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Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

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cierto aire del castillo de Drácula.

La primera noticia de la Mujer X había sido el hallazgo del cuerpo desnudo e

irreconocible por su estado de descomposición. Apenas se pudo establecer que

era una mujer menor de treinta años, de cabello negro y rasgos atractivos. Se

creyó que la habían enterrado viva porque tenía la mano izquierda sobre los ojos

con un gesto de terror, y el brazo derecho alzado sobre la cabeza. La única pista

posible de su identidad eran dos cintas azules y una peineta adornada con lo que

pudo ser un peinado de trenzas. Entre las muchas hipótesis, la que pareció más

probable fue la de una bailarina francesa de vida fácil que había desaparecido

desde la fecha posible del crimen.

Barranquilla tenía la fama justa de ser la ciudad más hospitalaria y pacífica

del país, pero con la desgracia de un crimen atroz cada año. Sin embargo, no

había precedentes de uno que hubiera estremecido tanto y por tanto tiempo a la

opinión pública como el de la acuchillada sin nombre. El diario La Prensa, uno de

los más importantes del país en aquel tiempo, se tenía como el pionero de las

historietas gráficas dominicales —Buck Rogers, Tarzán de los Monos—, pero

desde sus primeros años se impuso como uno de los grandes precursores de la

crónica roja. Durante varios meses mantuvo en vilo a la ciudad con grandes

titulares y revelaciones sorprendentes que hicieron famoso en el país, con razón o

sin ella, al cronista olvidado.

Las autoridades trataban de reprimir sus informaciones con el argumento de

que entorpecían la investigación, pero los lectores terminaron por creer menos en

ellas que en las revelaciones de La Prensa. La confrontación los mantuvo con el

alma en un hilo durante varios días, y por lo menos una vez obligó a los

investigadores a cambiar de rumbo. La imagen de la Mujer X estaba entonces

implantada con tanta fuerza en la imaginación popular, que en muchas casas se

aseguraban las puertas con cadenas y se mantenían vigilancias nocturnas

especiales, en previsión de que el asesino suelto intentara proseguir su programa

de crímenes atroces, y se dispuso que las adolescentes no salieran solas de su

casa después de las seis de la tarde.

La verdad, sin embargo, no la descubrió nadie, sino que fue revelada al cabo

de algún tiempo por el mismo autor del crimen, Efraín Duncan, quien confesó

haber matado a su esposa, Ángela Hoyos, en la fecha calculada por Medicina

Legal, y haberla enterrado en el lugar donde encontraron el cadáver acuchillado.

Los familiares reconocieron las cintas color azul y la peineta que llevaba Ángela

cuando salió de casa con su esposo el 5 de abril para un supuesto viaje a Calamar.

El caso se cerró sin más dudas por una casualidad final e inconcebible que

parecía sacada de la manga por un autor de novelas fantásticas: Ángela Hoy os

tenía una hermana gemela exacta a ella que permitió identificarla sin ninguna

duda.

El mito de la Mujer X se vino abajo convertido en un crimen pasional

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