11.12.2019 Views

Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

dio una muestra conmovedora de la crispación que le causaban las borrascas

íntimas de los amigos. Sin duda y a conocía por Germán mi decisión de irme y su

timidez ejemplar nos salvó a ambos de cualquier argumento de salón.

—Qué carajo —me dijo—. Irse para Cartagena no es irse para ninguna

parte. Lo jodido sería irse para Nueva York, como me tocó a mí, y aquí estoy

completito.

Era la clase de respuestas parabólicas que le servían en casos como el mío

para saltarse las ganas de llorar. Por lo mismo no me sorprendió que prefiriera

hablar por primera vez del proy ecto de hacer cine en Colombia, que habríamos

de continuar sin resultados por el resto de nuestras vidas. Lo rozó como un modo

sesgado de dejarme con alguna esperanza, y frenó en seco entre la

muchedumbre atascada y los ventorrillos de cacharros de la calle San Blas.

—¡Ya le dije a Alfonso —me gritó desde la ventanilla que mande al carajo la

revista y hagamos una como Time!

La conversación con Alfonso no fue fácil para mi ni para él porque teníamos

una aclaración atrasada desde hacía unos seis meses, y ambos sufríamos de una

especie de tartamudez mental en ocasiones difíciles. Ocurrió que en uno de mis

berrinches pueriles en la sala de armada había quitado mi nombre y mi título de

la bandera de Crónica, como una metáfora de renuncia formal, y cuando la

tormenta pasó me olvidé de reponerlos. Nadie cay ó en la cuenta antes que

Germán Vargas dos semanas después, y lo comentó con Alfonso. También para

él fue una sorpresa. Porfirio, el jefe de armada, les contó cómo había sido el

berrinche, y ellos acordaron dejar las cosas como estaban hasta que y o les diera

mis razones. Para desgracia mía, lo olvidé por completo hasta el día en que

Alfonso y yo nos pusimos de acuerdo para que me fuera de Crónica. Cuando

terminamos, me despidió muerto de risa con una broma típica de las suy as,

fuerte pero irresistible.

—La suerte —dijo— es que ni siquiera tenemos que quitar su nombre de la

bandera.

Sólo entonces reviví el incidente como una cuchillada y sentí que la tierra se

hundía bajo mis pies, no por lo que Alfonso había dicho de un modo tan oportuno,

sino porque se me hubiera olvidado aclararlo. Alfonso, como era de esperarse,

me dio una explicación de adulto. Si era el único entuerto que no habíamos

ventilado no era decente dejarlo en el aire sin explicación. El resto lo haría

Alfonso con Álvaro y Germán, y si hubiera que salvar el barco entre todos

también y o podría volver en dos horas. Contábamos como reserva extrema con

el consejo editorial, una especie de Divina Providencia que nunca habíamos

logrado sentar a la larga mesa de nogal de las grandes decisiones.

Los comentarios de Germán y Álvaro me infundieron el valor que me hacía

falta para irme. Alfonso comprendió mis razones y las recibió como un alivio,

pero de ningún modo dio a entender que Crónica pudiera acabarse con mi

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!