11.12.2019 Views

Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

—Bueno —suspiró por fin—. El no, pero tiene un hermano preso por robo.

—Entonces no hay problema —le dije con una imbecilidad fácil—, porque

Rita no quiere casarse con él sino con el que no está preso.

No replicó. Su honradez a toda prueba había sobrepasado sus límites desde la

primera respuesta, pues ya sabía también que no era cierto el rumor del

hermano preso. Sin más argumentos, trató de aferrarse al mito de la dignidad.

—Está bien, pero que se casen de una vez, porque no quiero noviazgos largos

en esta casa.

Mi réplica fue inmediata y con una falta de caridad que nunca me he

perdonado:

—Mañana, a primera hora.

—¡Hombre! Tampoco hay que exagerar —me replicó papá sobresaltado

pero ya con su primera sonrisa—. Esa muchachita no tiene todavía ni qué

ponerse.

La última vez que vi a la tía Pa, a sus casi noventa años, fue una tarde de un

calor infame en que llegó a Cartagena sin anunciarse. Iba de Riohacha en un taxi

expreso con una maletita de escolar, de luto cerrado y con un turbante de trapo

negro. Entró feliz, con los brazos abiertos, y gritó para todos:

—Vengo a despedirme porque ya me voy a morir.

La acogimos no sólo por ser quien era, sino porque sabíanlos hasta qué punto

conocía sus negocios con la muerte. Se quedó en la casa, esperando su hora en el

cuartito de servicio, el único que aceptó para dormir, y allí murió en olor de

castidad a una edad que calculábamos en ciento y un años.

Aquella temporada fue la más intensa en El Universal. Zabala me orientaba

con su sabiduría política para que mis notas dijeran lo que debían sin tropezar con

el lápiz de la censura, y por primera vez le interesó mi vieja idea de escribir

reportajes para el periódico. Pronto surgió el tema tremendo de los turistas

atacados por los tiburones en las playas de Marbella. Sin embargo, lo más

original que se le ocurrió al municipio fue ofrecer cincuenta pesos por cada

tiburón muerto, y al día siguiente no alcanzaban las ramas de los almendros para

exhibir los capturados durante la noche. Héctor Rojas Herazo, muerto de risa,

escribió desde Bogotá en su nueva columna de El Tiempo una nota de burla sobre

la pifia de aplicar a la caza del tiburón el método manido de agarrar el rábano

por las hojas. Esto me dio la idea de escribir el reportaje de la cacería nocturna.

Zabala me apoy ó entusiasmado, pero mi fracaso empezó desde el momento de

embarcarme, cuando me preguntaron si me mareaba y contesté que no; si tenía

miedo del mar y la verdad era que sí, pero también dije que no, y al final me

preguntaron si sabía nadar —que debió haber sido lo primero— y no me atreví a

decir la mentira de que sí sabía. De todos modos, en tierra firme y por una

conversación de marineros, me enteré de que los cazadores iban hasta las Bocas

de Ceniza, a ochenta y nueve millas náuticas de Cartagena, y regresaban

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!