11.12.2019 Views

Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Cuando Luisa Santiaga solicitó su ayuda, él dio una muestra más de que la

inteligencia es uno de los privilegios de la santidad. Se negó a intervenir en el

fuero interno de una familia tan celosa de su intimidad, pero optó por la

alternativa secreta de informarse sobre la de mi padre a través de la curia. El

párroco de Sincé pasó por alto las liberalidades de Argemira García, y respondió

con una fórmula benévola: « Se trata de una familia respetable, aunque poco

devota» . Monseñor conversó entonces con los novios, juntos y por separado, y

escribió una carta a Nicolás y Tranquilina en la cual les expresó su certidumbre

emocionada de que no había poder humano capaz de derrotar aquel amor

empedernido. Mis abuelos, vencidos por el poder de Dios, acordaron darle la

vuelta a la doliente página y le otorgaron a Juan de Dios plenos poderes para

organizar la boda en Santa Marta. Pero no asistieron, sino que mandaron de

madrina a Francisca Simodosea.

Se casaron el 11 de junio de 1926 en la catedral de Santa Marta, con cuarenta

minutos de retraso, porque la novia se olvidó de la fecha y tuvieron que

despertarla pasadas las ocho de la mañana. Esa misma noche abordaron una vez

más la goleta pavorosa para que Gabriel Eligio tomara posesión de la telegrafía

de Riohacha y pasaron su primera noche en castidad derrotados por el mareo.

Mi madre añoraba tanto la casa donde pasó la luna de miel, que sus hijos

mayores hubiéramos podido describirla cuarto por cuarto como si la hubiéramos

vivido y todavía hoy sigue siendo uno de mis falsos recuerdos. Sin embargo, la

primera vez que fui en realidad a la península de La Guajira, poco antes de mis

sesenta años, me sorprendió que la casa de la telegrafía no tenía nada que ver

con la de mi recuerdo. Y la Riohacha idílica que llevaba desde niño en el

corazón, con sus calles de salitre que bajaban hacia un mar de lodo, no eran más

que ensueños prestados por mis abuelos. Más aún: ahora que conozco Riohacha

no consigo visualizarla como es, sino como la había construido piedra por piedra

en mi imaginación.

Dos meses después de la boda, Juan de Dios recibió un telegrama de mi papá

con el anuncio de que Luisa Santiaga estaba encinta. La noticia estremeció hasta

los cimientos la casa de Aracataca, donde Mina no se reponía aún de su

amargura, y tanto ella como el coronel depusieron sus armas para que los recién

casados volvieran con ellos. No fue fácil. Al cabo de una resistencia digna y

razonada de varios meses, Gabriel Eligio aceptó que la esposa diera a luz en casa

de sus padres.

Poco después lo recibió mi abuelo en la estación del tren con una frase que

quedó con un marco de oro en el prontuario histórico de la familia: « Estoy

dispuesto a darle todas las satisfacciones que sean necesarias» . La abuela renovó

la alcoba que hasta entonces había sido suy a, y allí instaló a mis padres. En el

curso del año, Gabriel Eligio renunció a su buen oficio de telegrafista y consagró

su talento de autodidacta a una ciencia venida a menos: la homeopatía. El abuelo,

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!