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Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

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titular. El día siguiente, Mina vació las gavetas de la despensa buscando unas

tijeras de destazar y destapó sin necesidad la caja de galletas inglesas donde la

hija escondía sus telegramas de amor.

Fue tanta su rabia que sólo acertó a decirle uno de los improperios célebres

que solía improvisar en sus malos momentos: « Dios lo perdona todo menos la

desobediencia» . Ese fin de semana viajaron a Riohacha para alcanzar el

domingo la goleta de Santa Marta. Ninguna de las dos fue consciente de la noche

terrible vapuleada por el ventarrón de febrero: la madre aniquilada por la derrota

y la hija asustada pero feliz. La tierra firme le devolvió a Mina el aplomo perdido

por el hallazgo de las cartas. Siguió sola para Aracataca al día siguiente, y dejó a

Luisa Santiaga en Santa Marta bajo el amparo de su hijo Juan de Dios, segura de

ponerla a salvo de los diablos del amor. Fue al contrario: Gabriel Eligió viajaba

entonces de Aracataca a Santa Marta para verla cada vez que podía. El tío

Juanito, que sufrió la misma intransigencia de sus padres en sus amores con Dilia

Caballero, había resuelto no tomar partido en los amores de su hermana, pero a

la hora de la verdad se encontró entrampado entre la adoración de Luisa Santiaga

y la veneración de los padres, y se refugió en una fórmula propia de su bondad

proverbial: admitió que los novios se vieran fuera de su casa, pero nunca a solas

y sin que él se enterara. Dilia Caballero, su esposa, que perdonaba pero no

olvidaba, urdió para su cuñada las mismas casualidades infalibles y las

martingalas maestras con que ella burlaba la vigilancia de sus suegros. Gabriel y

Luisa empezaron por verse en casas de amigos, pero poco a poco fueron

arriesgándose a lugares públicos poco concurridos. Al final se atrevieron a

conversar por la ventana cuando el tío Juanito no estaba, la novia en la sala y el

novio en la calle, fieles al compromiso de no verse dentro de la casa. La ventana

parecía hecha aposta para amores contrariados, a través de una reja andaluza de

cuerpo entero y con un marco de enredaderas, en las que no faltó alguna vez un

vapor de jazmines en el sopor de la noche. Dilia lo había previsto todo, incluso la

complicidad de algunos vecinos con silbidos cifrados para alertar a los novios de

un peligro inminente. Sin embargo, una noche fallaron todos los seguros, y Juan

de Dios se rindió ante la verdad. Dilia aprovechó la ocasión para invitar a los

novios a que se sentaran en la sala con las ventanas abiertas para que

compartieran su amor con el mundo. Mi madre no olvidó nunca el suspiro del

hermano: « ¡Qué alivio!» .

Por esos días recibió Gabriel Eligió el nombramiento formal para la

telegrafía de Riohacha. Inquieta por nueva separación, mi madre apeló entonces

a monseñor Pedro Espejo, actual vicario de la diócesis, con la esperanza de que

la casara sin el permiso de sus padres. La respetabilidad de Monseñor había

alcanzado tanta fuerza que muchos feligreses la confundían con la santidad, y

algunos acudían a sus misas sólo para comprobar si era cierto que se alzaba

varios centímetros sobre el nivel del suelo en el momento de la Elevación.

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