REVISTA DICIEMBRE

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23.12.2019 Views

Mundo Plural Reflexiones Navideñas. Ubicado en la cima de mis años de vida acumulados, observo alrededor que todo ha cambiado. Al iniciar mi reflexión me inquieta vivir en un nuevo siglo que presenta interrogantes vitales para la humanidad. Con sorpresa repaso los avances científicos y tecnológicos producidos en los últimos tiempos y me pregunto si el hombre ha evolucionado al ritmo de estas mejoras. Mi estado de ánimo varía tan rápido al cambiar de enfoque como lo hace la brisa de primavera al cambiar de dirección. La Solidaridad ante el padecimiento del prójimo florece por doquier como retoños regados con abundante amor. Como contrapeso de la balanza percibo que las ansias de poder y riqueza se incuban en grupos sociales sin escrúpulos. La violencia cobra vidas inocentes y se propaga como una plaga originada en los albores de la humanidad. A pesar de todo, hoy sigo contemplando absorto el fantástico misterio de la “Navidad”. Me pregunto cómo puede ser que un pequeño niño nacido hace más de dos mil años pueda soportar sobre sus delicados hombros el tremendo peso de mantener viva la Esperanza en la tierra. Probablemente la respuesta sea que sus enseñanzas fueron puestas en práctica por él mismo durante su corta vida como hombre. Dio el ejemplo y nos proporcionó la herramienta más poderosa: la Fe. Como hijo de Dios su entrega fue total. Jesús no nos pide un sacrificio extremo como el que realizó, pero si reclama un profundo compromiso con el desposeído, con el enfermo, los niños y los ancianos deben ser el blanco de nuestra atención, nos enseña a dar sin esperar recibir nada a cambio. El vértigo de la vida actual, especialmente en las grandes ciudades, nos hace perder el verdadero tesoro que se escurre de las manos sin darnos cuenta, es la vida misma, que con muchos de nuestros actos despreciamos cotidianamente. Recuerdo que de niño la Navidad era para mí sinónimo de regalos y reunión familiar. Algo totalmente comprensible. Esa nostálgica imagen me llevó a pensar que para los adultos tiene que ser algo más que aprovechar un feriado para reunirse alrededor de la mesa y hacer feliz a los pequeños tan sólo por una noche. Algo efímero sin duda. Es necesario tomar conciencia de que ese día se renueva la Esperanza de un mundo mejor y la única manera de que ello ocurra es con nuestra participación activa. Y esta tarea se realiza durante el resto del año, sin prisa pero sin pausa, cada día de nuestras vidas. Los cambios me provocan cierta incertidumbre que prefiero no enfrentar, pero de manera contradictoria siempre arde en mi interior la llama de la Esperanza de que algo cambie para que en la tierra reine definitivamente la Paz.

Milagro en Navidad. Ana vivía en un pequeño pueblo tan pequeño que no figuraba en los mapas. Apenas una veintena de casas decoraban como perlas el vasto terreno al que un arroyo casi dormido le saciaba su sed. Un misterioso bosque se erigía como límite norte del caserío que por su construcción en madera se mimetizaba con éste en los días de intensa niebla. Ella imaginó desde niña que el bosque estaba lleno de criaturas hermosas y fantásticas como en los libros de cuentos que su madre le solía leer en las largas noches invernales. Pasaron los años y Ana se transformó en una adolescente muy aplicada en los estudios a pesar del esfuerzo que le demandaba viajar hasta la ciudad para asistir a clase. Era alta y delgada, de cabellos oscuros y enrulados, su pequeña nariz tenía como función separar a los ojos inquietos que se buscaban entre sí para descubrir su color. En un amanecer hermoso a pocos días de la Navidad, Ana decidió aventurarse sola en el bosque para encontrar el árbol perfecto que adornara la casa como era costumbre familiar, pretendía sorprender a sus padres. Tomó su mochila, compañera de tantos viajes a la ciudad, la cargó con una pequeña botella de agua, un sándwich y una linterna por si acaso la noche la sorprendía. Inició su caminata en un sendero que avanzaba por las orillas del arroyo, al alejarse de las casas percibió un sonido constante y apacible provocado por el lento trajinar de las aguas, pero no se dio cuenta que éstas trataban de advertirle algo. Continuó su recorrido hasta ingresar al bosque, allí la luz del sol no dominaba la escena porque las ramas de los vigorosos árboles vestidas con hojas de terciopelo le cortaban el paso. A pesar de ello notó que el piso estaba tapizado de un intenso verde que perdía su monotonía al aparecer flores multicolores salidas de un cuadro de Van Gogh. Cuanto más se internaba en el bosque la oscuridad aumentaba, sorpresivamente el silencio se rompió, un sonido que no podía identificar invadió sus oídos, se estremeció y casi fue dominada por el miedo. Siguió avanzando y el ruido se hizo más intenso pero igual continuó con extrema prudencia y ojos en los poros de la piel. Una leve brisa sopló trayendo fragancias delicadas y con pretensiones de hipnotizarla, Ana no comprendía lo que estaba ocurriendo. Luego de un tiempo de contemplación, aturdida por la situación, se desvaneció cayendo sobre una alfombra verde que se esforzó por amortiguar su caída. Al poco tiempo pasó por el lugar una ardilla buscando nueces para almacenar, con sorpresa descubrió a Ana desmayada en el piso y decidió comunicárselo a su vecina liebre. Ésta salió de su madriguera y fue a comprobar los dichos de la ardilla; bastante confusa por el hallazgo corrió velozmente a avisar al resto de los animales del lugar. Luego de unos minutos se hicieron presentes todos los habitantes del vecindario, no sabían cómo proceder, hasta que el zorro con su astucia ideó un plan para proteger a la visitante del frío de la noche. Pidió a la familia ciervo que con sus astas arrastraran hasta el lugar la mayor cantidad de hojas secas posibles. Éstas fueron dispuestas como abrigo sobre el cuerpo de Ana por la familia ardilla.

Milagro en Navidad.<br />

Ana vivía en un pequeño pueblo tan pequeño<br />

que no figuraba en los mapas. Apenas una<br />

veintena de casas decoraban como perlas el<br />

vasto terreno al que un arroyo casi dormido le<br />

saciaba su sed.<br />

Un misterioso bosque se erigía como límite<br />

norte del caserío que por su construcción en<br />

madera se mimetizaba con éste en los días<br />

de intensa niebla.<br />

Ella imaginó desde niña que el bosque estaba<br />

lleno de criaturas hermosas y fantásticas como<br />

en los libros de cuentos que su madre le<br />

solía leer en las largas noches invernales.<br />

Pasaron los años y Ana se transformó en una<br />

adolescente muy aplicada en los estudios a<br />

pesar del esfuerzo que le demandaba viajar<br />

hasta la ciudad para asistir a clase.<br />

Era alta y delgada, de cabellos oscuros y enrulados,<br />

su pequeña nariz tenía como función<br />

separar a los ojos inquietos que se buscaban<br />

entre sí para descubrir su color.<br />

En un amanecer hermoso a pocos días de la<br />

Navidad, Ana decidió aventurarse sola en el<br />

bosque para encontrar el árbol perfecto que<br />

adornara la casa como era costumbre familiar,<br />

pretendía sorprender a sus padres.<br />

Tomó su mochila, compañera de tantos viajes<br />

a la ciudad, la cargó con una pequeña botella<br />

de agua, un sándwich y una linterna por si<br />

acaso la noche la sorprendía.<br />

Inició su caminata en un sendero que avanzaba<br />

por las orillas del arroyo, al alejarse de las<br />

casas percibió un sonido constante y apacible<br />

provocado por el lento trajinar de las aguas,<br />

pero no se dio cuenta que éstas trataban de<br />

advertirle algo.<br />

Continuó su recorrido hasta ingresar al bosque,<br />

allí la luz del sol no dominaba la escena<br />

porque las ramas de los vigorosos árboles<br />

vestidas con hojas de terciopelo le cortaban el<br />

paso. A pesar de ello notó que el piso estaba<br />

tapizado de un intenso verde que perdía su<br />

monotonía al aparecer flores multicolores salidas<br />

de un cuadro de Van Gogh.<br />

Cuanto más se internaba en el bosque la oscuridad<br />

aumentaba, sorpresivamente el silencio<br />

se rompió, un sonido que no podía identificar<br />

invadió sus oídos, se estremeció y casi<br />

fue dominada por el miedo.<br />

Siguió avanzando y el ruido se hizo más intenso<br />

pero igual continuó con extrema prudencia<br />

y ojos en los poros de la piel.<br />

Una leve brisa sopló trayendo fragancias delicadas<br />

y con pretensiones de hipnotizarla, Ana<br />

no comprendía lo que estaba ocurriendo. Luego<br />

de un tiempo de contemplación, aturdida<br />

por la situación, se desvaneció cayendo sobre<br />

una alfombra verde que se esforzó por amortiguar<br />

su caída.<br />

Al poco tiempo pasó por el lugar una ardilla<br />

buscando nueces para almacenar, con sorpresa<br />

descubrió a Ana desmayada en el piso<br />

y decidió comunicárselo a su vecina liebre.<br />

Ésta salió de su madriguera y fue a comprobar<br />

los dichos de la ardilla; bastante confusa<br />

por el hallazgo corrió velozmente a avisar al<br />

resto de los animales del lugar.<br />

Luego de unos minutos se hicieron presentes<br />

todos los habitantes del vecindario, no sabían<br />

cómo proceder, hasta que el zorro con su astucia<br />

ideó un plan para proteger a la visitante<br />

del frío de la noche. Pidió a la familia ciervo<br />

que con sus astas arrastraran hasta el lugar la<br />

mayor cantidad de hojas secas posibles. Éstas<br />

fueron dispuestas como abrigo sobre el<br />

cuerpo de Ana por la familia ardilla.

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