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Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

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único consuelo fue la sorprendente concesión final: « Hay que reconocerle al

autor sus excelentes dotes de observador y de poeta» . Sin embargo, todavía hoy

me sorprende que más allá de mi consternación y mi vergüenza, aun las

objeciones más ácidas me parecieran pertinentes.

Nunca hice copia ni supe dónde quedó la carta después de circular varios

meses entre mis amigos de Barranquilla, que apelaron a toda clase de razones

balsámicas para tratar de consolarme. Por cierto que cuando traté de conseguir

una copia para documentar estas memorias, cincuenta años después, no se

encontraron rastros en la casa editorial de Buenos Aires. No recuerdo si se

publicó como noticia, aunque nunca pretendí que lo fuera, pero sé que necesité

un buen tiempo para recuperar el ánimo después de despotricar a gusto y de

escribir alguna carta de rabia que fue publicada sin mi autorización. Esta

infidencia me causó una pena may or, porque mi reacción final había sido

aprovechar lo que me fuera útil del veredicto, corregir todo lo corregible según

mi criterio y seguir adelante.

El mejor aliento me lo dieron las opiniones de Germán Vargas, Alfonso

Fuenmayor y Álvaro Cepeda. A Alfonso lo encontré en una fonda del mercado

público, donde había descubierto un oasis para leer en el tráfago del comercio.

Le consulté si dejaba mi novela como estaba, o si trataba de reescribirla con otra

estructura, pues me parecía que en la segunda mitad perdía la tensión de la

primera. Alfonso me escuchó con una cierta impaciencia, y me dio su veredicto.

—Mire, maestro —me dijo al fin, como todo un maestro—, Guillermo de

Torre es tan respetable como él mismo se cree, pero no me parece muy al día en

la novela actual.

En otras conversaciones ociosas de aquellos días me consoló con el

precedente de que Guillermo de Torre había rechazado los originales de

Residencia en la Tierra, de Pablo Neruda, en 1927. Fuenmay or pensaba que la

suerte de mi novela podía haber sido otra si el lector hubiera sido Jorge Luis

Borges, pero en cambio los estragos habrían sido peores si también la hubiera

rechazado.

—Así que no joda más —concluyó Alfonso—. Su novela es tan buena como

ya nos pareció, y lo único que usted tiene que hacer desde ya es seguir

escribiendo.

Germán —fiel a su modo ponderado— me hizo el favor de no exagerar.

Pensaba que ni la novela era tan mala para no publicarla en un continente donde

el género estaba en crisis, ni era tan buena como para armar un escándalo

internacional, cuy o único perdedor iba a ser un autor primerizo y desconocido.

Álvaro Cepeda resumió el juicio de Guillermo de Torre con otra de sus lápidas

floridas:

—Es que los españoles son muy brutos.

Cuando caí en la cuenta de que no tenía una copia limpia de mi novela, la

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