11.12.2019 Views

Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

los peores escollos de la vida real, consumidor desmedido de los whiskys más

caros, conversador ineludible y fabulista de salón. La noche de nuestro primer

encuentro en la suite presidencial del hotel del Prado salí trastabillando con un

maletín de agente viajero atiborrado de folletos de propaganda y muestras de

enciclopedias ilustradas, libros de medicina, derecho e ingeniería de la editorial

González Porto. Desde el segundo whisky había aceptado convertirme en

vendedor de libros a plazos en la provincia de Padilla, desde Valledupar hasta La

Guajira. Mi ganancia era el anticipo en efectivo del veinte por ciento, que debía

alcanzarme para vivir sin angustias después de pagar mis gastos, incluido el hotel.

Este es el viaje que yo mismo he vuelto legendario por mi defecto

incorregible de no medir a tiempo mis adjetivos. La leyenda es que fue planeado

como una expedición mítica en busca de mis raíces en la tierra de mis may ores,

con el mismo itinerario romántico de mi madre llevada por la suya para ponerla

a salvo del telegrafista de Aracataca. La verdad es que el mío no fue uno sino dos

viajes muy breves y atolondrados.

En el segundo sólo volví a los pueblos en torno de Valledupar. Una vez allí, por

supuesto, tenía previsto seguir hasta el cabo de la Vela con el mismo itinerario de

mi madre enamorada, pero sólo llegué a Manaure de la Sierra, a La Paz y a

Villanueva, a unas pocas leguas de Valledupar. No conocí entonces San Juan del

César, ni Barrancas, donde se casaron mis abuelos y nació mi madre, y donde el

coronel Nicolás Márquez mató a Medardo Pacheco; ni conocí Riohacha, que es

el embrión de mi tribu, hasta 1984, cuando el presidente Belisario Betancur

mandó desde Bogotá un grupo de amigos invitados a inaugurar las minas de

hierro del Cerrejón. Fue el primer viaje a mi Guajira imaginaria, que me

pareció tan mítica como la había descrito tantas veces sin conocerla, pero no

pienso que fuera por mis falsos recuerdos sino por la memoria de los indios

comprados por mi abuelo por cien pesos cada uno para la casa de Aracataca. Mi

mayor sorpresa, desde luego, fue la primera visión de Riohacha, la ciudad de

arena y sal donde nació mi estirpe desde los tatarabuelos, donde mi abuela vio a

la virgen de los Remedios apagar el horno con un soplo helado cuando el pan

estaba a punto de quemársele, donde mi abuelo hizo sus guerras y sufrió prisión

por un delito de amor, y donde fui concebido en la luna de miel de mis padres.

En Valledupar no dispuse de mucho tiempo para vender libros. Vivía en el

hotel Wellcome, una estupenda casa colonial bien conservada en el marco de la

plaza grande, que tenía una larga enramada de palma en el patio con rústicas

mesas de bar y hamacas colgadas en los horcones. Víctor Cohen, el propietario,

vigilaba como un cancerbero el orden de la casa, tanto como su reputación moral

amenazada por los forasteros disipados. Era también un purista de la lengua que

declamaba de memoria a Cervantes con ceceos y seseos castellanos, y ponía en

tela de juicio la moral de García Lorca. Hice buenas migas con él por su dominio

de don Andrés Bello, por su declamación rigurosa de los románticos

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!