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Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

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antes de llegar a Barrancas. También Luisa Santiaga hizo lo suyo. Toda la

Provincia estaba saturada de Iguaranes y Cotes, cuy a conciencia de casta tenía

el poder de una maraña impenetrable, y ella logró ponerla de su lado. Esto le

permitió mantener una correspondencia febril con Gabriel Eligió desde

Valledupar, donde permaneció tres meses, hasta el término del viaje, casi un año

después. Le bastaba con pasar por la telegrafía de cada pueblo, con la

complicidad de una parentela joven y entusiasta, para recibir y contestar sus

mensajes. Chon, la sigilosa, jugó un papel invaluable, porque llevaba mensajes

escondidos entre sus trapos sin inquietar a Luisa Santiaga ni herir su pudor, porque

no sabía leer ni escribir y podía hacerse matar por un secreto.

Casi sesenta años después, cuando trataba de saquear estos recuerdos para El

amor en los tiempos del cólera, mi quinta novela, le pregunté a mi papá si en la

jerga de los telegrafistas existía una palabra específica para el acto de enlazar

una oficina con otra. Él no tuvo que pensarla: enclavijar. La palabra está en los

diccionarios, no para el uso específico que me hacía falta, pero me pareció

perfecta para mis dudas, pues la comunicación con las distintas oficinas se

establecía mediante la conexión de una clavija en un tablero de terminales

telegráficas. Nunca lo comenté con mi padre. Sin embargo, poco antes de su

muerte le preguntaron en una entrevista de prensa si hubiera querido escribir una

novela, y contestó que había desistido cuando le hice la consulta sobre el verbo

enclavijar porque entonces descubrió que el libro que yo estaba escribiendo era

el mismo que él pensaba escribir.

En esa ocasión recordó además un dato oculto que habría podido cambiar el

rumbo de nuestras vidas. Y fue que a los seis meses de viaje, cuando mi madre

estaba en San Juan del César, le llegó a Gabriel Eligio el soplo confidencial de

que Mina llevaba el encargo de preparar el regreso definitivo de la familia a

Barrancas, una vez cicatrizados los rencores por la muerte de Medardo Pacheco.

Le pareció absurdo, cuando los malos tiempos habían quedado atrás y el imperio

absoluto de la compañía bananera empezaba a parecerse al sueño de la tierra

prometida. Pero también era razonable que la tozudez de los Márquez Iguarán los

llevara a sacrificar la propia felicidad con tal de librar a la hija de las garras del

gavilán. La decisión inmediata de Gabriel Eligio fue gestionar su traslado para la

telegrafía de Riohacha, a unas veinte leguas de Barrancas. No estaba disponible

pero le prometieron tomar en cuenta la solicitud.

Luisa Santiaga no pudo averiguar las intenciones secretas de su madre, pero

tampoco se atrevió a negarlas, porque le había llamado la atención que cuanto

más se acercaban a Barrancas más suspirante y apacible le parecía. Chon,

confidente de todos, no le dio tampoco ninguna pista. Para sacar verdades, Luisa

Santiaga le dijo a su madre que le encantaría quedarse a vivir en Barrancas. La

madre tuvo un instante de vacilación pero no se decidió a decir nada, y la hija

quedó con la impresión de haber pasado muy cerca del secreto. Inquieta, se libró

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