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Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

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La poesía fue desde entonces a cielo abierto. No sólo para Los Nuevos, que se

pusieron de moda, sino para otros que surgieron después y se disputaban su lugar

a codazos. La poesía llegó a ser tan popular que hoy no es posible entender hasta

qué punto se vivía cada número de « Lecturas Dominicales» , que dirigía

Carranza, o de Sábado, que entonces dirigía Carlos Martín, nuestro antiguo rector

del liceo. Además de su poesía, Carranza impuso con su gloria una manera de ser

poeta a las seis de la tarde en la carrera Séptima de Bogotá, que era como

pasearse en una vitrina de diez cuadras con un libro en la mano apoyada sobre el

corazón. Fue un modelo de su generación, que hizo escuela en la siguiente, cada

una a su manera.

A mediados de año llegó a Bogotá el poeta Pablo Neruda, convencido de que

la poesía tenía que ser un arma política. En sus tertulias bogotanas se enteró de la

clase de reaccionario que era Laureano Gómez, y a modo de despedida, casi al

correr de la pluma escribió en su honor tres sonetos punitivos, cuy o primer

cuarteto daba el tono de todos:

Adiós, Laureano nunca laureado,

sátrapa triste y rey advenedizo.

Adiós, emperador de cuarto piso,

antes de tiempo y sin cesar pagado.

A pesar de sus simpatías de derechas y su amistad personal con el mismo

Laureano Gómez, Carranza destacó los sonetos en sus páginas literarias, más

como una primicia periodística que como una proclama política. Pero el rechazo

fue casi unánime. Sobre todo por el contrasentido de publicarlos en el periódico

de un liberal de hueso colorado como el ex presidente Eduardo Santos, tan

contrario al pensamiento retrógrado de Laureano Gómez como al revolucionario

de Pablo Neruda. La reacción más ruidosa fue la de quienes no toleraban que un

extranjero se permitiera semejante abuso. El solo hecho de que tres sonetos

casuísticos y más ingeniosos que poéticos pudieran armar tal revuelo, fue un

síntoma alentador del poder de la poesía en aquellos años. De todos modos, a

Neruda le impidieron después la entrada a Colombia el mismo Laureano Gómez,

y a como presidente de la República, y el general Gustavo Rojas Pinilla en su

momento, pero estuvo en Cartagena y Buenaventura varias veces en escalas

marítimas entre Chile y Europa. Para los amigos colombianos a los que

anunciaba su paso, cada escala de ida y de vuelta era una fiesta de las grandes.

Cuando ingresé a la facultad de derecho, en febrero de 1947, mi

identificación permanecía incólume con el grupo Piedra y Cielo. Aunque había

conocido a los más notables en la casa de Carlos Martín, en Zipaquirá, no tuve la

audacia de recordárselo ni siquiera a Carranza, que era el más abordable. En

cierta ocasión lo encontré tan cerca y al descubierto en la librería Grancolombia,

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