11.12.2019 Views

Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

6

Al final de una jornada de tumbos mortales por una carretera de herradura, el

camión de la Agencia Postal exhaló su ultimo aliento donde lo merecía: atascado

en un manglar pestilente de pescados podridos a media legua de Cartagena de

Indias. « El que viaja en camión no sabe dónde se muere» , recordé con la

memoria de mi abuelo. Los pasajeros embrutecidos por seis horas de sol desnudo

y la peste de la marisma no esperaron a que bajaran la escalera para

desembarcar, sino que se apresaron a tirar por la borda huacales de gallinas, los

bultos de plátanos y toda clase de cosas por vender o morir que les habían servido

para sentarse en el techo del camión. El conductor saltó del pescante y anunció

con un grito mordaz:

—¡La Heroica!

Es el nombre emblemático con que se conoce a Cartagena de Indias por sus

gloria del pasado, y allí debía estar. Pero no la veía porque apenas podrá respirar

dentro del vestido de paño negro que llevaba puesto desde el 9 de abril. Los otros

dos de mi ropero habían corrido la misma suerte que la máquina de escribir en el

Monte de Piedad, pero la versión honorable para mis padres fue que la máquina

y otras cosas de inutilidad personal habían desaparecido junto con la ropa en la

pelotera del incendio. El conductor insolente, que durante el viaje se había

burlado de mi traza de bandolero, estaba a reventar de gozo cuando seguí dando

vueltas alrededor de mí mismo sin encontrar la ciudad.

—¡La tienes en el culo! —me gritó para todos—. Y ten cuidado, que ahí

condecoran a los pendejos.

Cartagena de Indias, en efecto, estaba a mis espaldas desde hacía

cuatrocientos años, pero no me fue fácil imaginarla a media legua de los

manglares, escondida por la muralla legendaria que la mantuvo a salvo de

gentiles y piratas en sus años grandes, y había acabado por desaparecer bajo una

maraña de ramazones desgreñadas y largas ristras de campánulas amarillas. De

modo que me incorporé al tumulto de los pasajeros y arrastré la maleta por un

matorral tapizado de cangrejos vivos cuy as cascaras traqueteaban como

petardos bajo las suelas de los zapatos. Fue imposible no acordarme entonces del

petate que mis compañeros tiraron al río Magdalena en mi primer viaje, o del

baúl funerario que arrastré por medio país llorando de rabia en mis primeros

años del liceo y que boté por fin en un precipicio de los Andes en honor de mi

grado de bachiller. Siempre me pareció que había algo de un destino ajeno en

aquellas sobrecargas inmerecidas y no han bastado mis y a largos años para

desmentirlo.

Apenas empezábamos a vislumbrar el perfil de algunas cúpulas de iglesias y

conventos en la bruma del atardecer, cuando nos salió al encuentro un ventarrón

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!