11.12.2019 Views

Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

en un país como el nuestro no se podía ser escritor sin saber que los concursos

literarios son simples pantomimas sociales. « Hasta el premio Nobel» , concluyó

sin la menor malicia, y sin pensarlo siquiera me puso en guardia desde entonces

para otra decisión descomunal que me salió al paso veintisiete años después.

El jurado del concurso de cuento eran Hernando Téllez, Juan Lozano y

Lozano, Pedro Gómez Valderrama y otros tres escritores y críticos de las

grandes ligas. Así que no hice consideraciones éticas ni económicas, sino que

pasé una noche en la corrección final de « Un día después del sábado» , el cuento

que había escrito en Barranquilla por un golpe de inspiración en las oficinas de El

Nacional. Después de reposar más de un año en la gaveta me pareció capaz de

encandilar a un buen jurado. Así fue, con la gratificación descomunal de tres mil

pesos.

Por esos mismos días, y sin ninguna relación con el concurso, me cay ó en la

oficina don Samuel Lisman Baum, agregado cultural de la Embajada de Israel,

quien acababa de inaugurar una empresa editorial con un libro de poemas del

maestro León de Greiff: Fárrago Quinto Mamotreto. La edición era presentable

y las noticias sobre Lisman Baum eran buenas. Así que le di una copia muy

remendada de La hojarasca y lo despaché a las volandas con el compromiso de

hablar después. Sobre todo de plata, que al final —por cierto— fue de lo único

que nunca hablamos. Cecilia Porras pintó una portada novedosa —que tampoco

logró cobrar—, con base en mi descripción del personaje del niño. El taller

gráfico de El Espectador regaló el cliché para las carátulas en colores.

No volví a saber nada hasta unos cinco meses después, cuando la editorial

Sipa de Bogotá —que nunca había oído nombrar— me llamó al periódico para

decirme que la edición de cuatro mil ejemplares estaba lista para la distribución,

pero no sabían qué hacer con ella porque nadie daba razón de Lisman Baum. Ni

los mismos reporteros del periódico pudieron encontrar el rastro ni lo ha

encontrado nadie hasta el sol de hoy. Ulises le propuso a la imprenta que vendiera

los ejemplares a las librerías con base en la campaña de prensa que él mismo

inició con una nota que todavía no acabo de agradecerle. La crítica fue

excelente, pero la mayor parte de la edición se quedó en la bodega y nunca se

estableció cuántas copias se vendieron, ni recibí de nadie ni un céntimo por

regalías.

Cuatro años después, Eduardo Caballero Calderón, que dirigía la Biblioteca

Básica de Cultura Colombiana, incluyó una edición de bolsillo de La hojarasca

para una colección de obras que se vendieron en puestos callejeros de Bogotá y

otras ciudades. Pagó los derechos pactados, escasos pero puntuales, que tuvieron

para mí el valor sentimental de ser los primeros que recibí por un libro. La

edición tenía entonces algunos cambios que no identifiqué como míos ni me

cuidé de que no se incluy eran en ediciones siguientes. Casi trece años más tarde,

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!