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Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

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resuelto la vida. Pasé la noche en vela tomando notas para un próximo cuento sin

los meandros del primero.

Sospechaba que quienes me hablaban de él no estaban tan impresionados por

el cuento —que tal vez no habían leído y con seguridad no lo habían entendido—

sino porque lo hubieran publicado con un despliegue inusitado en una página tan

importante. Para empezar, me di cuenta de que mis dos grandes defectos eran

los dos más grandes: la torpeza de la escritura y el desconocimiento del corazón

humano. Y eso era más que evidente en mi primer cuento, que fue una confusa

meditación abstracta, agravada por el abuso de sentimientos inventados.

Buscando en mi memoria situaciones de la vida real para el segundo, recordé

que una de las mujeres más bellas que conocí de niño me dijo que quería estar

dentro del gato de una rara hermosura que acariciaba en su regazo. Le pregunté

por qué, y me contestó: « Porque es más bello que y o» . Entonces tuve un punto

de apoy o para el segundo cuento, y un título atractivo: « Eva está dentro de su

gato» . El resto, como en el cuento anterior, fue inventado de la nada, y por lo

mismo —como nos gustaba decir entonces— ambos llevaban dentro el germen

de su propia destrucción.

Este cuento se publicó con el mismo despliegue del primero, el sábado 25 de

octubre de 1947, ilustrado por una estrella ascendente en el cielo del Caribe: el

pintor Enrique Grau. Me llamó la atención que mis amigos lo recibieron como

algo de rutina en un escritor consagrado. Yo, en cambio, sufrí con los errores y

dudé de los aciertos, pero logré sostener el alma en vilo. El golpe grande vino

unos días más tarde, con una nota que publicó Eduardo Zalamea, con el

seudónimo habitual de Ulises, en su columna diaria de El Espectador. Fue

derecho a lo que iba: « Los lectores de "Fin de Semana", suplemento literario de

este periódico, habrán advertido la aparición de un ingenio nuevo, original, de

vigorosa personalidad» . Y más adelante: « Dentro de la imaginación puede pasar

todo, pero saber mostrar con naturalidad, con sencillez y sin aspavientos la perla

que logra arrancársele, no es cosa que puedan hacer todos los muchachos de

veinte años que inician sus relaciones con las letras» . Y terminaba sin

reticencias: « Con García Márquez nace un nuevo y notable escritor» .

La nota —¡y cómo no!— fue un impacto de felicidad, pero al mismo tiempo

me consternó que Zalamea no se hubiera dejado a sí mismo ningún camino de

regreso. Ya todo estaba consumado y yo debía interpretar su generosidad como

un llamado a mi conciencia, y por el resto de mi vida. La nota reveló también

que Ulises había descubierto mi identidad por uno de sus compañeros de

redacción. Esa noche supe que había sido por Gonzalo González, un primo

cercano de mis primos más cercanos, que escribió durante quince años en el

mismo diario, con el seudónimo de Gog y con una pasión sostenida, una columna

para contestar preguntas de los lectores, a cinco metros del escritorio de Eduardo

Zalamea. Por fortuna, éste no me buscó, ni y o lo busqué a él. Lo vi una vez en la

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