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Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

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Se la prometí para dos semanas más tarde. Antes de irse al aeropuerto había

llamado a su oficina de Bogotá, y ordenó el pago adelantado. El cheque que me

llegó por correo una semana después me dejó sin aliento. Más aún cuando fui a

cobrarlo y el cajero del banco se inquietó con mi aspecto. Me hicieron pasar a

una oficina superior, donde un gerente demasiado amable me preguntó dónde

trabajaba. Le contesté que escribía en El Heraldo, de acuerdo con mi costumbre,

aunque y a entonces no fuera cierto. Nada más. El gerente examinó el cheque en

el escritorio, lo observó con un aire de desconfianza profesional y por fin

sentenció:

—Se trata de un documento perfecto.

Esa misma tarde, mientras empezaba a escribir « La Sierpe» , me anunciaron

una llamada del banco. Llegué a pensar que el cheque no era confiable por

cualesquiera de las incontables razones posibles en Colombia. Apenas logré

tragarme el nudo de la garganta cuando el funcionario del banco, con la cadencia

viciosa de los andinos, se excusó de no haber sabido a tiempo que el mendigo que

cobró el cheque era el autor de « La Jirafa» .

Mutis volvió otra vez a fin de año. Apenas si saboreó el almuerzo por

ay udarme a pensar en algún modo estable y para siempre de ganar más sin

cansancio. El que a los postres le pareció mejor fue hacerles saber a los Cano

que y o estaría disponible para El Espectador, aunque seguía crispándome la sola

idea de volver a Bogotá. Pero Álvaro no daba tregua cuando se trataba de ay udar

a un amigo.

—Hagamos una vaina —me dijo—, le voy a mandar los pasajes para que

vaya cuando quiera y como quiera a ver qué se nos ocurre.

Era demasiado para decir que no, pero estaba seguro de que el último avión

de mi vida había sido el que me sacó de Bogotá después del 9 de abril. Además,

las escasas regalías de la radionovela y la publicación destacada del primer

capítulo de « La Sierpe» en la revista Lámpara me habían valido algunos textos

de publicidad que me alcanzaron además para mandarle un barco de alivio a la

familia de Cartagena. De modo que una vez más resistí a la tentación de

mudarme a Bogotá.

Álvaro Cepeda, Germán y Alfonso, y la may oría de los contertulios del Japy

y del café Roma, me hablaron en buenos términos de « La Sierpe» cuando se

publicó en Lámpara el primer capítulo. Estaban de acuerdo en que la fórmula

directa del reportaje había sido la más adecuada para un tema que estaba en la

peligrosa frontera de lo que no podía creerse. Alfonso, con su estilo entre broma

y de veras me dijo entonces algo que no olvidé nunca: « Es que la credibilidad,

mi querido maestro, depende mucho de la cara que uno ponga para contarlo» .

Estuve a punto de revelarles las propuestas de trabajo de Álvaro Mutis, pero no

me atreví, y hoy sé que fue por el miedo de que me las aprobaran. Había vuelto

a insistir varias veces, incluso después de que me hizo una reservación en el avión

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