Pero de
ordinario no nos encontrábamos. Era lo que ahora se
llama un “cura nuevo”, con una permanente guitarra en
las manos y muchas ganas de acercarse a mí.
Primera confesión de mala fe
Yo aprovechaba –Dios me perdone– de sacarle
afirmaciones que escandalizaban a mis feligreses. El
pobre nunca entendió que el ecumenismo muchas veces
sirve más para rebajar a los católicos que para acercar a
los separados. Uno tiene la sensación de que si la Iglesia
puede ceder en cosas tan graves y que por siglos nos
separaron, entonces realmente no le importaba tanto
como a nosotros, que jamás cambiaríamos una sola jota
de la doctrina.
Otra cosa que solía hacer –me avergüenzo al recordarla– era
tirar a mis chicos a discutir con los de la parroquia. Los pobres
parroquianos se veían en serios apuros en esas ocasiones.
Revista Apologeticum
En el fondo yo me aprovechaba de que los chicos católicos
estaban muy mal formados. Como comentábamos a sus
espaldas: sólo van a la parroquia a divertirse, para repartir
cosas a los pobres y para hacer ‘dinámicas de vida’, pero de
doctrina y de Escrituras no saben nada.
Nos gustaba vencerlos con las cosas más tontas posibles. A
veces surgían temas más sabrosos, pero con los argumentos
normales bastaba para al menos hacerles callar.
Esa tarde no estaba el sacerdote de siempre. Había
sido removido de la parroquia por una miseria humana
comprensible en alguien tan “cálido” en su manera de ser.
Cayó en las redes del demonio bajo la tentadora forma de
una parroquiana, con la que ni siquiera se casó.
A cambio del párroco de siempre salió a atenderme, con
una cara menos complacida, un sacerdote viejo y de mirada
penetrante. Lo habían ‘castigado’ relegándolo dándole el
cuidado de la parroquia de nuestro pequeño pueblecito.
En los últimos treinta años la población había pasado de
mayoritariamente católica a una mayoría evangélica o no
practicante.
Yo generalmente acudía para refrescar mi memoria y
cargarme de elementos que luego trabajaba como materia
de mis prédicas, o para sondear la visión católica de alguna
cosa.
El Padre M. no fue tan abierto. Me recibió con amabilidad,
pero con distancia. Le planteé asuntos de interés común y
me pidió tiempo para aclimatarse y enterarse del estado de
la feligresía. Noté que habían sido arrancados varios de los
afiches que nosotros les regalábamos cada cierto tiempo y
que constituían verdaderos trofeos nuestros plantados en
tierra enemiga.
En verdad quedé un poco desarmado, pero logramos
charlar casi de todo. Casi... porque en doctrina comenzó él
a morderme. Yo comencé a responder como de costumbre,
citando con exactitud una cita bíblica tras otra, para
probarle su error o mi postura.
En un aprieto que me puso, le dije: “Padre M...
comencemos desde el principio” Y el varón de Dios, a
quien supuse enojado conmigo, me dice: “De acuerdo: al
principio era el Verbo y...”
Me largué a reír nerviosamente. Aparte de que me
respondía con una frase utilizada en la Misa (al menos en
la tradicional), ¡imitaba mi voz citando la Biblia!
“Pastor Boullón”, me dijo luego, “No avanzaremos mucho
discutiendo con la Biblia en mano. Ya sabe usted que
el Demonio fue el primero en todo crimen... y por eso
también fue el primer Evangélico”.
Eso me cayó muy mal. ¡Me insultaba en la cara tratándome
de demonio! Sin dejarme explicar lo que pensaba, se
adelantó:
- Si... fue el primer evangélico. Recuerde que el Demonio
intentó tentar a Cristo con ¡la Biblia en mano!
- Pero Cristo les respondió con la Biblia...
- Entonces usted me da la razón, Pastor... los dos
argumentaron con la Biblia, sólo que Jesús la utilizó
bien... y le tapó la boca.
Tomó su Biblia y me leyó lo que ya sabía: que cuando
el Señor ayunaba el demonio le llevó a Jerusalén, y
poniéndole en lo alto del templo le repitió el Salmo XC,
II-12): “Porque escrito está que Dios mandó a sus ángeles
que te guarden y lleven en sus manos para que no
tropiece tu pie con alguna piedra”
Pero el Señor le respondió con Deuteronomio VI, 16: Pero
también está escrito “No tentarás al Señor tu Dios”. Y el
demonio se alejó confundido.
"Preaching" por George Bellows
Facilitada por Boston Public Library
(usuario de flickr.com)
7
Testimonios
Yo también me alejé, como el demonio, confundido. Me
sentía rabioso por haber sido llamado demonio, y por lo
que es peor: ¡ser tratado como el demonio en el desierto!
Creo que fue la plática más saludable de mi vida.
La táctica del demonio
Llegué a casa rabioso. Me sentía humillado y triste. No era
posible que la misma Biblia pruebe dos cosas distintas. Eso
es una blasfemia. Forzosamente uno debe tener la razón
y el otro malinterpreta. Busqué ayuda en la biblioteca
que venía enriqueciendo con el tiempo. Consulté a
varios autores tan ‘evangélicos’ como yo, pero de otras
congregaciones. No coincidíamos en las mismas cosas,
pese a que todos utilizábamos la Biblia para apoyar lo que
decíamos y demostrar que los otros se equivocaban.
Me armé de fuerzas y a la primera oportunidad, caí sobre
el despacho parroquial del Padre M. Me recibió tan
amable como la vez pasada, sólo que esta vez su distancia
la hacía menos tajante a causa de su mirada divertida y
curiosa de la razón que me llevaba otra vez a su lado.
Le largué un discurso de media hora sobre la salvación por
la fe y no por las obras. Concluí – creo – brillantemente con
la necesidad de abandonar a la Iglesia. Y cerré tomando la
Biblia del cura y le leí hechos XVI, 31: ¿Qué debo hacer
para salvarme?, preguntó el carcelero. Cree en el Señor
Jesús – respondió Pablo – y te salvarás tú y toda tu casa.
Bebí un sorbo del té que me había ofrecido y le miré
desafiante, esperando su respuesta. Pasaron eternos
minutos de silencio.
Cuando carraspeé, el sacerdote me dijo:
- “¿Continuará la lectura de San Pablo?”
- “Ya terminé, Padre M.”
- “¿Cómo que ha terminado? ¡Continúe! Vaya a Corintios,
XIII, 32.
Fotografía por bartb_pt (usuario de flickr.com)
- Leí en voz alta: “Aunque tanta fuera mi fe que llegare a
trasladar montañas, si me falta la caridad nada soy”
- Entonces la fe...
8
Revista Apologeticum
- La fe... la fe... la fe es lo que salva
- ¡Vaya novedad! Me dice riendo. ¡No sé bien quien creó
la estrategia protestante de argumentar con la Biblia,
pero creo que bien pudieron ser los demonios que ahora
encontraron un buen medio para salvarse.
- ¿Salvarse?
- Si.. salvarse, amigo mío. ¿Acaso no es el apóstol Santiago
quien nos dice que hasta los mismos demonios creen en
Dios? Y si sólo la fe salva...
- ...
- No se quede en silencio, Pastor... siéntese aquí que
se aliviará un poco. Si quiere seguir como el Demonio,
tentándome con la Biblia, le recuerdo que ahí mismo se
nos dice que esa fe no salvará a los demonios, porque
“como un cuerpo sin espíritu está muerto, la fe sin obras
está muerta” (c.II) Y aún así los católicos no decimos que
sea sólo fe o sólo obras. Cuando al Señor se le pregunta
sobre qué debemos hacer para salvarnos, Él dice “Si quieres
salvarte, guarda los mandamientos” Ahí tiene usted la
respuesta completa.
Me acompañó hasta la puerta y me dijo: Le dejo con dos
recomendaciones. La primera es que se cuide de sus
hermanos de congregación. Ya sospechan de usted por
venir tan seguido. La segunda es que vuelva usted cuando
me traiga alguna cita bíblica – sólo una me basta – en que
se pruebe que solo debe enseñarse lo que está en la Biblia.
Caminé a casa más preocupado por los comentarios que
por el desafío. Eso sería fácil.
“Sólo la Biblia”
Mientras buscaba una cita que respondiera al sacerdote,
caí en cuenta de que estaba parado en el meollo del asunto
que por primera vez me llevó a esa parroquia con otros
ojos. “Si es sólo la Biblia”, me dije, “entonces el problema
del artículo queda resuelto: se debe probar por la Biblia o
no se prueba”.
Ya imaginarán ustedes el resultado. Efectivamente no
encontré nada. En años de ministerio, jamás me percaté de
que lo central, esto es, que sólo debe creerse y enseñarse la
doctrina contenida en la Biblia, no está en la Biblia. Encontré
numerosos pasajes bíblicos que le conceden la misma
autoridad que a las enseñanzas escritas en la Biblia a las
doctrinas transmitidas por vía oral, por tradición.
Desde este punto en adelante muchos otros
cuestionamientos fueron surgiendo de la charla con
el Padre M. y de la lectura de esta revista y de mucha
literatura escrita con fines apologéticos.
El pago del mundo
Por un momento distraeré la atención de mis incursiones
a la parroquia católica. Quizás sea porque un sacerdote
es esencialmente distinto a un “Pastor” protestante,
o quizás por la experiencia de distintos ordenes
(confesión, dirección espiritual, etc.), el Padre M. acertó
en su advertencia sobre las miradas que me dirigían
mis feligreses a causa de esas visitas “no estrictamente
ecuménicas”.
Yo aún no me había percatado de esa desconfianza, pero
observando con mayor atención notaba reticencias,
censuras y reproches indirectos. Aún la guerra no se
declaraba. Sólo desconfiaban.
Me decepcioné mucho, pero no me dejé vencer por la
tentación. El demonio – pensaba – me estaba tentando
con Roma y para eso endurecía los corazones.
Pasada una semana de angustias, me senté con mi esposa
para charlar. Necesitaba desahogarme. Me encontraba
en un punto tal que no quería volver a la parroquia
católica pero tampoco me sentía en paz con eso.
Después de la cena, oramos con los chicos y se fueron a
dormir. Me sentí y abrí mi corazón a mi esposa. Ella había
sido una amante confidente y mi compañera de penurias
y alegrías. Me escuchó con atención.
Sus palabras fueron tan sencillas como su conclusión:
debía alejarme inmediatamente del sacerdote católico y
tratar de recuperar la confianza de mis feligreses. Eso era
lo prioritario. Teníamos una obligación de fe y teníamos
que mantener una familia. No se hablaría más. El caso
estaba resuelto... para ella.
Traté de cumplir con todo. Ella siempre fue la sensatez y
me refrenaba en las locuras. Dejar de ir a la parroquia fue
más fácil para el cuerpo que para mi alma. Algo me atraía
9
Testimonios
de ese ambiente, y por lo demás deseaba la compañía de
ese sacerdote provocador y bonachón.
Más difícil fue ganarme la confianza de los feligreses.
Me exigían como prenda evidente que atacase más que
nunca a la Iglesia para demostrar públicamente que no les
guardaba ninguna simpatía.
Esto me costó, pues tenía que predicar omitiendo aquellos
puntos en los que difería ya de mi anterior pensamiento.
Con el tiempo, mi familia y mis feligreses me dieron vuelta
sus espaldas y fue la gran cruz que tuve que soportar por
amar a Cristo en Su Iglesia.
Mi querido amigo se despide
No he querido exponer aquí todas las cosas que charlamos
con el buen Padre M. durante semanas y semanas. Yo
le visitaba furtivamente y él me acogía con amable
paternidad. Yo daba vueltas en torno al tema e intentaba
responder a las sabias preguntas con las que me desafiaba.
¡Cómo detestaba tener que darle la razón!
El tiempo me fue haciendo más perceptivo a sus sutilezas
e ironías. De alguna forma misteriosa este sacerdote me
tenía cautivado. Me acorralaba hasta la muerte, pero
me daba siempre una salida honorable. Le gustaba
desmoronar todos mis argumentos.
Su estilo era único: destrozaba mis argumentos,
acusaciones y refutaciones primero desde la lógica,
dándome dos posibilidades... o quedar como un tonto o
verificar por mi mismo esa estupidez. Luego, y sólo luego,
me invitaba a revisar el punto que yo trataba – si tenía
sentido – desde el punto de vista de las Sagradas Escrituras.
Supongo que uno de sus mayores puntos fuertes era su
sólida cultura y su gran vida de piedad.
Recuerdo perfectamente una fría mañana cuando recibí
un aviso telefónico de la parroquia. Me pedía que le
visitara en un hospital de los alrededores. Sin meditar en
las normas de cautela que tomaba para evitar que mis
feligreses se irritaran aún más conmigo, abandoné todo
y partí. Ahí me enteré del doloroso cáncer que padecía –
jamás dio muestras de sufrir – y del poco tiempo que le
quedaba. La cabeza me daba vueltas. Sentía dolor por la
partida de quien ya consideraba un amigo.
Tomé una decisión: haría pública nuestra amistad y le
visitaría a diario. Pocos días después le trasladaron, a
petición suya, a su residencia.
Desde ese día le acompañé a diario. Dejé muchos
compromisos de lado. La tensión comenzó a crecer
hasta llegar a agresiones verbales abiertas y amenazas
de quitarme el cargo y el sueldo. Mi familia estaba
amenazada con la pobreza.
Fueron días de mucha angustia. Sabía que caminaba
por los caminos correctos. Incluso pensaba en hacerme
admitir en la Iglesia. Los temores y las dudas de antes
de la internación del Padre M. se disiparon. No quería
arrepentirme de mis errores ni recibir el perdón y el
consuelo de nadie más. Pero la situación que me rodeaba
era tan compleja que me paralizaba.
Recé muchísimo y acudí a pedir el consejo del Padre
M. Él me recibió con mucha amabilidad y escuchó con
atención mis problemas. Él ya los conocía. Me habló de
la fortaleza de esos mártires que no tuvieron en cuenta ni
la carne ni la sangre ni las riquezas, sólo amaron la verdad
y dieron público testimonio de su adhesión a la fe. “Más
vale entrar al Cielo siendo pobres que irse al infierno por
comodidades”, sentenció.
Como adelanté al principio, reuní a mis feligreses y les
hice una declaración de mi conversión. “¡El Demonio es
protestante!” les dije para abrir la charla. Luego fueron
abucheos y no me dejaron terminar las explicaciones.
Más tarde reuní a mi familia y les platiqué de cada punto,
y respondí a todas las objeciones de fe y de la situación.
Mi esposa no discutió mucho: me expulsó de casa. Esa
noche dormí acogido por el Padre M. quien me tranquilizó
respecto al altercado. Desde entonces y después de
pasados años de mi conversión nunca más fui admitido
en casa como padre y esposo. Hoy les visito con tanta
frecuencia como me permiten, pero sus corazones siguen
muy endurecidos. El Padre M. tuvo muchas palabras para
mí, pero las que más me llegaron fue su confesión de
ofrecimiento de su vida por la salvación de mi alma... y
que con gusto veía el buen negocio ya cerrado. Dios
escuche las plegarias de mi buen amigo en el Cielo por
mi esposa y mis seis hijos para que a su tiempo y forma
vivan la vida de gracia de la santa fe.
10
Revista Apologeticum
La Iglesia Católica... mi dulce hogar
Rogué al buen sacerdote me preparara para abjurar mis
errores y ser admitido en la Iglesia. Dispuso de todo y
una mañana de abril de 2001 fui recibido en el seno de la
Esposa de Cristo. En junio de ese mismo año mi querido
amigo entregó su alma al Señor, siendo muy llorado por
todos cuantos le conocimos mejor. Le lloraron los enfermos
y presos que visitaba, los niños y jóvenes de catequesis,
los pobres y necesitados que consolaba, los fieles que
acudían a él en busca de consejo y del perdón de Dios.
En tributo a él escribo estas líneas. Mi querido sacerdote
y Revista Cristiandad.org fueron mis dos grandes apoyos
e impulsores tanto de mi conversión como de mi impulso
apostólico al trabajar especialmente con los conversos y
preparados para la conversión.
emocione, que les haga sentir queridos, y luego viene
el sermón acostumbrado para hacerles dudar primero y
luego darles respuestas rotundas. Eso los desestabiliza y
luego les atrae nuestra seguridad. ¡Y luego salimos a la
calle a gritar contra los dogmas!
Ahora, junto con ustedes, puedo acudir a los pies de
María Santísima y pedir que por amor a la Divina Sangre
de Su Hijo Amado obtenga la conversión de los paganos,
de los herejes y cismáticos y que haciendo triunfar a la
Iglesia sobre Sus enemigos instaure la Paz de Cristo en el
Reino de Cristo.
Tras su partida la parroquia fue administrada por un
sacerdote más cercano al estilo del predecesor del Padre
M. Yo sentí mucho esto porque con su prédica y actuar
desmentía muchos de esos grandes principios eternos
que había conocido y amado.
A veces me pregunto por la oportunidad de muchos
cambios que se hacen más para contentar a los malos que
para agradar a los buenos. Recuerdo que mi sacerdote
amigo no era muy afecto a ceder ante nosotros, sino mas
bien a mostrarnos todas las banderas, incluso las más
radicales. Y éstas fueron, precisamente, las que más me
indignaron pero a un mismo tiempo me atrajeron.
Pero persevero en el amor a la Iglesia de siempre, a esa
doctrina de la que el Señor dijo que pasarían Cielo y Tierra
pero que ni una sola jota sería cambiada.
Bien sé por experiencia propia y por la de tantos que han
compartido conmigo sus testimonios de conversión, que
esos coqueteos con el error no producen conversiones. Y
las pocas que se producen son de un género muy distinto
– por superficiales y emocionales – de las verdaderas
conversiones, esas que producen santos. La realidad es la
que constataba a diario como Pastor protestante, cuando
la poca preparación de los católicos y la confusión que
produce el falso ecumenismo llenaban las bancas de
nuestras iglesias y los bolsillos de nuestras congregaciones
evangélicas. La ignorancia religiosa de los fieles es la cosa
más agradecida por las sectas, porque al ser muchas
veces hija de la pereza espiritual se acompaña por la
pereza intelectual. Basta entonces cualquier cosa que les
Fotografía por Lane Pearman (usuario de flickr.com)
11
General
El “Paganismo” de la Iglesia Católica
Por Daniel Iglesias Grèzes
Cierta gente sostiene que la Iglesia Católica no fue
fundada por Jesucristo, siendo más bien un culto pagano
con lazos que le unen a la antigua Babilonia. Esta idea
alcanzó amplia difusión a través de un libro, “Las Dos
Babilonias” publicado en Gran Bretaña por Alexander
Hislop en 1858, el cual pretendía establecer una relación
entre las enseñanzas y prácticas del catolicismo con la
religión mistérica practicada en la mencionada Babilonia.
Sin embargo, la metodología usada por el autor del libro,
un ministro protestante sin ninguna formación académica
seria, ha sido desechada y denunciada como falsa desde el
punto de vista racional e histórico.
Apocalipsis 23, 1-4 — Entonces vino uno de los siete
ángeles que llevaban las siete copas y me habló: “Ven,
que te voy a mostrar el juicio de la célebre ramera, que se
sienta sobre grandes aguas, con ella fornicaron los reyes
de la tierra y los habitantes de la tierra se embriagaron
con el vino de su prostitución”. Me trasladó en espíritu al
desierto. Y vi una mujer, sentada sobre una bestia de color
escarlata, cubierta de títulos blasfemos; la bestia tenía
siete cabezas y diez cuernos. La mujer estaba vestida de
púrpura y escarlata, resplandecía de oro, piedras preciosas
y perlas; llevaba en su mano una copa de oro llena de
abominaciones y también las impurezas de su prostitución
y en su frente un nombre escrito, un misterio:”La Gran
Babilonia, la madre de las rameras y de las abominaciones
de la tierra.” Y vi que la mujer se embriagaba con la sangre
de los santos y con la sangre de los mártires de Jesús. Y
me asombré grandemente al verla; pero el ángel me dijo:
“¿Por qué te asombras? Voy a explicarte el misterio de la
mujer y de la bestia que la lleva, la que tiene siete cabezas
y diez cuernos”.
Este pasaje bíblico es usado con frecuencia para “probar”
que la Iglesia Católica es la “ramera de Babilonia” que San
Juan describe en su visión. Tal interpretación no es solo
errónea sino que es imposible de reconciliar con la historia.
Es obvio, para quien estudia seriamente las Escrituras,
que San Juan se está refiriendo a Roma, como “la Gran
Babilonia” ya que Roma y Babilonia fueron las dos únicas
12
potencias de este mundo a las que Dios permitió asolar
Jerusalén, llevando al exilio cautivo a su pueblo. Tanto
escritos judíos como cristianos han comparado a Roma
con la antigua Babilonia, ya que ambas subyugaron a
Israel, destruyeron el Gran Templo y asolaron a Jerusalén.
Un conocido promotor de las interpretaciones de Hislop,
Ralph Woodrow, siguiendo el mismo camino, llegó a
escribir otro libro llamado “Babilonia, Misterio Religioso”.
Años después Woodrow tuvo que repudiar el método
que había aprendido de Hislop cuando académicos de
su propio grupo protestante le señalaron sus graves
carencias y su falta de erudición. En 1997, Woodrow
publicó una retractación, “¿La Conexión Babilónica?” en la
cual expuso los puntos de partida esencialmente erróneos
de las teorías originales del religioso fundamentalista
escocés. Para ilustrar el tipo de lógica defectuosa en
juego, Woodrow usa los mismísimos métodos de Hislop
para “demostrar” una teoría descabellada: que una
determinada cadena de restaurantes de comida rápida
tiene sus orígenes en Babilonia. Citamos:
—”Los arcos dorados” son conocidos en todo el mundo
como el símbolo identificativo de McDonald’s. Sin
embargo, debemos señalar que el arco fue usado
habitualmente por los antiguos babilonios en sus
puertas y palacios. De hecho, en pinturas realizadas por
los babilonios, ¡vemos que sus reyes son representados
en marcos con forma de arco! También sabemos que
Nabucodonosor, rey babilónico, ordenó a sus súbditos
que adoraran una imagen de oro (Daniel 3, 5-10). Y
Babilonia era conocida en el mundo antiguo como “la
ciudad dorada”. Finalmente, nótese que la primera letra
de McDonald’s, la M, es la decimotercer letra del alfabeto
(inglés), un número reconocido como poseedor de un
poder místico y que trae mala suerte. ¿Puede ser eso una
simple coincidencia? Incluso, ¿a qué señala la M además
de a McDonald’s? Claramente a Moloc, el dios pagano del
fuego adorado en Babilonia. ¿Y qué se utiliza para calentar
la comida en un McDonald’s moderno? La electricidad,
¡que muchos asociarían con una forma controlada de
Revista Apologeticum
fuego! Por tanto, ¿quién puede dudar que la cadena
de restaurantes de McDonald’s, conocida por sus arcos
dorados, es en realidad un culto mistérico relacionado con
el dios de fuego adorado por la antigua realeza babilónica?
Por ridícula que esta forma absurda de razonar pueda
parecer—sencillamente sabemos que la cadena de
McDonald’s no fue creada por un rey de Babilonia, sino
por un hombre de negocios americano llamado Ray
Kroc en 1950—esta es exactamente la misma técnica de
razonamiento que usa Hislop para calumniar a la Iglesia.
En su ensayo “Anti-catolicismo”, el apologeta católico
Dave Armstrong explica los errores de Hislop: “El método
[de Hislop] incurre en dos conocidas falacias lógicas:
la falacia “de origen”, en el que se ataca la fuente de una
idea en vez de la idea en sí y la falacia de “non sequitur”
en la que un mero parecido “prueba” que una práctica
proviene de otra práctica anterior...” Como aclaración
digamos que una falacia lógica es una proposición
presentada como verdadera en una afirmación, pero que
solo lo es en apariencia. Las falacias lógicas son utilizadas
comúnmente para justificar argumentos o posturas que
no son justificables utilizando la razón. Suelen enmascarar
engaños, falsedades, o estafas. Saber reconocer las falacias
lógicas es de gran ayuda para no ser engañado. El término
latino “non sequitur” significa textualmente “no se sigue”.
En el caso que estamos analizando, la similitud de una
práctica católica con una antigua práctica babilónica no
implica que la primera provenga de la segunda.
Woodrow también señala que, si se usaran los propios
argumentos de Hislop, se podría “probar” que la misma
Biblia es pagana. Indica muchos elementos presentes en la
Biblia que pueden ser relacionados con religiones paganas
pre-existentes, como por ejemplo el postrarse en tierra,
orar levantando las manos, una montaña con una divinidad
presente en ella, leyes grabadas en piedra, el carro de Elías
con sus caballos de fuego. Toda esa fenomenología bíblica
y mucho más, puede hallarse también en el paganismo.
Por tanto, si usamos la lógica falaz de Hislop, nos veríamos
forzados a concluir que la fe enseñada en la Escritura es
en realidad una religión pagana. Dado que sabemos que
eso es absurdo, debemos concluir forzosamente de que la
técnica de Hislop es fundamentalmente errónea.
1 Corintios 9, 20-22 — Con los judíos me he hecho judío
para ganar a los judíos; con los que están bajo la Ley, como
quien está bajo la Ley—aun sin estarlo—para ganar a los
que están bajo ella. Con los que están sin ley, como quien
está sin ley para ganar a los que están sin ley, no estando
yo sin ley de Dios sino bajo la ley de Cristo. Me he hecho
débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he
hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos.
Más que condenar toda práctica de los gentiles como
pagana, la Iglesia Católica ha procurado siempre
inculturizarse. Es decir, ha respetado lo bueno que pudiera
haber en otras religiones y culturas para relacionarlo con
la verdad completa en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Hechos 10:9-16 — Lo que Dios ha limpiado, no lo llames
tú profano.
Jesús vino a traer salvación a toda la humanidad. Incluidos
aquellos que eran vistos por los judíos como impuros—y
no sólo a unos pocos elegidos. En otras palabras, el amor
de Dios no es sólo para los que ya practican la fe cristiana.
El ama a todos los hombres, a los cuales creó a su imagen
y semejanza.
Hechos 17:16-34— Atenienses, veo que vosotros sois, por
todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad.
Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos
sagrados, he encontrado también un altar en el que
estaba grabada esta inscripción: “Al Dios desconocido.”
Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a
anunciar.
San Pablo no predicó una fiera condenación a los griegos
por su adoración pagana. Más bien él usó las creencias
de ellos como herramienta a través de la cual revelarles
la verdad completa que está en el cristianismo. La Iglesia
Católica siempre ha actuado de esa manera. Nótese
también que en el versículo 28 se encuentra una referencia
de San Pablo a dos poetas paganos, Epiménides (“En él
vivimos, nos movemos y existimos”) y Aratos (“Porque
somos también de su linaje”). ¿Significa esto que San
Pablo estaba predicando una religión pagana? Usando el
sistema de probar las cosas de Hislop, llegaríamos a esa
ridícula conclusión. Sin embargo, es claro por el contexto
que San Pablo está usando una técnica adecuada de
debatir: la empatía. Simplemente está usando para su
mensaje términos que tienen sentido para su audiencia.
Hechos 22, 25 — Cuando le tenían estirado con las
correas, dijo Pablo al centurión que estaba allí: “¿Os es
lícito azotar a un ciudadano romano sin haberle juzgado?”
13
General
En Hechos 22, 25-28 Vemos a San Pablo afirmar
repetidamente su ciudadanía romana—esto es, su
ciudadanía en un imperio pagano—en sus disputas con
las autoridades del templo. Obviamente él no veía tal cosa
como una profanación.
En ocasiones, ciertos fundamentalistas parecen más
preocupados en preservar la prístina naturaleza de un
cristianismo idealizado, conservándola en una especie
de ámbar teológico, que en seguir el ejemplo de San
Pablo usando toda la astucia, arte y cerebro propios en el
esfuerzo de salvar almas a las que Dios ama. Pablo estaba
menos ocupado en mantener la pureza de sus prácticas
religiosas tradicionales—como la circuncisión o las leyes
de alimentación judaicas—que en la búsqueda de la
transmisión de la fe, a lo que se dedicaba con coraje y
cuando lo halló necesario, usó formas poco convencionales.
Por tanto no hay razón para temer cuando nuestra fe es
debatida—incluso atacada—en la arena del mundo de las
ideas. La verdad esencial del Evangelio es su protección
14
Revista Apologeticum
Fotografía por Álvaro Rodríguez Alberich (usario de flicker.com)
15
General
Algunas Reflexiones Sobre el
Evolucionismo Teísta
Por Daniel Iglesias Grèzes
El intento de combinar la teoría darwinista de la
evolución con la fe cristiana ha dado lugar a lo que suele
llamarse “evolucionismo teísta”. La corriente principal
del evolucionismo teísta sostiene una visión que,
esquemáticamente, podría describirse como “creación
sin diseño inteligente”. Veámoslo con más detalle. La
tesis principal de esa corriente es que, aunque Dios es
el creador de todos los seres vivos, no es su diseñador
en un sentido propio y auténtico, porque los ha creado
a través de un proceso evolutivo en el que desempeñan
un rol primordial los fenómenos aleatorios: sobre todo
las mutaciones genéticas aleatorias (según el mecanismo
evolutivo postulado por el neodarwinismo), pero también
el indeterminismo cuántico (según la teoría cuántica,
interpretando la relación de Heisenberg, no como un
principio de incertidumbre gnoseológica, sino como un
principio de indeterminación ontológica).
En general, los autores de esta corriente niegan que la
evolución biológica sea guiada por Dios. Más bien, Dios
se habría limitado a crear un universo con leyes naturales
(físicas y químicas) finamente sintonizadas para producir
un ambiente capaz de soportar la vida biológica y la
vida humana. Después de crear el primer ser vivo, Dios
habría dejado que el mecanismo darwinista (mutaciónselección),
actuando autónomamente, produjera de un
modo aleatorio las distintas especies, con sus diversas
características anatómicas y fisiológicas.
Esta visión de una “creación sin diseño inteligente”
es llevada a un extremo por autores que intentan
una justificación teológica del multiverso. La idea del
multiverso ha sido propuesta y sostenida principalmente
por motivos anti-teológicos. Dado que el diseño
inteligente de nuestro universo y de sus seres vivos es casi
una obviedad, para negarlo hoy se requiere un postulado
audaz: hay un número infinito de universos, de modo que
el nuestro (que parece tan bien diseñado) es un mero
16
resultado del azar. Según los evolucionistas teístas que
defienden el multiverso (por ejemplo, Francis Collins), el
uso del azar por parte de Dios juega un rol estelar no sólo
en la evolución biológica, sino también en la evolución
cósmica. Dios habría creado muchísimos o infinitos
universos y en cada uno de ellos las cosas evolucionan
sin intervención de Dios de tal modo que en uno de ellos,
por puro azar, se ha producido una evolución biológica
darwinista que dio lugar a la existencia del ser humano.
Esto es mala ciencia, porque no hay la menor evidencia
científica del multiverso. Pero también es mala teología:
Dios no necesita crear infinitos universos para ver si, de
ese “juego de azar” resulta por casualidad algún universo
que sirva a sus propósitos. Si Dios puede crear el universo
de la nada, también puede diseñarlo inteligentemente
según sus fines, empleando para ello (como medios
o causas segundas) una combinación apropiada de
fenómenos determinísticos o aleatorios. Para Dios no
hay azar ni probabilidad. Dios conoce todas las cosas
con certeza, en su eterno presente. Como Einstein,
tiendo a pensar que Dios no juega a los dados; pero, y
esto es aún más importante, si Dios jugara a los dados,
ningún resultado lo sorprendería, porque ninguno sería
independiente de su inteligencia y su voluntad. Esto vale
como argumento contra todos los evolucionismos teístas
que defienden una creación sin diseño inteligente, tanto
los más moderados (que niegan sólo el diseño inteligente
de los seres vivos), como los más radicales (que niegan
también el diseño inteligente del universo y de las leyes
naturales).
Cabe mencionar también un argumento de teología
dogmática. La Divina Revelación (transmitida en la
Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia) enseña
sin lugar a dudas que Dios, no sólo ha creado todas las
cosas visibles e invisibles, sino que lo ha hecho según un
designio sapientísimo; y también que la Providencia de
Dios gobierna todos los acontecimientos de este mundo,
Revista Apologeticum
grandes y pequeños. La fe cristiana es totalmente
incompatible con cualquier limitación del diseño
inteligente o el gobierno inteligente del mundo y de la
vida por parte de Dios. Esto es tan evidente que no me
tomaré el trabajo de documentarlo aquí.
En general, los cristianos que defienden el tipo de
evolucionismo teísta que estamos considerando parecen
estar indebidamente impresionados por los argumentos
ateos basados en el problema del mal o en el problema de
la “imperfección” de los organismos vivientes. En realidad,
ambos argumentos ateos son falaces: se basan en la falsa
premisa de que un Dios infinitamente sabio y bueno no
puede crear un mundo en el que exista el mal físico o un
ser vivo con una determinada y supuesta imperfección.
Pero los cristianos en cuestión dan por buenos estos
argumentos falaces y por eso, para “disculpar” a Dios de
la existencia de los males físicos o de las imperfecciones
de los seres vivos, defienden una idea (incompatible con
la fe cristiana) de creación sin diseño inteligente, en la
que dichos males e imperfecciones son el resultado de
procesos aleatorios no diseñados ni guiados por Dios.
En verdad, Dios no necesita de esas “disculpas” nuestras;
pero si las necesitara, tampoco servirían, por dos razones:
a) como dije antes, el azar no existe para Dios; b) incluso si
(por el absurdo) el azar fuera algo incontrolable para Dios,
Dios seguiría siendo responsable de las consecuencias
del mecanismo aleatorio puesto en marcha por Él. Con
perdón del ejemplo (pero no se me ocurre otro mejor):
análogamente, es tan responsable de su muerte quien
se suicida con un disparo a la cabeza que quien muere
jugando a la ruleta rusa.
17
Escnea de la película de Noé (2014), en donde se describe el proceso evolutivo.
Clásicos Apologéticos
18
Revista Apologeticum
Los “Apócrifos”: ¿Por Qué
Forman Parte de la Biblia?
Por Dave Armstrong
Tradujo Luis Fernando Pérez
El Antiguo Testamento en las Biblias Católicas contiene
siete libros más de los que se encuentran en las Biblias
protestantes (46 y 39, respectivamente). Los Protestantes
llaman a esos libros Apócrifos y los Católicos los conocen
como los libros Deuterocanónicos. Estos siete libros son:
Tobit, Judit, 1ª y 2ª Macabeos, Sabiduría de Salomón,
Eclesiástico (o Sirac), y Baruc. También, las Biblias Católicas
contienen seis capítulos adicionales (107 versículos)
en el libro de Ester y otros tres en el libro de Daniel (174
versículos). Estos libros y capítulos fueron encontrados
en manuscritos de la Biblia escritos solo en griego, y no
fueron parte del Canon Hebreo del Antiguo Testamento,
tal y como determinaron los judíos.
Todos ellos fueron reconocidos dogmáticamente como
Escritura en el Concilio de Trento en 1548 (lo cual significa
que desde entonces no se permitió a los católicos cuestionar
su canonicidad), aunque la tradición de su inclusión en el
canon era antigua. Al mismo tiempo, el Concilio rechazó
1ª y 2ª de Esdras y la Oración de Manasés como parte
de la Sagrada Escritura (a menudo son incluidos en las
colecciones de los “Apócrifos” como una unidad separada)
La perspectiva católica sobre este tema es ampliamente
desconocida. Los protestantes acusan a los católicos
de “añadir” libros a la Biblia, mientras que los católicos
replican que los protestantes han “eliminado” parte de la
Escritura. Los católicos pueden ofrecer argumentos muy
sólidos y razonables en defensa del estatus escritural de
los libros deuterocanónicos. Estos argumentos pueden ser
resumidos de la siguiente manera:
1) Fueron incluidos en la Septuaginta (la traducción griega
del Antiguo Testamento realizada el s.III A.C), la cual fue la
“Biblia” de los Apóstoles. Ellos citaron generalmente las
escrituras del Antiguo Testamento (en el texto del Nuevo
Testamento) a partir de la Septuaginta
2) Casi todos los Padres de la Iglesia aceptaron la
Septuaginta como el estándar del Antiguo Testamento.
Los libros deuterocanónicos no fueron diferenciados de
los otros libros de la Septuaginta, y fueron considerados
generalmente como canónicos. San Agustín creyó
que la Septuaginta fue apostólicamente sancionada e
inspirada, y ese fue el consenso en la Iglesia primitiva
3) Muchos Padres de la Iglesia (como San Ireneo, San
Cipriano, Tertuliano) citan estos libros como Escritura sin
distinción del resto. Otros, mayoritariamente de Oriente
(por ejemplo, San Atanasio, San Cirilo de Jerusalén,
San Gregorio Nacianceno) reconocen cierta distinción
pero sin embargo citan habitualmente los libros
deuterocanónicos como Escritura. San Jerónimo, que
tradujo la Biblia Hebrea al latín (la Vulgata, a primeros del
siglo V), fue la excepción a la regla (la Iglesia nunca ha
mantenido que los Padres son individualmente infalibles)
4) Los Concilios de la Iglesia en Hipona (393) y Cartago
(397, 419), enormemente influenciados por San Agustín,
listaron los libros deuterocanónicos como Escritura,
lo cual fue simplemente el visto bueno de lo que se
había convertido en el consenso general de la Iglesia
en Occidente y en la mayor parte del Oriente. De esta
manera, el Concilio de Trento reiteró en términos más
fuertes lo que ya había sido decidido once siglos y medio
antes, y que no había sido rebatido seriamente hasta el
nacimiento del Protestantismo.
5) Dado que estos Concilios también ultimaron los
66 libros canónicos que son aceptados por todos los
Cristianos, es bastante arbitrario el que los Protestantes
eliminen selectivamente siete libros del Canon
autorizado. Esto resulta aún más curioso cuando se
comprende la complicada y polémica historia del canon
del Nuevo Testamento.
19
Clásicos Apologéticos
6) El Papa Inocencio I estuvo de acuerdo y sancionó las
decisiones canónicas de los anteriores Concilios (Carta a
Esuperio, Obispo de Toulouse) en el 405.
7) Algunos de los más antiguos manuscritos griegos del
Antiguo Testamento, como el Códice Sinaítico (siglo
cuarto), y el Códice Alejandrino (c 450) incluyen todos
los libros deuterocanónicos mezclados con los otros y no
separados.
8) La práctica de recopilar estos libros en un unidad
separada data no antes del 1520 (en otras palabras, fue
una total innovación del Protestantismo). Esto es admitido,
por ejemplo, en la protestante New English Bible (Oxford
University Press, 1976), en su “Introducción a los Apócrifos”
(p. iii)
9) El Protestantismo, siguiendo a Martín Lutero, quitó los
libros deuterocanónicos de sus Biblias debido a la clara
enseñanza de doctrinas que acababan de haber sido
repudiadas por los Protestantes, como las oraciones por
los muertos (Tobit 12,12, 2ª Macabeos 12,39-45 ss; cf 1ª
Corintios 15,29), la intercesión de los santos muertos (2ª
Macabeos 15,14; cf Apocalipsis 5,8; 8,3-4), y la intercesión
mediadora de los ángeles (Tobit 12,12.15; cf Apocalipsis
5,8; 8,3-4). Sabemos esto por las propias declaraciones de
Lutero y otros Reformadores.
10) Lutero incluso no se contentó con dejar las cosas
así, y procedió a lanzar dudas sobre muchos otros libros
de la Biblia que eran aceptados como canónicos por los
Protestantes. Consideró que Job y Jonás eran meras
fábulas, y que Eclesiastés era incoherente e incompleto. El
deseaba que Ester (junto con 2ª Macabeos) “no existieran”,
y quería “arrojarlos al río Elba”
11) Al Nuevo Testamento no le fue mucho mejor bajo
la mirada de Lutero. Rechazó del canon del Nuevo
Testamento (“libros capitales”) Hebreos, Santiago (“epístola
de paja”), Judas y Apocalipsis, a los cuales puso al final de
su traducción, como “Apócrifos” del Nuevo Testamento.
Estimó que no eran apostólicos. Del libro de Apocalipsis
dijo, “Cristo no es enseñado o conocido en ese libro”. Estas
opiniones se encuentran en los Prefacios de Lutero a los
libros bíblicos, en su traducción al alemán del 1522.
12) Aunque el Nuevo Testamento no cita directamente
ninguno de estos libros, refleja detenidamente el
20
pensamiento de los deuterocanónicos en muchos
pasajes. Por ejemplo, Apocalipsis 1,4 y 8,3-4 parece hacer
referencia a Tobías 12,15.
Apocalipsis 1,4 Juan .... gracia y paz a vosotros .....de parte
de los siete Espíritus que están ante su trono (ver también
3,1; 4,5; 5,6)
Apocalipsis 8,3-4 Otro Ángel vino y se puso junto al altar
con un badil de oro. Se le dieron muchos perfumes con las
oraciones de los santos. Y por mano del Ángel subió delante
de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de
los santos. (ver también Apocalipsis 5,8)
Tobías 12,15 Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están
siempre presentes y tienen entrada a la Gloria del Señor.
San Pablo, en 1ª Corintios 15,29 parece haber tenido en
mente 2ª Macabeos 12,44: Este dicho de Pablo es uno de
los más difíciles de interpretar para los Protestantes en el
Nuevo Testamento, dada la teología de estos.
1ª Corintios 15,29 De no ser así ¿a qué viene el bautismo por
los muertos) Si los muertos no resucitan en manera alguna
¿porqué bautizarse por ellos?
2ª Macabeos 12,44 Pues de no esperar que los soldados
caídos resucitarían, habría sido superfluo y necio rogar por
los muertos.
Este pasaje de San Pablo muestra que era la costumbre
de la Iglesia primitiva el velar, orar y ayunar por las almas
de los muertos. In la Escritura, ser bautizado es a menudo
una metáfora que señala aflicción o (en el entendimiento
católico) penitencia (por ejemplo, Mateo 3,11; Marcos
10,38-39; Lucas 3,16; 12,50). Dado que aquellos que están
en el cielo no tienen necesidad de oración, y aquellos
que están en el infierno no se pueden beneficiar de las
oraciones, estas prácticas, sancionadas por San Pablo,
deben de ser dirigidas directamente hacia aquellos en el
purgatorio. En caso contrario, las oraciones y penitencias
por los muertos no tendrían sentido, y esto parece que
es, de largo, lo que Pablo está intentando manifestar.
La “interpretación de penitencia” está contextualmente
apoyada por los siguientes tres versículos, donde San
Pablo habla de ¿Porque nos ponemos en peligro a
todos horas?... cada día estoy en peligro de muerte, y así
sucesivamente.
Revista Apologeticum
Como tercer ejemplo, Hebreo 11,35 refleja el pensamiento
de 2ª Macabeos 7,29 :
Hebreos 11,35 Las mujeres recobraron resucitados a sus
muertos. Unos fueron torturados, rehusando la liberación
por conseguir una resurrección mejor.
enseñanza, aunque deniegan su pleno estatus canónico.
Por tanto, es aparente que el “bando” Católico a favor de
estos libros de la Escritura pesa muchísimo, ciertamente
tanto como poco pesa el punto de vista Protestante.
2ª Macabeos 7,29 No temas a este verdugo, antes bien,
mostrándote digno de tus hermanos, acepta la muerte,
para que vuelva yo a encontrarte con tus hermanos en la
misericordia (de Dios) {una madre hablando a su hijo. Ver
7,25-26}
13) Irónicamente, en varios de los mismos versículos
donde el Nuevo Testamento está citando virtualmente los
“Apócrifos” las doctrinas que son enseñadas son las que
son rechazadas por el Protestantismo, y son las que fueron
la razón principal de que los libros deuterocanónicos
fueran “degradados” por ellos. Consiguientemente, no fue
tan fácil eliminar estas controvertidas doctrinas de la Biblia
como se suponía (y se supone), y los Protestantes deben
todavía pelear con datos del Nuevo Testamento que no se
“portan bien” con sus creencias.
14) A pesar de la degradación del estatus de los libros
deuterocanónicos por el Protestantismo, todavía fueron
ampliamente mantenidos separadamente en las Biblias
Protestantes por un largo período de tiempo (al revés de la
práctica prevaleciente hoy). John Wycliffe, considerado un
precursor del Protestantismo, los incluyó en su traducción
inglesa. El mismísimo Lutero los mantuvo separadamente
en su Biblia, describiéndoles generalmente (aunque subescriturales)
como “útiles y buenos para leer”. Zwinglio y
los Protestantes Suizos, y los Anglicanos los mantuvieron
en un segundo plano. La Geneva Bible inglesa (1560) y
la Bishop´s Bible (1568) los incluyeron como una unidad.
Incluso la autorizada versión King James de 1611 contenía
de hecho los “Apócrifos”. Y hasta el tiempo presente,
muchas Biblias Protestantes continúan con esta práctica.
La revisión de la versión de King James (completada en
1895) incluía estos libros, como también lo hacían la
Revised Standard Version (1957), la New English Bible
(1970), y la Goodspeed Bible (1939), entre otras.
15) Los libros deuterocanónicos son leídos regularmente
en la adoración pública en el Anglicanismo, y también
entre los Ortodoxos orientales, y la mayoría de los
Protestantes y Judíos aceptan completamente su valor
como documentos históricos y religiosos, útiles para la
En 1947 una colección de manuscritos
bíblicos y otros escritos fueron
encontrados en una cueva en Qumrán
21
General
¿Quo Vadis Ecumenismo?
Por. Bruno Moreno Ramos
El ecumenismo es una de esas buenas ideas cristianas
que, como diría Chesterton, en ocasiones se vuelven locas
y arrollan todo lo que encuentran a su paso. Conviene
comenzar diciendo que, en sí, se trata de algo bueno,
santo y necesario. A fin de cuentas, no es algo nuevo, ni
una simple moda actual. La Iglesia siempre ha querido la
unidad de todos los cristianos, siguiendo el ejemplo de
Cristo, que oró por esa unidad durante la Última Cena:
Padre, que todos sean uno, como Tú y Yo somos uno (Jn
17,21).
Desde el origen de la Iglesia, los cismas y herejías siempre
se han considerado como una herida para la unidad, que
debe cerrarse por medio de la oración, que hace que los
esfuerzos humanos fructifiquen. Una muestra de esos
intentos por lograr la unidad con los no católicos es la
celebración del Concilio de Ferrara-Florencia del siglo XV,
en el que se consiguió (siquiera brevemente) la unidad
con ortodoxos y monofisitas (tras otro intento aún más
breve en el II Concilio de Lion en el siglo XIII). Asimismo, es
evidente que los católicos están obligados a amar a todos
los hombres, también a los que no pertenecen a la Iglesia.
Como recuerda el Concilio Vaticano II, la caridad nos llama
“a tratar con amor, prudencia y paciencia a los hombres
que viven en el error o en la ignorancia de la fe” (Dignitatis
Humanae 14).
El Concilio Vaticano II dio un fuerte impulso al ecumenismo,
en un contexto mundial en el que los avances de los
medios de comunicación y los cambios demográficos
y migratorios incrementaban el contacto cotidiano con
personas de otras confesiones cristianas y también de
otras religiones. No obstante, como hemos visto, eso no
implica que el ecumenismo fuera una creación o una
novedad del último Concilio. En cualquier caso, durante el
último medio siglo, el ecumenismo ha dado algunos frutos
notables, como una declaración sobre la justificación
con luteranos (aunque rechazada por muchos de ellos),
una declaración cristológica común con los monofisitas
armenios o la creación de los ordinariatos anglicanos.
Por desgracia, sin embargo, el ecumenismo en muchas
ocasiones se contamina de relativismo, indiferentismo,
pelagianismo, voluntarismo, sincretismo, otra larga serie
de ismos y, a veces, la simple falta de fe. Cuando esto
sucede, las consecuencias son terribles: confusión de los
fieles, desconfianza ante la Verdad, adulteración de la
fe, pérdida del verdadero sentido de lo que es la Iglesia
(especialmente la fe en que la Iglesia es una y única) y
abandono de la evangelización. De forma muy resumida,
vamos a ver diez peligros que pueden pervertir el sentido
del ecumenismo y, que, por desgracia, parecen ser
bastante frecuentes hoy en día.
10 peligros en los que puede caer (y a menudo cae) el
ecumenismo hoy
1) Buscar una unidad que no esté basada en la Verdad
Tristemente, muchos aficionados al ecumenismo (y
también supuestos “expertos”) tienden a reducir el
Ecumenismo a llevarse bien, a una supuesta “unidad en
el amor” que no incluye la “unidad en la verdad”. Según
este enfoque, el amor une y la verdad separa, por lo que
el ecumenismo debe centrarse en el primero y no en lo
segundo.
Como es lógico, este enfoque no sólo es erróneo, sino
directamente blasfemo. La Verdad es Jesucristo, de modo
que decir que la verdad nos separa es decir que Cristo
nos separa, algo que en realidad es propio del Diablo
(en griego, dia-bolos significa precisamente el que crea
división).
“Hay que reafirmar que, por parte de la Iglesia y
sus miembros, el diálogo, de cualquier forma se
desarrolle —y son y pueden ser muy diversas, dado
que el mismo concepto de diálogo tiene un valor
analógico— , no podrá jamás partir de una actitud
de indiferencia hacia la verdad, sino que debe ser más
bien una presentación de la misma realizada de modo
22
Revista Apologeticum
sereno y respetando la inteligencia y conciencia ajena. El
diálogo de la reconciliación jamás podrá sustituir o
atenuar el anuncio de la verdad evangélica, que tiene
como finalidad concreta la conversión ante el pecado
y la comunión con Cristo y la Iglesia, sino que deberá
servir para su transmisión y puesta en práctica a través de
los medios dejados por Cristo a la Iglesia para la pastoral
de la reconciliación: la catequesis y la penitencia.” (Juan
Pablo II, Reconciliatio et Paenitentia, 25).
2) Plantear una especie de religión de consenso
La obsesión por la unidad a cualquier precio hace que a
menudo se eviten los “temas difíciles” y se considere que
lo único “importante” es lo que compartimos con otras
confesiones, mientras que lo que nos separa es puramente
accidental o simples costumbres particulares que son
solamente cuestión de gustos.
Este enfoque disparatado olvida que la fe católica es un
cuerpo y no pueden separarse unas partes de otras sin
destruir por completo esa fe. Cuando se rechaza (o se
oculta en la práctica) parte de la fe católica en aras de
una supuesta unidad con otros cristianos, lo que se está
haciendo es rechazar por completo la fe y sustituirla por
una religión puramente humana, que no puede salvar.
3) Confundir ecumenismo y diálogo interreligioso
El ecumenismo sólo existe entre cristianos, que ya somos
hermanos por el bautismo y, por lo tanto, tenemos una
unidad sacramental básica que puede (y debe) dar fruto en
la unidad plena en la fe y en la caridad. Con los miembros
de otras religiones no existe esta unidad sacramental y,
por lo tanto, lo que conviene es dialogar, basándonos en
lo que nos une, que es la razón y su búsqueda de la Verdad
(aprovechando así que, como dice el Vaticano segundo,
esas religiones, “no pocas veces reflejan […] un destello de
aquella Verdad que ilumina a todos los hombres” (Nostra
Aetate 2).
Sin embargo, parece que hay una tendencia a ampliar
el término ecumenismo a la relación con el judaísmo,
el islamismo, incluso el budismo ateo, etc., que,
evidentemente, quedan fuera del concepto, ya que,
como decíamos, se limita a los cristianos separados. Las
palabras tienen una cierta elasticidad, pero si se estiran
demasiado, se rompen, y resultan in-significantes: ya no
significan nada. Lo único que se logra con esto es devaluar
la fe católica, porque se ponen en pie de igualdad el
cristianismo (que es un don de Dios a los hombres) con
las religiones no cristianas (que son meros intentos del
hombre de encontrar a Dios), olvidando que la diferencia
entre el primero y las segundas es infinita.
4) Buscar la unidad de las iglesias en lugar de la
unidad de los cristianos
La búsqueda de la “unidad de las iglesias” es la forma
protestante de entender el ecumenismo, ya que los
protestantes (y, aparentemente, algunos supuestos
católicos) creen en una “Iglesia invisible”, de la que más
o menos forman parte todas las iglesias (protestantes),
que para ellos son simplemente “denominaciones” y que
idealmente deberían llevarse bien aunque en la práctica
no lo hagan.
Los católicos, sin embargo, sabemos que no existe una
unidad de las iglesias, porque sólo hay una Iglesia, que
es la Iglesia Católica, como decimos en el credo: Creo
en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Esa
unidad es objeto de fe y, por lo tanto, es algo que ya existe,
garantizado por Dios como un don y que nadie puede
destruir, porque las puertas del infierno no prevalecerán
contra ella (Mt 16,18). Como dice el Catecismo, “pertenece
a la esencia misma de la Iglesia ser una” (CEC 813) y esa
unidad se simboliza en la túnica inconsútil (sin costuras)
de Cristo.
Lo que sí hay que buscar es la unidad de los cristianos (cf.
Unitatis Redintegratio 1), porque, como sabemos, muchos
cristianos no están en plena comunión con la Iglesia (a
pesar de que pertenecen a ella por el bautismo), sino
que se adhieren a otras confesiones. Es decir, lo que está
roto o al menos dañado es la unidad en la fe y la caridad
de esos cristianos no católicos con la Iglesia una, católica
y apostólica. Esa separación (que puede ser por herejía,
apostasía o cisma) es una auténtica herida en el Cuerpo de
Cristo y el amor de Cristo y de esos hermanos separados
nos urge a buscar su curación, pero recordando siempre
la verdad sobre la Iglesia una, santa, católica y apostólica:
Cristo tiene una sola Esposa y un solo Cuerpo, la Iglesia.
“La unidad dada por el Espíritu Santo no consiste
simplemente en el encontrarse juntas unas personas
que se suman unas a otras. Es una unidad constituida
por los vínculos de la profesión de la fe, de los
sacramentos y de la comunión jerárquica. Los fieles
23
General
son uno porque, en el Espíritu, están en la comunión
del Hijo y, en El, en su comunión con el Padre: « Y
nosotros estamos en comunión con el Padre y con su
Hijo, Jesucristo » (1 Jn 1, 3). Así pues, para la Iglesia
Católica, la comunión de los cristianos no es más que la
manifestación en ellos de la gracia por medio de la cual
Dios los hace partícipes de su propia comunión, que es su
vida eterna. Las palabras de Cristo « que todos sean uno »
son pues la oración dirigida al Padre para que su designio
se cumpla plenamente, de modo que brille a los ojos de
todos « cómo se ha dispensado el Misterio escondido
desde siglos en Dios, Creador de todas las cosas » (Ef
3, 9). Creer en Cristo significa querer la unidad; querer
la unidad significa querer la Iglesia; querer la Iglesia
significa querer la comunión de gracia que corresponde
al designio del Padre desde toda la eternidad. Este es el
significado de la oración de Cristo: « Ut unum sint ».” (Juan
Pablo II, Ut unum sint 9).
5) Confundir el diálogo con hablar del tiempo
El diálogo, que es un elemento básico del ecumenismo
(cf. Unitatis Redintegratio 4; 9; 11) es una búsqueda de
la verdad a través del uso de la razón (dia-logos). Sin
embargo, a veces parece que el diálogo ecuménico se
convierte en un fin en sí mismo, en lugar de un medio
para encontrar la verdad. Se celebran entonces reuniones
inacabables, autorreferenciales y narcisistas, como diría el
Papa, en las que no se dialoga propiamente, sino que lo
que se hace es hablar de todo menos de la verdad. Es el
equivalente eclesial de hablar del tiempo en un ascensor,
es decir, limitarse a vaguedades y lugares comunes que no
comprometen a nada ni a nadie.
6) Perder y hacer perder el tiempo
Un peligro grande, a mi juicio, consiste en dar una
importancia desorbitada al ecumenismo, dedicándole
tiempo y recursos que estarían mejor dedicados a otras
cosas.
Hay multitud de diócesis españolas, por ejemplo, para las
que el ecumenismo debería limitarse prácticamente a las
jornadas de oración por la unidad de los cristianos, porque
las (pequeñísimas) otras confesiones cristianas son algo
completamente ajeno a la vida de la inmensa mayoría de
sus fieles. En cambio, tienen delegados de ecumenismo,
reuniones con otras confesiones (generalmente,
dedicadas a convertir a católicos y sacarlos de la Iglesia),
24
encuentros, celebraciones (a menudo, con “clérigos” no
católicos de los grupos más extraños y extravagantes,
ya que no tienen otros a mano) y tesis doctorales. Estas
cosas podrían tener algún sentido en épocas en las que
sobraran el tiempo y los recursos, pero en una época de
falta de vocaciones y en la que la evangelización es una
urgencia de vida o muerte, perder el tiempo en ellas es
ridículo y, probablemente, pecaminoso.
7) Pretender llegar a la meta sin siquiera haber
comenzado la carrera
A veces se “queman etapas”, intentando llegar a la unidad
o incluso pretendiendo haber llegado ya a esa unidad
sin haber puesto los cimientos necesarios. Muchos
bienintencionados pero torpes ecumenistas proponen,
por ejemplo, que católicos y protestantes celebren juntos
la Eucaristía, sin entender que no puede haber comunión
eucarística si no hay comunión en la fe. Así lo ha entendido
siempre la Iglesia, en Oriente y en Occidente: la Eucaristía
es a la vez signo y causa de la unidad de la Iglesia.
Otra modalidad de este error consiste en un supuesto
“ecumenismo desde abajo” que propone una política de
hechos consumados: pequeñas comunidades de católicos
y no católicos que, por propia iniciativa, celebran juntos
los sacramentos como si ya hubiera unidad de hecho
entre ellos. Parece evidente que lo único que se puede
conseguir con estas cosas es fomentar el indiferentismo
religioso para el que todo da igual y, de paso, cometer
sacrilegios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica 2120).
8) Confundir a los fieles
Las posibilidades de confundir a los fieles con un
ecumenismo mal entendido o imprudente son legión, ya
que cualquier acción pública de la Iglesia o de clérigos
católicos tiene siempre una dimensión de catequesis. En
ese sentido, es una terrible imprudencia dar la impresión
de que se aprueban errores en un esfuerzo por llevarse
bien con los cristianos de otras confesiones. Esto es
especialmente importante en todo lo que se refiere a
celebraciones litúrgicas, porque, no lo olvidemos, lex
orandi, lex credendi.
Por ejemplo, cuando los fieles ven a su párroco o a su
obispo en una “celebración”, junto a una “obispa” gay
protestante, ambos revestidos con ornamentos litúrgicos
y presidiendo cada uno una parte de la celebración, casi
Revista Apologeticum
inevitablemente llegan a la conclusión de que todo da
igual y de que el protestantismo y el catolicismo, en el
fondo, son lo mismo. Lo mismo sucede cuando se ceden
iglesias católicas para ceremonias protestantes. A mi juicio,
estas celebraciones deberían reducirse al mínimo y, en
general, no hacerse con “ministros” que en realidad no han
recibido el sacramento del orden (o, peor aún, no pueden
recibirlo). Una cosa es tener una reunión no litúrgica en
la que al principio o al final se rece un padrenuestro, por
ejemplo, y otra muy diferente devaluar el culto a Dios con
personas que no son realmente ministros ordenados pero
pretenden serlo.
9) Lenguaje buenista
Otra posibilidad de error (que también está presente en
otros campos, como el de la teología moral) es el uso de
un lenguaje excesivamente buenista, que sólo se fija en
lo bueno y “positivo”, como si todo fuera de color de rosa
y la separación se limitase a un simple malentendido, sin
reconocer la realidad del error y el pecado. Es obvio que
la cortesía y el respeto son buenos, pero esa cortesía y
ese respeto nunca pueden ejercerse a costa de la verdad,
porque decir la verdad (que hace libres a los hombres)
es la mayor muestra de respeto y cortesía. Yo he venido
al mundo para dar testimonio de la Verdad, dijo Cristo (Jn
18,37).
Como consecuencia del error número 4, olvidan estos
ecumenistas de pacotilla que la misma declaración
Dignitatis Humanae comienza diciendo “que Dios
manifestó al género humano el camino por el que,
sirviéndole, pueden los hombres salvarse y ser felices
en Cristo. Creemos que esta única y verdadera religión
subsiste en la Iglesia Católica y Apostólica, a la cual el
Señor Jesús confió la misión de difundirla a todos los
hombres” (DH 1). Difícilmente podría ser más claro: “única
y verdadera religión” y “todos los hombres”.
La evangelización es un mandato fundamental de Cristo
a la Iglesia. Cualquier planteamiento que pretenda
sustituirla por otra cosa es, ipso facto, un engaño y una
tentación, que destruye a los hombres, privándoles de la
vida eterna. Dios nos libre de esta tentación.
Conviene señalar, por último, que estos diez peligros
están interrelacionados y, de hecho, todos ellos
surgen del primero (la falta de cimiento en la Verdad)
y van a desembocar en el décimo (el abandono de la
evangelización), igual que de una raíz podrida sale un
árbol enfermo que da frutos malos. Por ello, si se quieren
solucionar hay que ir a esa raíz y sanarla.
Hemos visto múltiples ejemplos de este problema con
ocasión del próximo aniversario de la Reforma protestante.
Multitud de “expertos” ecumenistas cantan las bondades
de esa Reforma y del propio Lutero, olvidando las terribles
herejías introducidas por ella (que siguen siéndolo) y el
enorme pecado que supuso (al margen de las posibles
buenas intenciones subjetivas de los participantes, que
son cuestiones que le competen sólo a Dios). Como dijo el
cardenal Koch, “no podemos celebrar un pecado”.
10) Suplantar a la evangelización
Es quizá el mayor peligro de un ecumenismo mal
entendido. En muchos casos (por no decir muchísimos),
un ecumenismo desviado termina por arrebatar su lugar
a la evangelización, sustituyendo la importancia de que
los hombres conozcan la verdad y formen parte de la
única Iglesia de Cristo por “procesos” de acercamiento
entre las diversas confesiones cristianas. Se llega incluso
a desaconsejar o dificultar las conversiones individuales al
catolicismo, algo que es un terrible pecado contra la fe.
25
General
¿Martín Lutero Tenía Razón?
Por José Miguel Arráiz
Desde hace ya algún tiempo se ha hecho costumbre escuchar de altos prelados de la Iglesia reconocimientos y
elogios a la figura de Lutero. Se ha dicho de todo, desde loas moderadas en donde se admite que pudo estar movido
por una buena y recta intención, a alabanzas desmesuradas en donde se le sitúa como parte de la gran Tradición de
la Iglesia o hasta se admite que tuvo razón en lo referente a la doctrina de la justificación. Desde la perspectiva de
un laico quiero en este artículo compartir lo que considero acertado y desacertado de estos elogios políticamente
correctos en la época actual sobre la figura y doctrina de Lutero.
Sobre las buenas intenciones de Martín Lutero
Conocer a ciencia cierta cuáles eran las intenciones de
Lutero para actuar como lo hizo en tiempos de la reforma
protestante es imposible, pues como todos sabemos,
el fuero interno solo lo conoce Dios. Lo que sí podemos
es formarnos una opinión aproximada y falible evitando
caer en juicio temerario en base a lo que el propio Lutero
admitía y el estudio objetivo de los hechos históricos.
Desde esta perspectiva en el mejor de los casos lo máximo
que se podría admitir, como mera posibilidad, es que
Lutero pudo haber actuado con lo que se conoce como
conciencia recta aunque errónea.
Tal como se nos ha enseñado tradicionalmente, actúa en
conciencia recta quien juzga de la bondad o malicia de
un acto con fundamento y prudencia, a diferencia de la
conciencia falsa, que juzga con ligereza y sin fundamento
serio. Actúa en cambio con conciencia verdadera aquél
que además de actuar en conciencia recta, acierta en
su juicio y actúa de acuerdo al orden moral objetivo. No
debe confundirse la conciencia recta con la verdadera.
Una persona puede actuar con conciencia recta cuando
con sus limitaciones ha puesto todo el empeño en actuar
correctamente independientemente de que acierte
(conciencia verdadera) o se equivoque por algún error
especulativo (conciencia errónea). Actúa en conciencia
recta invenciblemente errónea quien luego de haber
hecho todo lo posible por actuar correctamente, aún así
erra pero actuando de acuerdo a lo que su conciencia
le dicta, conciencia que en este caso, estaría formada
deficientemente.
En los propios escritos de Lutero le encontramos
admitiendo que sufrió una intensa lucha interior
26
en donde le atormentaba pensar que podía haber
obrado equivocadamente, pero que finalmente quedó
convencido de que actuaba para la gloria de Dios. Escribió
Lutero a este respecto:
“Una vez (el diablo) me atormentó, y casi me estranguló
con las palabras de Pablo a Timoteo; tanto que el corazón
se me quería disolver en el pecho: ‘Tú fuiste la causa de que
tantos monjes y monjas abandonasen sus monasterios’. El
diablo me quitaba hábilmente de la vista los textos sobre
la justificación... Yo pensaba: ‘Tú solo eres el que ordenas
estas cosas; y, si todo fuese falso, tú serías el responsable de
tantas almas que caen al infierno’. En tal tentación llegué a
sufrir tormentos infernales hasta que Dios me sacó de ella
y me confirmó que mis enseñanzas eran palabra de Dios y
doctrina verdadera” (Martín Lutero, Tisch. 141 I 62-63.)
“Antes de todo, lo que tenemos que establecer es si nuestra
doctrina es palabra de Dios. Si esto consta, estamos ciertos
de que la causa que defendemos puede y debe mantenerse, y
no hay demonio que pueda echarla abajo... Yo en mi corazón
he rechazado ya toda otra doctrina religiosa, sea cual fuere,
y he vencido aquel molestísimo pensamiento que el corazón
murmura: ‘¿Eres tú el único que posees la palabra de Dios?
¿Y no la tienen los demás?’... Tal argumento lo encuentro
válido contra todos los profetas, a quienes también se les
dijo: ‘Vosotros sois pocos, el pueblo de Dios somos nosotros’”
(Martín Lutero, Tisch. 130 I 53-54)
Parece ser que Lutero nunca se libró de la duda y a lo
largo de los años volvía a él un persistente remordimiento
de conciencia al que identificaba como tentaciones
del demonio. En el año 1535, a la ya avanzada edad de
52 años, admite que todavía encuentra el argumento
Revista Apologeticum
“muy especioso y robusto de los pseudo-apóstoles”, que
le impugnan de este modo: “Los apóstoles, los Santos
Padres y sus sucesores nos dejaron estas enseñanzas; tal es
el pensamiento y la fe de la Iglesia. Ahora bien, es imposible
que Cristo haya dejado errar a su Iglesia por tantos siglos.
Tú solo no sabes más que tantos varones santos y que toda
la Iglesia... ¿Quién eres tú para atreverte a disentir de todos
ellos y para encajarnos violentamente un dogma diverso?
Cuando Satán urge este argumento y casi conspira con la
carne y con la razón, la conciencia se aterroriza y desespera,
y es preciso entrar continuamente dentro de sí mismo y decir:
Aunque los santos Cipriano, Ambrosio y Agustín; aunque San
Pedro, San Pablo y San Juan; aunque los ángeles del cielo te
enseñen otra cosa, esto es lo que sé de cierto: que no enseño
cosas humanas, sino divinas; o sea, que (en el negocio de la
salvación) todo lo atribuyo a Dios, a los hombres nada” (WA
40,1 p.130-31)
Lo cierto es que si tal buena intención existió, la soberbia
poco a poco le llevó a alejarse cada vez más del ideal
evangélico, llenando su corazón de odio y maldiciones,
como el mismo admitió:
“Puesto que no puedo rezar, tengo que maldecir. Diré:
Santificado sea tu nombre, pero añadiré: Maldito,
condenado, deshonrado sea el nombre de los papistas y de
todos cuantos blasfeman tu nombre. Diré: Venga tu reino, y
añadiré: Maldito, condenado, destruido sea el papado con
todos los reinos de la tierra, contrarios a tu reino. Diré: Hágase
tu voluntad, y añadiré: Malditos, condenados, deshonrados
y aniquilados sean todos los pensamientos y planes de
los papistas y de cuantos maquinan contra tu voluntad y
consejo. Verdaderamente, así rezo todos los días oralmente
y con el corazón sin cesar, y conmigo todos cuantos creen en
Cristo” (Martín Lutero, WA 30,3 p.470).
El cardenal Joseph Ratzinger, antes de ser Papa a este
respecto puntualizó:
“Hay que tener en cuenta no sólo que existen anatemas por
parte católica contra la doctrina de Lutero, sino que existen
también descalificaciones muy explícitas contra el catolicismo
por parte del reformador y sus compañeros; reprobaciones
que culminan en la frase de Lutero de que hemos quedado
divididos para la eternidad. Es éste el momento de referirnos
a esas palabras llenas de rabia pronunciadas por Lutero
respecto al Concilio de Trento, en las que quedó finalmente
claro su rechazo de la Iglesia católica: “Habría que hacer
prisionero al Papa, a los cardenales y a toda esa canalla que
lo idolatra y santifica; arrastrarlos por blasfemos y luego
arrancarles la lengua de cuajo y colgarlos a todos en fila en
la horca… Entonces se les podría permitir que celebraran el
concilio o lo que quisieran desde la horca, o en el infierno con
los diablos”. (Card. Joseph Ratzinger, Iglesia, Ecumenismo
y Política. Nuevos ensayos de eclesiología, Biblioteca de
Autores Cristianos, Madrid 1987, pp. 120).
Una vez sumido en esa espiral de locura, todo aquel que
difería con Lutero en cualquier punto de doctrina o le
considerase su enemigo era objeto de los calificativos
más soeces y vulgares. Al duque Jorge de Sajonia le
llama “asesino”, “traidor”, “infame” “sicario”, “derramador
de sangre”, “tunante desvergonzado”, “mentiroso”,
“maldito”, “perro” “sanguinario”, “demonio”. Los insultos al
Papa siempre fueron una constante y es casi imposible
contabilizarlos: “anticristo maldito”, “borriquito papal”,
“asno papal”, “obispo de los hermafroditas y el papa
de los sodomitas”, “apóstol del diablo”. No solo los
católicos eran objeto de sus oprobios, sino que ya
alcanzaban a los mismos protestantes. A Tomas Münzer
le llamó “archidemonio que no perpetra sino latrocinios,
asesinatos y derramamientos de sangre”, su aliado
Andreas Karlstadt cuando diverge con él pasa a ser
un “sofista, esa mente loca”, “mucho más loco que los
papistas”. Lo mismo sucede con Ulrico Zuinglio, quien
cuando niega la presencia de Cristo en la Eucaristía,
pasa a ser “dignísimo de sacro odio, ya que tan procaz y
maliciosamente obra en nombre de la santa palabra de
Dios” y un “servidor del diablo”.
Es evidente que no era Lutero precisamente la persona
ideal para intentar reformar la Iglesia, y ya pasados
tantos siglos de aquellos acontecimientos, está claro que
la figura del reformador protestante no tiene por qué
seguir separando a católicos y protestantes. Yo mismo,
que no siento simpatía por tan siniestro personaje, no
tendría problema en admitir que pudo haber tenido al
comienzo justa indignación por los abusos en el tráfico
de indulgencias, o que estaba sinceramente convencido
de estar en la verdad. Admitir esto, no veo que sea
concederle un gramo de razón.
Sobre el oscurecimiento del sentido de la gratuidad
de la salvación en la Iglesia Católica
Pero otra de las alabanzas que se suelen escuchar
respecto a la figura de Lutero, y que ya comienza a ser
preocupante, es aquella donde se admite y sostiene que
27
General
durante siglos en la Iglesia Católica se perdió el sentido
de la gratuidad de la salvación divina y fue Lutero quien
tuvo el mérito de recuperarla. A este respecto, se puede
mencionar concretamente la predicación que el padre
Rainiero Cantalamessa en Marzo del presente año en la
Basílica de San Pedro, donde afirmó lo siguiente:
“Existe el peligro de que uno oiga hablar acerca de la justicia
de Dios y, sin saber el significado, en lugar de animarse, se
asuste. San Agustín ya lo había explicado claramente: “La
‘justicia de Dios’, escribía, es aquella por la cual él nos hace
justos mediante su gracia; exactamente como ‘la salvación
del Señor’ (Sal 3,9) es aquella por la cual él nos salva” (El
Espíritu y la letra, 32,56). En otras palabras, la justicia de Dios
es el acto por el cual Dios hace justos, agradables a él, a los
que creen en su Hijo. No es un hacerse justicia, sino un hacer
justos. «Lutero tuvo el mérito de traer a la luz esta verdad,
después de que durante siglos, al menos en la predicación
cristiana, se había perdido el sentido, y es esto sobre
todo lo que la cristiandad le debe a la Reforma, la cual el
próximo año cumple el quinto centenario. “Cuando descubrí
esto, escribió más tarde el reformador, sentí que renacía
y me parecía que se me abrieran de par en par las puertas
del paraíso”[Prefación a las obras en latín, ed. Weimar, 54,
p.186.]» ”
Si bien es posible que en la época de Lutero algunos
predicadores de las indulgencias pudieron dejar en
segundo plano la doctrina sobre la gratuidad de la gracia
(desconozco hasta que punto), no es justo achacar esto a
la predicación cristiana de la Iglesia durante siglos. Como
bien hizo notar el sacerdote y doctor en teología, José
María Iraburu en un artículo publicado recientemente,
sostener esto es hacer una gran injusticia hacia aquellos
predicadores que más prestigio e influencia tuvieron en
la cristiandad de su tiempo, tanto antes, en y después de
la época de Lutero, y que enseñaron siempre la verdadera
doctrina católica de la gracia y la justificación, y estaban
libres de toda peste de pelagianismo o semipelagianismo.
Entre ellos recordó a Santa Hildegarda de Bingen (+1179),
Santo Domingo de Guzmán (+1221), San Francisco de Asís
(+1226), San Antonio de Padua (+1231), Beato Ricerio de
Mucia (+1236), David de Augsburgo (+1272), Santo Tomás
de Aquino (+1274), San Buenaventura (+1274), Santa
Gertrudis de Helfta (+1302), Santa Ángela de Foligno
(+1309), maestro Eckahrt (+1328), Taulero (+1361), Beato
Enrique Suson (+1366), Santa Brígida de Suecia (+1373),
Santa Catalina de Siena (+1380), Ruysbroeck (+1381), Beato
Raimundo de Capua (+1399), San Vicente Ferrer (+1419),
28
San Bernardino de Siena (+1444), San Juan de Capistrano
(+1456), Tomás de Kempis (+1471), Santa Catalina de
Génova (+1507), Bernabé de Palma (+1532), Francisco de
Osuna (+1540), San Ignacio de Loyola (+1556), San Pedro
de Alcántara (+1562), San Juan de Ávila (+1569), y tantos
otros.
¿Realmente se puede afirmar con justicia que estos
santos, doctores, predicadores y maestros espirituales
desconocieron en sus predicaciones la gratuidad de
justificación del hombre por la gracia que en la fe tiene
su inicio? ¿Obscurecieron en su tiempo, «durante siglos»,
«al menos en la predicación» al pueblo, el entendimiento
de la salvación como pura gracia concedida por el Señor
gratuitamente? Las predicaciones de todos esos maestros
y doctores, conservadas hoy día son una clara evidencia
de que eso no es cierto, y aunque tengamos el más noble
deseo de mejorar las relaciones con nuestros hermanos
luteranos, la solución no puede ser lanzar injustamente a
nuestros antepasados en la fe, a las patas de los caballos.
Diferencias entre la doctrina católica y la luterana
Para comprender cuales son las diferencias reales que
subsisten entre la doctrina católica y la luterana, tenemos
que resumir, aunque sea muy brevemente, los errores del
ex-monje alemán.
La concupiscencia es siempre pecado
Los católicos creemos que se comete pecado al consentir
el impulso pecaminoso, no simplemente al sentir-lo. Para
Lutero en cambio, la concupiscencia es pecado ya en
sí mismo, formal e imputable. Este primer error llevó a
Lutero a una vida de tormento, porque a pesar de todas
las buenas obras que intentaba hacer, no lograba alcanzar
la paz interior al sentirse constantemente en pecado
mortal y próximo a la condenación eterna. En este estado
psicológico Lutero es conducido hacia su segundo error:
la negación total de la libertad humana.
El hombre no es libre
Tal como sostiene Lutero en su obra De Servo Arbitrio,
el pecado original ha destruido totalmente el libre
albedrío de la persona humana. Para el ex-monje alemán,
el hombre es ya incapaz de hacer alguna obra buena,
por tanto todas sus obras aunque sean de apariencia
hermosa, son, no obstante, y con probabilidad, pecados
Revista Apologeticum
mortales… y si las obras de los justos son pecado, como lo
afirma su conclusión, con mayor motivo lo serán las de los
que aún no están justificados.
La doctrina católica enseña en cambio, que a raíz del pecado
original el libre albedrío se encuentra debilitado pero no
aniquilado, y que aunque para efectuar actos saludables
(actos que le conducen a la salvación) es imprescindible
la gracia de Dios, aun puede realizar sin ayuda de la gracia
obras moralmente buenas.
El hombre se justifica por la sola gracia a través de la fe
fiducial, o fe sola.
El tercer error de Lutero parte del anterior, pues concluye
que si el hombre no es libre, aquellos que se salvan lo
hacen porque Dios les otorga la salvación de una forma
absolutamente pasiva y extrínseca. El hombre no coopera
en nada por su salvación, sino que todo se resuelve por
la certeza subjetiva de haber sido justificado por la fe
gracias a la imputación de los méritos de Cristo. Basta con
aceptar a Cristo como salvador y confiar en estar salvado
para asegurar la salvación, independientemente de si se
obra conforme a la voluntad de Dios o se incumple los
mandamientos.
Desde esta perspectiva el hombre sigue siendo pecador
pero es declarado justo, de forma similar a que si tomáramos
un hombre andrajoso y harapiento y lo cubrimos sin asear
con una túnica espléndidamente blanca. Al mirarlo, el juez
miraría la túnica blanca y resplandeciente (que representa
a Jesucristo, que ha muerto por nuestros pecados) en lugar
del harapiento que se encuentra debajo.
Los católicos en cambio creemos que podemos cooperar a
nuestra justificación, no con nuestras propias fuerzas, sino
porque la gracia nos inspira y nos capacita para hacerlo.
Creemos además que Dios no sólo nos declara justos, sino
que también nos hace justos; que nos santifica y renueva,
de modo que, por medio de la gracia somos una nueva
criatura. Por consiguiente, debemos vivir como nueva
criatura. La fe debe hacerse efectiva en el amor, en el
cumplimiento de los mandamientos y las obras de caridad.
La doctrina luterana aún barnizada piadosamente,
y aunque pretende dar a la gracia la primacía, en el
fondo presenta una noción deficiente de la misma, que
la cree impotente a la hora de transformar al hombre
y hacerlo verdaderamente santo, conformándose solo
con declararlo justo, pero dejándolo inmundo y
pecador.
Los justificados no pueden perder su salvación
Si se concluye erróneamente que el hombre se salva por
la fe sola, es comprensible que concluya que el creyente
justificado no puede perder su salvación aunque no
obedezca los mandamientos y cometa pecados graves.
De allí que en 1521, el primero de agosto, escribe Lutero
en una carta a Melanchthon:
“Si eres predicador de la gracia, predica una gracia
verdadera y no ficticia; si la gracia es verdadera, debes
llevar un pecado verdadero y no uno ficticio. Dios no salva
a los que son solamente pecadores ficticios. Sé un pecador
y peca audazmente, pero cree y alégrate en Cristo aun más
audazmente… mientras estemos aquí [en este mundo]
hemos de pecar… Ningún pecado nos separará del Cordero,
aunque forniquemos y asesinemos mil veces al día”.
Los católicos en cambio creemos que el creyente
justificado puede caer del estado de gracia de Dios
si comete pecado mortal. El evangelio está lleno de
advertencias en este sentido. Cristo nos habla de que
aquella rama (creyente) que a dejar de dar fruto (hacer
buenas obras), es cortada y echada al fuego (Juan 15) y
deja claro que no solo el que confiesa su fe en Él entrará
el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Dios
(Mateo 7,21). Cuando el joven rico pregunta a Jesús que
ha de hacer para salvarse, Él le responde que cumpla los
mandamientos (Mateo 19,17). La epístola de Santiago
en su capítulo 2 contiene prácticamente una refutación
formal a las tesis de Lutero, al punto de que éste intentó
por todos los medios excluirla de la Escritura y la calificó
como “la epístola de paja”.
Los errores derivados de la doctrina de Lutero
Pero los errores de Lutero no terminaron allí, y como
una cadena de naipes que caen en fila, se siguieron
multiplicando. En tal sentido puntualizó el cardenal
Joseph Ratzinger:
“Lutero, tras la ruptura definitiva, no sólo ha rechazado
categóricamente el papado, sino que ha calificado de
idolátrica la doctrina católica de la misa, porque en ella
veía una recaída en la Ley, con la consiguiente negación
del Evangelio. Reducir todas estas confrontaciones a
29
General
simples malentendidos es, a mi modo de ver, una pretensión
iluminista, que no da la verdadera medida de lo que fueron
aquellas luchas apasionadas, ni el peso de realidad presente
en sus alegatos. La verdadera cuestión, por tanto, puede
únicamente consistir en preguntarnos hasta qué punto
hoy es posible superar las posturas de entonces y alcanzar
un consenso que vaya más allá de aquel tiempo. En otras
palabras: la unidad exige pasos nuevos y no se realiza
mediante artificios interpretativos. Si en su día [la división]
se realizó con experiencias religiosas contrapuestas, que
no podían hallar espacio en el campo vital de la doctrina
eclesiástica transmitida, tampoco hoy la unidad se forja
solamente mediante variopintas discusiones, sino con la
fuerza de la experiencia religiosa. La indiferencia es un medio
de unión tan sólo en apariencia.”
(Card. Joseph Ratzinger, Iglesia, Ecumenismo y Política.
Nuevos ensayos de eclesiología, Biblioteca de Autores
Cristianos, Madrid 1987, pp. 120-121).
Dicho de lenguaje simple, las diferencias existen, e
ignorarlas no hará que desaparezcan, punto que trataré a
continuación.
¿Estamos hoy en día de acuerdo católicos y protestantes
en lo referente a la doctrina de la justificación?
El Papa Francisco aludiendo al acuerdo católico-luterano
respecto a la justificación de 1999 declaró en una
entrevista que “hoy en día, los protestantes y los católicos
están de acuerdo en la doctrina de la justificación”.
Con todo el respeto que se merece el Papa, y
comprendiendo que este tipo de declaraciones pueden
estar motivadas por la buena intención de buscar un
acercamiento entre católicos y protestantes, creo que si
somos realistas tenemos que aceptar que la situación es
muy distinta. En primer lugar, había que matizar que dicha
declaración solamente fue firmada por la Iglesia Católica
y la Federación Luterana Mundial. Dicha Federación
representa solo un conjunto de iglesias luteranas, las
cuales no abarcan ni al 7% del protestantismo y ni siquiera
a la totalidad del luteranismo. Es un hecho lamentable pero
cierto que el rechazo del acuerdo fue prácticamente total
por el resto de las denominaciones cristianas incluyendo
las bautistas, metodistas, calvinistas, pentecostales, etc.
Y como hizo notar acertadamente Luis Fernando Pérez
en un artículo publicado en Infocatólica, inclusive dentro
del propio luteranismo dicho acuerdo fue ampliamente
30
rechazado por cientos de teólogos y por la Iglesia
evangélica de Dinamarca (luterana) con un argumento
lleno de sentido común: se trata un texto que el propio
Lutero habría rechazado, pues se acerca a la doctrina
católica sobre la justificación y se aparta del sola fide del
ex-monje agustino alemán.
El teólogo protestante José Grau lo explicó de la siguiente
manera:
“El llamado acuerdo sobre la justificación de 1999, al igual
que las conversaciones que sirvieron de prolegómenos
en las dos últimas décadas del siglo XX, hacen con la
doctrina de la justificación lo mismo que hizo Trento con
el agustinianismo: se acercan semánticamente a Lutero
(aunque sin condenarlo por nombre, específicamente, ni
tampoco levantar la excomunión vaticana que pesa sobre
él). Y así como en Trento la iglesia romana descafeinó a
Agustín (nota nuestra: esto es falso), ahora estos luteranos
del brazo de los católicos descafeínan a Lutero.
El resultado práctico no es otro que la inutilización de la
«dinamita» del mensaje reformado, luterano, protestante y
bíblico sobre todo (el Evangelio es poder (dinamita) de Dios
para salvación a todo aquel que cree…» Romanos 1:16),
anulando la espoleta de las doctrinas de la gracia mediante
una terminología teológica que parece del agrado de todos
si se lee de corrido, sin profundizar en los conceptos. Unas
afirmaciones equilibran a otras de signo diferente, sin entrar
casi nunca en el meollo fundamental de la cuestión.
Como escribe Pedro Puigvert, en carta a «La Vanguardia» (5-
11-99): «Los católicos no han cedido nada. Porque eso de
confesar que la justificación es obra de la gracia de Dios
lo han creído siempre, juntamente con la cooperación
humana que ahora resulta que también es fruto de la gracia,
aunque lo desmienta la Escritura cuando dice: «Al que obra
no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda;
mas al que no obra, sino que cree en Aquel que justifica al
impío, su fe le es contada por justicia» (Romanos 4:5-6).
Roma ha ganado la batalla doctrinal. ¡Si Lutero alzara
la cabeza! ”
En lo personal me gustaría compartir la apreciación
del Papa y creer que verdaderamente los católicos y
evangélicos hemos llegado a profesar una misma fe
respecto al tema de la justificación, pero la cruda realidad
es otra, y es que ni siquiera los propios protestantes están
de acuerdo entre ellos en este tema.
Revista Apologeticum
Pintura de Martín Lutero por Lucas Cranach der Ältere
31
General
¿Tuvo razón Lutero en lo referente a la doctrina de la
justificación?
Hoy está de moda dar la razón a Lutero, es políticamente
correcto. ¿Creemos católicos y evangélicos ahora que el
hombre es justificado por medio de la gracia de Dios?,
sí, pero lo mismo lo hemos creído siempre. El problema
está cuando se afirma, respecto a las diferencias reales en
doctrina que existieron y existen entre la doctrina católica
y la luterana, que era Lutero quien tenía razón.
Si la doctrina de Lutero, que fue condenada
dogmáticamente por un Concilio Ecuménico y dogmático,
resulta que era la doctrina verdadera, mejor apaga y
vámonos, porque entonces tendrán razón los protestantes
en que no necesitamos ni Papas ni Concilios, si es que
como ellos sostienen, se pueden equivocar cuando
definen aquello que es dogma de fe.
Y si todo se trata de un gesto diplomático es necesario
recordar, como nos han enseñado siempre, que un
ecumenismo que no está basado en la verdad no es un
verdadero ecumenismo y por más que posemos juntos y
sonrientes para la foto no estaremos más cerca unos de
otros que hace 500 años.
32
Revista Apologeticum
Pintura de La Dieta de Worms por Anton von Wermer
33
Actualidad
¿Por Qué los Católicos Están Tan
Mal Formados?
Por Bruno Moreno Ramos
Es frecuente oír la queja de que los católicos están muy
mal formados en lo referente a la fe, la Escritura, la historia
de la Iglesia, la moral, la liturgia y un largo etcétera. Una
queja frecuente y más que comprensible. Esa ignorancia se
hace especialmente evidente si uno visita Hispanoamérica
y observa los millones de católicos que se han hecho (y
se están haciendo) protestantes debido en buena parte a
que nunca tuvieron una formación adecuada y no sabían
responder a acusaciones contra el catolicismo que, en
realidad, no tienen fuerza ninguna o están basadas en
malentendidos. Lo mismo podría decirse de España, con la
diferencia de que los católicos mal formados dejan la Iglesia
en dirección al agnosticismo más que al protestantismo.
Como es lógico no basta constatar esta terrible situación
(que es como para echarse a llorar), sino que lo importante
es responder a la pregunta fundamental: ¿por qué sucede
esto? Sólo conociendo las causas de un problema es
posible solucionarlo. En lugar de lanzarme a intentar
responder a la cuestión, voy a contar una sencilla anécdota
que me parece muy reveladora.
No hace mucho, fui a Misa a una parroquia a la que nunca
había asistido anteriormente y cuyo nombre omitiremos.
Era un templo grande y había mucha gente en él. Coincidió
que el sacerdote que celebraba la Misa no era el párroco
ni un adscrito a la parroquia, sino que estaba haciendo un
favor al párroco, que estaba ocupado ese día.
No voy a hablar de la homilía (que fue excelente, sencilla
y al grano), sino solamente de un pequeño detalle que
me encantó. Se rezó el credo “corto”, es decir, el Credo
Apostólico y, al llegar al final del mismo, los fieles, con la
seguridad que proporcionan años de práctica, dijeron
como un solo hombre “creo en la resurrección de los
muertos”, en lugar de “creo en la resurrección de la carne”.
Ante eso, el sacerdote se tomó dos minutos después
del credo para explicar sencillamente y con tranquilidad
que, en ese credo, se habla de la resurrección de la carne
y el sentido de ese artículo de fe. Después de indicar
que probablemente el error venía en origen de haber
mezclado el credo “corto” y el “largo”, explicó que no
sólo nuestra alma viviría para siempre, sino que nuestro
mismo cuerpo había de resucitar y ser glorificado como
el de Cristo. Los católicos comemos de la Eucaristía,
que es medicina de inmortalidad como la llamaron los
Padres de la Iglesia, de modo que sabemos que nuestro
cuerpo mortal participará de la victoria de Cristo sobre la
muerte. Por eso el cuerpo es templo del Espíritu Santo y
no podemos abusar de él.
La explicación fue seguida con gran atención por toda
la asamblea, que, hasta donde pude ver, la comprendió
y aceptó con naturalidad. Por mi parte, sentí ganas de
vitorear a aquel sacerdote y sólo me contuve porque no
me pareció apropiado aplaudirle en medio de la liturgia.
Aún más meritorio fue el gesto teniendo en cuenta que
sólo estaba de visita y podía haberse limitado a hacer lo
mínimo necesario.
Ya sé que sólo es un detalle aparentemente sin
importancia, pero lo que me llamó la atención
fue darme cuenta de que esos fieles llevaban
probablemente décadas proclamando mal el credo
sin que nadie se hubiera molestado en decírselo y en
explicarles ese artículo de fe. Uno o probablemente
varios sacerdotes les habían oído equivocarse al recitar
el resumen de la enseñanza católica cientos de veces y
no habían sido capaces de tomarse dos minutos para
ayudarles a comprender mejor la fe en la resurrección.
34
Revista Apologeticum
Esto me lleva a deducir que la cuestión de por qué los
católicos están tan mal formados no es un misterio.
No hace falta ponerse a estudiar tendencias culturales,
políticas o religiosas, la influencia del clericalismo y del
anticlericalismo o las consecuencias del nominalismo
del siglo XII. Por suerte (o más bien por desgracia) la
realidad es mucho más sencilla: los católicos están tan mal
formados porque no se les forma en absoluto. No es que
las dificultades frustren los intentos de formarlos, sino que
directamente ni siquiera se intenta.
Hay incontables oportunidades de formar a los fieles:
explicando partes de la liturgia en la Misa, aprovechando la
homilía, en charlas cuaresmales, pascuales o navideñas, en
la clase de religión para los niños, en funerales, entierros,
bodas y bautizos, haciendo uso del arte cristiano de
nuestras iglesias, en las catequesis de primera comunión
y confirmación o en los cursillos prematrimoniales, entre
otras muchas. Pero la realidad es que esas oportunidades
generalmente no se aprovechan, sino que se pierden en
vaguedades, sentimentalismos o en hacer lo mínimo para
cumplir el expediente.
Lo mismo se puede decir de los padres, que parecen ignorar
su propio deber de formar a los hijos en la fe y que esperan
que eso ya lo hagan en el colegio o en la parroquia. Como
si no supieran por experiencia propia que la formación que
les proporcionarán a los niños en esos lugares es limitada
(o en algunas ocasiones inexistente) y, en todo caso, de
nada servirá si los hijos no ven que sus padres no le dan
importancia.
Por supuesto, para formar antes hay que formarse, porque
nadie da lo que no tiene. Si el que supuestamente debería
formar no sabe nada, difícilmente podrá ayudar a otros en
esto. Gracias a Dios, esto tampoco es un obstáculo difícil o
complicado. La realidad es que el 99% de los sacerdotes,
religiosos, catequistas y padres de familia aprenderían
muchísimo sólo con leer el catecismo. No hace falta más.
Es cierto que es un dato triste en el sentido de que tantos
que deberían saber apenas saben nada, pero también
resulta muy esperanzador porque indica que la solución
de esa ignorancia es relativamente sencilla: basta leer un
libro que todos tienen o deberían tener en sus casas.
Volvemos a lo mismo: si los que deben formar a otros
carecen de los conocimientos necesarios es, simplemente,
porque no les da la gana adquirir esos conocimientos,
que están al alcance de cualquiera en su nivel básico. No
hacen falta cursos complicados, licenciaturas en Teología
o doctorados en Sagrada Escritura, porque antes de eso
hay muchísimo que todos podemos aprender con sólo
molestarnos en leerlo o preguntarlo. Como es lógico,
más allá de ese nivel básico the sky’s the limit, como
dicen los ingleses; el cielo es el límite. Siempre hay
posibilidades de profundizar más, leer más, preguntar
más y saber más, porque la Teología es la reina de las
ciencias y compensará abundantemente cualquier
tiempo y esfuerzo que se le dedique.
Antes de que algún bienintencionado me diga que
lo importante es la misericordia y que todo eso de la
formación es un intelectualismo que no tiene importancia
para la fe, me permito recordar que enseñar al que no sabe
es una de las obras de misericordia. Los anteriormente
mencionados sacerdotes, religiosos, catequistas y
padres de familia tenemos un grave deber de formar en
la fe a aquellos que nos están encomendados y, si no lo
hacemos, la realidad es que no tenemos misericordia.
De nada sirve decirse, si uno es padre de familia, que
lleva a sus hijos a un buen colegio o a una estupenda
universidad; no basta, si se trata de un sacerdote, con
pensar que su parroquia tiene eficientes servicios
sociales; no es suficiente, para los catequistas, organizar
muy bien la celebración de la primera comunión.
Tenemos un grave deber de formarnos y de aprovechar
cualquier oportunidad para formar a aquellos que Dios
nos ha encomendado. A tiempo y a destiempo, como
decía San Pablo, porque la formación en la fe es parte de
la evangelización.
Ahí está la cuestión: que no evangelizamos. Y mientras
sigamos sin evangelizar, millones de católicos seguirán
dejando innecesariamente la fe todos los años, hasta que
ya no queden millones de católicos. Y cuando el Señor
nos pregunte el último día por qué permitimos que esas
ovejas se perdieran, sólo podremos decir, horrorizados
y avergonzados de nosotros mismos, que no nos dio la
gana ayudarlas. Dios no lo permita.
35
Actualidad
Hacia Una Religión del Hombre
Por Alberto Mensi
Ya desde mediados del siglo XX se va manifestando,
especialmente en Occidente, una tendencia dentro de la
Iglesia que va confluyendo hacia lo que podríamos llamar
una Religión del Hombre.
Recuerdo que por los años 70 un prestigioso sacerdote
dominico el RP Pinto OP del Convento de Santo Domingo,
Buenos Aires, conversaba animosamente con un
estudiante quien le planteaba argumentos sobre distintas
cosas puntuales que se estaban reformando. Con una suave
sonrisa le contestó al final: si tomas cualquiera de esas
cosas de manera separada, independiente, seguramente
le encontrarás explicación. El problema es que tomadas
todas ellas en conjunto tienen un claro denominador que
es la desacralización.
El problema es que paso a paso, con diferentes
razonamientos, analizando de manera fragmentada la
realidad, poco a poco van cambiando el eje de nuestra
perspectiva y en lugar de ordenar nuestra mirada hacia
Dios a quien debemos adorar, vamos centrando nuestra
mirada en sólo el hombre, el hombre sólo sin Dios.
Se nos va colando suavemente una especie de
pelagianismo 1 y podemos ver un interés en diferentes
métodos y sistemas para crecer, mejorar, superarnos… ¿y
la conversión? ¿y el volver nuestro corazón a Dios?
San Agustín en su obra “De Civitate Dei” dice claramente
“dos amores fundaron dos ciudades: el amor propio hasta
el menosprecio de Dios, fundó la ciudad terrena y, el amor a
Dios hasta llegar al desprecio de sí mismo, fundó la Ciudad
de Dios.”(De Civitate Dei 14,28)
En este primer artículo comenzaremos a analizar un
documento de la Sagrada Congregación para la Doctrina
de la Fe, del 24 de julio de 1966 firmado por el entonces
Cardenal Alfredo Ottaviani. El documento se llama:
“Carta a los Presidentes de las Conferencias Episcopales,
sobre los abusos en la interpretación de los Decretos del
Concilio Vaticano II. 2
Alguno podría decir: eso es de hace 50 años, ¡qué
antigüedad!
Más bien debemos decir ¡qué visión que tuvieron en ese
momento! ¡Qué actualidad!
Me parece que para abordar este documento primero
debemos considerar lo que un gran pensador tomista
moderno ha dicho acerca de la modernidad y la Iglesia,
me refiero al Pbro. Julio Meinvielle quien en su clásica
obra “De la cábala al progresismo” plantea cómo se va
dando ese vaciamiento de la Iglesia de Cristo en una
Iglesia del hombre.
Dice el P. Meinvielle que el progresismo no se da en el
común de sacerdotes, teólogos, religiosos, laicos, como
un efecto de una influencia directa de la Cábala sino que
la gestación de esa Iglesia nueva surge por la influencia
indirecta, real y efectiva de la cultura moderna que ella
sí está profundamente impregnada por influencias
gnósticas y cabalísticas. 3
Dicho con palabras más sencillas el cambio se va
dando por una adecuación de los distintos elementos
doctrinales, litúrgicos y morales conforme al espíritu
humanista mundano, un cambio radical del paradigma
por el cual ya no se busca predicar para invitar a los
hombres del mundo a convertir su corazón a Dios, sino
adecuar el mensaje cristiano al gusto de los oídos de los
hombres mundanos, para los cuales el mensaje cristiano
se va convirtiendo en un positivo mensaje de rescate
de aquello que al hombre moderno le hace permanecer
tranquilo con un barniz de espiritualidad, pero que no
pase más allá de la epidermis.
No se trata de convertir el corazón sino de alcanzar la
plena realización.
Esto a la vez no se da de una manera violenta, ni de una
manera total, drástica, en un momento, sino que se aplica
la historia de la rana:
36
Revista Apologeticum
“un señor puso una rana en una olla a cocinar a fuego
fuerte y la rana saltó de la olla al quemarse. Vino otro y
la puso suavemente en una olla con agua fría donde la
rana se sintió cómoda. Puso la olla sobre una hornalla a
fuego muy, muy bajo y así poco a poco fue entibiándose,
la rana se durmió muy cómoda, hasta que subió y subió la
temperatura y la rana quedó cocinada, y ella murió… muy
cómoda”.
Esto simplemente es lo que va sucediendo y poco a poco
nos vamos acostumbrando a normas, pautas, costumbres,
formas, que van cambiando año a año, algunas de manera
más acelerada convencen a quienes están apresurados
por el cambio. Otras más moderadas, convencen a quienes
les asustan estos cambios.
El tema es que con el tiempo nos vamos apartando,
y mucho, del rumbo original, y por ello necesitamos
convertirnos de una vez por todas al espíritu de esa Ciudad
que nos dice San Agustín fundada en el amor a Dios hasta
el desprecio a uno mismo, lo que es ni más ni menos que
un eco de aquellas palabras de Jesús “aquel que me quiera
seguir, niéguese a sí mismo, cargue su cruz y sígame” (Mt.
16, 24).
Vamos entonces a comenzar el análisis de algunos puntos
de este Documento tan importante que nos ilumina acerca
de algunos errores con los cuales estamos conviviendo
hoy día.
1. “Ante todo está la misma Revelación sagrada: hay
algunos que recurren a la Escritura dejando de lado
voluntariamente la Tradición, y además reducen el
ámbito y la fuerza de la inspiración y la inerrancia,
y no piensan de manera correcta acerca del valor
histórico de los textos”.
Vemos pues que el primer abuso del cual se nos advierte
va a la fuente misma de la Revelación.
Sabemos que Cristo Nuestro Señor ha dejado su enseñanza
en una mesa de tres patas: la Sagrada Escritura, la Sagrada
Tradición y el Magisterio Ordinario de la Iglesia.
Ahora bien debemos entender correctamente qué significa
esto para poder llegar a comprender la gravedad del error
arriba mencionado.
Nuestro Señor enseñó oralmente a los Apóstoles y
discípulos todo lo que debía enseñarles. Les interpretó las
Escrituras, más aún, lo que dijo que había que hacer Él
dio el ejemplo haciéndolo.
Nuestro Señor les dio a los Apóstoles el mandato y el
poder de conservar y difundir estas cosas para el bien
de todo aquel que quisiera recibirlo, “el que a ustedes
escucha, a mí me escucha; el que a ustedes desprecia,
a mí me desprecia” 4 . El magisterio de la Iglesia no es
el invento de un cura sino del mismo Dios y, en sus
comienzos, se va desarrollando de una manera muy
intrincada con la Escritura sacra y la Tradición.
Las catequesis orales de los Apóstoles movidos por el
Espíritu Santo son las que se van a poner por escrito en
los Santos Evangelios, textos en los cuales los escritores
sacros tienen la asistencia del Santo Espíritu, pero además
son fácilmente contrastados con el testimonio vivo de
muchos que han sido testigos de algunos o muchos de
esos momentos.
Lo que el Pueblo de Dios creyó siempre, en todas
partes, es lo que se va transmitiendo de generación en
generación y en los primeros siglos del cristianismo,
sellado ese testimonio con la sangre de innumerables
mártires.
No es nuevo éste error al que aludimos arriba pues pronto
van a empezar a aparecer, como ahora, aquellos que con
poca o mala doctrina quieren hacer decir al Señor lo que
Él no dijo, para lo cual van a utilizar, y utilizan ahora (pues
el diablo no se recrea, es sólo mona de Dios) el recurso
tan vulgar de despegar el texto de la Sagrada Escritura
lejos de la Tradición con lo cual cada uno lo entiende
como se le da la gana.
Por otra parte, según ellos, ese texto es simplemente
lo que escribió un hombre allá en los comienzos del
cristianismo, pero que, de última, no tenía idea cabal
de lo que quería decir sino que ahora con los adelantos
científicos podemos comprender qué hay de cierto y qué
hay de ignorancia en esos escritos. Y el hecho de que
cuenten un hecho histórico… habría que ver en realidad
cuanto se acuerdan y cuanto inventan, y así el camino es
interminable.
Si Jesús en el Evangelio dice que nuestro hablar debe ser
sí, sí; o si es no, no; ellos dirán que si es si pero puede ser
no, y si es no puede ser si, o tal vez, o quizás, depende de
la situación.
37
Actualidad
Si la Sagrada Escritura no es palabra de Dios, escrita por un
hombre, y asegurada por la asistencia del Espíritu Santo
para evitar ningún error doctrinal.
Si Jesús no está presente donde dos o más se reúnen en
su nombre, y la Tradición de la Iglesia es simplemente
una moda del pasado, no una regla de orientación en
nuestra vida cristiana desde el origen de la Iglesia hasta la
consumación de los tiempos.
Si el Magisterio de la Iglesia es tan sólo la ocurrencia de
algún Obispo y no la concreción del mandato del Señor.
Si todo esto es así, como lo enseña este error, pues entonces
hoy podemos creer en Cristo y mañana da lo mismo creer
en Buda, en Mahoma o en Napoleón, es lógica pura.
Todo es un invento humano y la Iglesia sería tan sólo una
asociación benéfica para que estemos un poco mejor,
una sociedad filantrópica, un club de amigos pero no el
Cuerpo Místico de Cristo.
Dejaría de ser por lo tanto la Iglesia fundada por el mismo
Dios, para ser una congregación creada por hombres para
que los hombres nos encontremos y seamos felices aquí
y ahora.
Por eso tenemos inmediatamente estos dos errores:
2. “Por lo que se refiere a la doctrina de la fe, se dice
que las fórmulas dogmáticas están sometidas
a una evolución histórica, hasta el punto que el
sentido objetivo de las mismas sufre un cambio”.
3. “El Magisterio ordinario de la Iglesia, sobre todo el
del Romano Pontífice, a veces hasta tal punto se
olvida y desprecia, que prácticamente se relega al
ámbito de lo opinable”.
Si no hay una verdad revelada, si simplemente esto es
una congregación de hombres, tampoco hay verdades
inmutables, no pueden existir dogmas, las verdades se
deben ir adecuando a los cambios que se dan en la historia,
deberían ser como explicaciones positivas adecuadas al
común sentir de las personas hoy día.
Por lo tanto el Magisterio Ordinario de la Iglesia debería ser
tan sólo una especie de moderador para una convivencia
pacífica.
Nunca pueden aceptar estos noveleros que la Iglesia
como Madre y Maestra enseñe LA VERDAD revelada
por Nuestro Señor Jesucristo, porque eso implicaría que
deberían adecuar sus pensamientos, sus costumbres, sus
vidas a lo que marca esa enseñanza, es decir, convertirse.
Por eso a ellos les dice nuevamente el Señor: “¿Cómo es
que ustedes desobedecen el mandato de Dios para seguir
sus propias enseñanzas?” 5
Termino este primer artículo con un comentario que hacía
el P. Leonardo Castellani más o menos así: al pie de la cruz
los judíos le dicen a Jesús baja de la cruz y creeremos en ti y
Jesús desde la Cruz les está diciendo crean en mí, entonces
bajaré de la Cruz.
Hoy también los modernos fariseos y saduceos quieren
que Jesús, que su Iglesia, baje de la cruz que se haga
una más del montón para aceptarla porque no puede
soportar el testimonio de Cristo vivo en Su Iglesia Santa
y que desde el madero santo de la Cruz sigue atrayendo
hacia sí a todos los corazones de buena voluntad.
_______________________________________________
Notas:
[1] Pelagianismo: herejía defendida y sostenida por el monje bretón
Pelagio, de quien recibió el nombre, difundida en Sicilia, África y
Palestina por Celso, y sistematizada por el obispo de Campania,
Juliano, esta herejía aparecida en los primeros años del siglo V minó
al cristianismo por la base.
Sostenía la capacidad natural del hombre para conseguir la salvación;
bastaba para ello el uso de la razón y de la libertad sin la intervención
sobrenatural de Dios; negaba, al mismo tiempo la sustancia y las
consecuencias del pecado original, y la absoluta necesidad de la
gracia para realizar obras sobrenaturales (mercaba.org)
[2] http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/
documents/rc_con_cfaith_doc_19660724_epistula_sp.html
[3] Cábala: “La Cábala (termino hebreo que significa tradición) mala
se funda en el cambio puro. El cambio no se encontraría en la creatura
sino en el creador. Dios se haría con el universo y con el hombre, Dios
sería historia... El hombre ejerce una acción predominantemente
transitiva y transformadora, buscando la utilidad práctica de las cosas.
La creatura humana tiene la insolencia de levantarse hasta Dios, y, por
su propio esfuerzo, obtener la divinización. No es Dios quien salva al
hombre en Jesucristo, sino que es el hombre quien completa y termina
a Dios” P. Meinvielle. “De la Cábala al Progresismo” Edt. Calchaquí, Salta,
1970
[4] Lucas 10,16
[5] Mateo 15, 3
38
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