11.12.2019 Views

Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Germán Vargas, ahogado de risa, me murmuró al oído: « Volvió igualito» .

Sin embargo, Álvaro nos aclaró después que su juicio sobre el libro era una

broma, pues apenas empezaba a leerlo en el vuelo desde Miami. En todo caso, lo

que nos levantó los ánimos fue que trajo más alborotado que antes el sarampión

del periodismo, el cine y la literatura. En los meses siguientes, mientras volvió a

aclimatarse, nos mantuvo con la fiebre a cuarenta grados.

Fue un contagio inmediato. « La Jirafa» , que desde hacía meses giraba sobre

sí misma dando palos de ciego, empezó a respirar con dos fragmentos saqueados

del borrador de La casa. Uno era « El hijo del coronel» , nunca nacido, y el otro

era « Ny» , una niña fugitiva a cuya puerta llamé muchas veces en busca de

caminos distintos, y jamás contestó. También recobré mi interés de adulto por las

tiras cómicas, no como pasatiempo dominical sino como un nuevo género

literario condenado sin razón al cuarto de los niños. Mi héroe, en medio de tantos,

fue Dick Tracy. Y además, cómo no, recuperé el culto del cine que me inculcó el

abuelo y me alimentó don Antonio Daconte en Aracataca, y que Álvaro Cepeda

convirtió en una pasión evangélica para un país donde las mejores películas se

conocían por relatos de peregrinos. Fue una suerte que su regreso coincidiera con

el estreno de dos obras maestras: Intruder in the Dust, dirigida por Clarence

Brown sobre la novela de William Faulkner, y El retrato de Jenny, dirigida por

William Dieterle sobre la novela de Robert Nathan. Ambas las comenté en « La

Jirafa» , después de largas discusiones con Álvaro Cepeda. Quedé tan interesado

que empecé a ver el cine con otra óptica. Antes de conocerlo a él y o no sabía

que lo más importante era el nombre del director, que es el último que aparece

en los créditos. Para mí era una simple cuestión de escribir guiones y manejar

actores, pues lo demás lo hacían los numerosos miembros del equipo. Cuando

Álvaro regresó me dio un curso completo a base de gritos y ron blanco hasta el

amanecer en las mesas de las peores cantinas, para enseñarme a golpes lo que le

habían enseñado de cine en los Estados Unidos, y amanecíamos soñando

despiertos con hacerlo en Colombia.

Aparte de esas explosiones luminosas la impresión de los amigos que

seguíamos a Álvaro en su velocidad de crucero era que no tenía serenidad para

sentarse a escribir. Quienes lo vivíamos de cerca no podíamos concebirlo sentado

más de una hora en ningún escritorio. Sin embargo, dos o tres meses después de

su regreso, Tita Manotas —su novia de muchos años y su esposa de toda la vida

— nos llamó aterrorizada para contarnos que Álvaro había vendido su camioneta

histórica y había olvidado en la guantera los originales sin copia de sus cuentos

inéditos. No había hecho ningún esfuerzo por encontrarlos, con el argumento

muy suy o de que eran « seis o siete cuentos de mierda» . Amigos y

corresponsales ay udamos a Tita en la busca de la camioneta varias veces

revendida en todo el litoral caribe y tierra adentro hasta Medellín. Por fin la

encontramos en un taller de Sincelejo, a unos doscientos kilómetros de distancia.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!