11.12.2019 Views

Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

era el más puntual en la librería Mundo. El aperitivo del almuerzo, que el grupo

tomó durante años en el café Colombia, se trasladó más tarde al café Japy, en la

acera de enfrente, por ser el más ventilado y alegre sobre la calle San Blas. Lo

usábamos para visitas, oficina, negocios, entrevistas, y como un lugar fácil para

encontrarnos.

La mesa de don Ramón en el Japy tenía unas leyes inviolables impuestas por

la costumbre. Era el primero que llegaba por su horario de maestro hasta las

cuatro de la tarde. No cabíamos más de seis en la mesa. Habíamos escogido

nuestros sitios en relación con el suyo, y se consideraba de mal gusto arrimar

otras sillas donde no cabían. Por la antigüedad y el rango de su amistad, Germán

se sentó a su derecha desde el primer día. Era el encargado de sus asuntos

materiales. Se los resolvía aunque no se los encomendara, porque el sabio tenía la

vocación congénita de no entenderse con la vida práctica. Por aquellos días, el

asunto principal era la venta de sus libros a la biblioteca departamental, y el

remate de otras cosas antes de viajar a Barcelona, más que un secretario,

Germán parecía un buen hijo.

Las relaciones de don Ramón con Alfonso, en cambio, se fundaban en

problemas literarios y políticos más difíciles. En cuanto a Álvaro, siempre me

pareció que se inhibía cuando lo encontraba solo en la mesa y necesitaba la

presencia de otros para empezar a navegar. El único ser humano que tenía

derecho libre de lugar en la mesa era Jose Félix. En la noche, don Ramón no iba

al Japy sino al cercano café Roma, con sus amigos del exilio español.

El último que llegó a su mesa fui yo, y desde el primer día me senté sin

derecho propio en la silla de Álvaro Cepeda mientras estuvo en Nueva York. Don

Ramón me recibió como un discípulo más porque había leído mis cuentos en El

Espectador. Sin embargo, nunca hubiera imaginado que llegaría a tener con él la

confianza de pedirle prestado el dinero para mi viaje a Aracataca con mi madre.

Poco después, por una casualidad inconcebible, tuvimos la primera y única

conversación a solas cuando fui al Japy más temprano que los otros para pagarle

sin testigos los seis pesos que me había prestado.

—Salud, genio —me saludó como siempre. Pero algo en mi cara lo alarmó

—: ¿Está enfermo?

—Creo que no, señor —le dije inquieto—. ¿Por qué?

—Le noto demacrado —dijo él—, pero no me haga caso, por estos días todos

andamos fotuts del cul.

Se guardó los seis pesos en la cartera con un gesto reticente como si fuera

dinero mal habido por él.

—Se lo recibo —me explicó ruborizado— como recuerdo de un joven muy

pobre que fue capaz de pagar una deuda sin que se la cobraran.

No supe qué decir, sumergido en un silencio que soporté como un pozo de

plomo en la algarabía del salón. Nunca soñé con la fortuna de aquel encuentro.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!