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Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

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por gratitud o por remordimiento, gestionó ante las autoridades que la calle donde

vivíamos en Aracataca llevara el nombre que aun lleva: avenida Monseñor

Espejo.

Fue así y allí donde nació el primero de siete varones y cuatro mujeres, el

domingo 6 de marzo de 1927, a las nueve de la mañana y con un aguacero

torrencial fuera de estación, mientras el cielo de Tauro se alzaba en el horizonte.

Estaba a punto de ser estrangulado por el cordón umbilical, pues la partera de la

familia, Santos Villero, perdió el dominio de su arte en el peor momento. Pero

más aún lo perdió la tía Francisca, que corrió hasta la puerta de la calle dando

alaridos de incendio:

—¡Varón! ¡Varón! —Y enseguida, como tocando a rebato—: ¡Ron, que se

ahoga!

La familia supone que el ron no era para celebrar sino para reanimar con

fricciones al recién nacido. Misia Juana de Frey tes, que hizo su entrada

providencial en la alcoba, me contó muchas veces que el riesgo más grave no

era el cordón umbilical, sino una mala posición de mi madre en la cama. Ella se

la corrigió a tiempo, pero no fue fácil reanimarme, de modo que la tía Francisca

me echó el agua bautismal de emergencia. Debí de llamarme Olegario, que era

el santo del día, pero nadie tuvo a la mano el santoral, así que me pusieron de

urgencia el primer nombre de mi padre seguido por el de José, el carpintero, por

ser el patrono de Aracataca y por estar en su mes de marzo. Misia Juana de

Frey tes propuso un tercer nombre en memoria de la reconciliación general que

se lograba entre familias y amigos con mi venida al mundo, pero en el acta del

bautismo formal que me hicieron tres años después olvidaron ponerlo: Gabriel

José de la Concordia.

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