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Vivir para contarla - Gabriel Garcia Marquez

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entró en puntillas en el dormitorio a oscuras para pedirme unas llaves suy as que

había olvidado devolverle. Apenas alcanzó a ponerme la mano en el hombro

cuando lancé un aullido salvaje que despertó a todos. Al día siguiente me

trasladaron a un dormitorio para seis improvisado en el segundo piso.

Fue una solución para mis miedos nocturnos, pero demasiado tentadora,

porque estaba sobre la despensa, y cuatro alumnos del dormitorio improvisado se

deslizaron hasta las cocinas y las saquearon a gusto para una cena de

medianoche. El insospechable Sergio Castro y y o, el menos audaz, nos quedamos

en nuestras camas para servir de negociadores en caso de emergencia. Al cabo

de una hora regresaron con media despensa lista para servir. Fue la gran

comilona de nuestros largos años de internado, pero con la mala digestión de que

nos descubrieron en veinticuatro horas. Pensé que allí terminaba todo, y sólo el

talento negociador de Espitia nos puso a salvo de la expulsión.

Fue una buena época del liceo y la menos prometedora del país. La

imparcialidad de Lleras, sin proponérselo, aumentó la tensión que empezaba a

sentirse por primera vez en el colegio. Sin embargo, hoy me doy cuenta de que

estaba desde antes dentro de mí, pero que sólo entonces empecé a tomar

conciencia del país en que vivía. Algunos maestros que trataban de mantenerse

imparciales desde el año anterior no pudieron lograrlo en las clases, y soltaban

ráfagas indigestas sobre sus preferencias políticas. En especial desde que empezó

la campaña dura para la sucesión presidencial.

Cada día era más evidente que con Gaitán y Turbay al mismo tiempo, el

Partido Liberal perdería la presidencia de la República después de veinticinco

años de gobiernos absolutos. Eran dos candidatos tan adversos como si fueran de

dos partidos distintos, no sólo por sus pecados propios, sino por la determinación

sangrienta del conservatismo, que lo había visto claro desde el primer día: en vez

de Laureano Gómez, impuso la candidatura de Ospina Pérez, que era un

ingeniero millonario con una fama bien ganada de patriarca. Con el liberalismo

dividido y el conservatismo unido y armado, no había alternativa: Ospina Pérez

fue elegido.

Laureano Gómez se preparó desde entonces para sucederlo con el recurso de

utilizar las fuerzas oficiales con una violencia en toda la línea. Era otra vez la

realidad histórica del siglo XIX, en el que no tuvimos paz sino treguas efímeras

entre ocho guerras civiles generales y catorce locales, tres golpes de cuartel y

por último la guerra de los Mil Días, que dejó unos ochenta mil muertos de

ambos bandos en una población de cuatro millones escasos. Así de simple: era

todo un programa común para retroceder cien años.

El profesor Giraldo, y a al final del curso, hizo conmigo una excepción

flagrante de la cual no acabo de avergonzarme. Me preparó un cuestionario

simple para rehabilitar el álgebra perdida desde el cuarto año, y me dejó solo en

la oficina de los maestros con todas las trampas a mi alcance. Volvió ilusionado

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